(Gaudium Press) En artículo publicado en abril de este año en Il Timone, el arquitecto y profesor de Historia de la Arquitectura Ciro Lomonte deplora la tendencia minimalista (o minimista) en el arte que ha invadido muchos espacios sagrados. Esta tendencia reduce al máximo sus medios de expresión, utilizando solo elementos mínimos y básicos, tendiendo a lo abstracto. ReligionEnLibertad se ha hecho eco de esta nota para el mundo en español.
Lomonte repite a autores como Hetzendorf, que llaman a este minimalismo como una tercera ola iconoclasta: la primera fue la que enfrentó la Iglesia en los primeros siglos de la fe y que fue vencida con el II Concilio de Nicea; la segunda es la proveniente del calvinismo y que resultó aplastada por el Concilio de Trento; y la tercera es la actual.
Los efectos de la iconoclastia en los fieles son desastrozos: Recuerda Lomonte el caso de la iglesia del barrio Hetzendorf en Viena, que fue construida con muchas decoraciones arquitectónicas en 1909. Pero a pesar de que durante los bombardeos de la Segunda Guerra la iglesia no sufrió daños, en 1957 “el interior fue furiosamente vaciado de todas sus obras de arte” y “transformado en un lúgubre antro de superficies grises”. Los fieles simplemente cambiaron de parroquia.
La doctrina detrás del minimalismo
Afirma el profesor de Historia de la Arquitectura Lomonte que el minimalismo corresponde a un espiritualismo gnóstico, por su “sustracción de cualquier mímesis de la naturaleza. Es odio por la materia y por cualquier representación de la misma”.
El minimalismo “es negación del misterio de la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad (según ellos, los seres puros no podían contaminarse con la carne: Jesús, Hombre perfecto, lo sería solo en apariencia). Es rechazo de los sacramentos, no solo porque Dios no podría servirse de la vil materia creada, sino también porque los ‘perfectos’ presumen de no necesitar ser redimidos”.
Va de frente contra el minimalismo Lomonte, al afirmar que su esencia “es la ausencia del Dios único y verdadero. Es la ausencia de la realidad. Es la ausencia de la verdad, de la bondad, de la belleza. Es fruto de un proceso luciferino que llegó a su maduración con los philosophes y la Ilustración iniciática”. Es imposible “utilizar el minimalismo para crear lugares idóneos para la celebración del misterio de la Encarnación y la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo”.
Derroches de dinero en el minimalismo
Además, el minimalismo ni siquiera es austero, sino derrochador.
“Dicen que el minimalismo produce obras más económicas. La verdad es que las construcciones más a la última comportan un derroche increíble relacionado con las tecnologías innovadoras utilizadas, con el agravante de generar ‘no lugares¡. Además, con el tiempo requieren unas enormes obras de mantenimiento. El hormigón armado, por ejemplo, se degrada fácilmente, sobre todo si se deja al aire. No se asegura su duración más allá de los ochenta años. No se reflexiona suficientemente sobre el hecho de que, antiguamente, incluso los materiales lapídeos como el mármol pario del Partenón estaban protegidos con revoque o encalado y pinturas”, afirma el arquitecto Lomonte.
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