Constantino A.
Llevamos mucho tiempo analizando el mundo actual y las derivaciones político-sociales de la implantación del Nuevo Orden Mundial. Tras cientos de estudios, publicaciones e investigaciones, ya tenemos más que claro el funcionamiento y objetivos, no sólo del mismo, sino de su origen y evolución.
Por eso, estimo que a veces se nos quedan datos en el tintero y olvidamos, o nos hacen olvidar, interesantes detalles que pasan desapercibidos y sin embargo están en la base de todo.
Allá por el año 1945, cuando acabó oficialmente la Segunda Guerra mundial el día 2 de septiembre, no sin antes producirse las dos salvajadas de Hiroshima y Nagasaki, un nuevo orden planetario se diseñó basado en la separación artificial en dos grandes bloques: el llamado democrático, bajo la égida de EEUU; y el del socialismo real, bajo al de la URSS.
Pero claro, producida la derrota de la Alemania nacionalsocialista, ambas potencias “reclutaron” a científicos y dirigentes del régimen para que contribuyeran a ese nuevo orden desde distintas facetas. Figuras como Walter Hallstein, que se convirtió más tarde en el jefe de la Comisión Europea; Adolf Heusinger, en jefe del Estado Mayor de la OTAN; Kurt Whalheim, secretario general de la ONU, y por supuesto Wherner von Braun, al frente de la NASA, son sólo unos ejemplos.
Con ellos y con todo ello, estaban los de siempre: los Ford, los Rockefeller, los Morgan, los Rothschild, etc., apuntalando y asegurando el control del mundo por encima de divisiones interesadas y regímenes contrapuestos que al fin y a la postre servían a sus intereses. Habían financiado y apoyado a ambos bandos en la guerra y ahora harían lo mismo en la nueva “guerra fría”.
España, recién salida “drásticamente” del régimen del general Franco, y empleo ese calificativo porque el hecho de que un presidente del gobierno, el a la sazón Almirante Carrero Blanco, fuera asesinado de aquellas formas, tras visitas de importantes dirigentes norteamericanos globalistas y con complicidades de fuerzas internas españolas, desdibuja la “idílica y ejemplar” transición hacia la democracia que siempre se nos ha vendido.
De igual modo, y con el paso de los años, se vendió a la Unión Europea, sin explicar muy bien para qué estaba diseñada por sus fundadores; uno de ellos el masón conde Ricardo Nicolás de Coudenhove-Kalergi, acompañado de tantos otros “hijos de la luz”. Con ella venía en el mismo paquete la OTAN, a la que España ingresó tras vergonzantes contradicciones políticas y con una España fuera de ser un país con potencia nuclear, tal como pretendía el asesinado Almirante Carrero y su proyecto “Islero”.
Acabó la “guerra fría” y el pacto entre caballeros al desmoronarse la URSS y su Pacto de Varsovia, de no ampliar la OTAN hacia las fronteras de Rusia, no se cumplió, y en sucesivas oleadas, cinco, se llegó hasta las puertas de ésta. Allí estaban los títeres nuevos dirigentes tras el “otoño de las revoluciones” financiadas y planeadas desde fuera, y las sucesivas maniobras para dibujar un nuevo mapa del Este de Europa.
Surgió el coronel Vladimir Putin tras un período de descomposición política, económica y social de Rusia al frente de ésta, con el objetivo de revitalizarla y salvar la gran nave en el nuevo tablero geopolítico con una China pujante y con ansias de dominio mundial.
Títeres como el presidente Volodímir Oleksándrovich Zelenski, muy cercano a los poderes globalistas creyó jugar un papel de protagonista en esta película de clase B que es la geopolítica mundial. ¿Nadie se esperaba la reacción de Rusia invadiendo Ucrania? Falso; sólo aquellos que seguían al pie de la letra las desinformaciones procedentes de la OTAN y EEUU, pudieron pensar en ello y así fracasaron públicamente e hicieron el ridículo tras arrogarse durante tiempo el título de “expertos analistas geopolíticos” televisivos y articulistas.
La OTAN y EEUU sabían perfectamente que, presionando sin cesar a Putin, tarde o temprano iba a reaccionar, porque siempre se ha querido la destrucción de Rusia, pero no ya sólo la URSS como potencia comunista, sino a la Rusia blanca ortodoxa eterna y tradicional, la de los tiempos de los grandes zares, en definitiva, la reserva espiritual y poblacional de una Europa en el camino de su desaparición, tal como ha sido durante siglos, por el diseño masónico de la Unión Europea.
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