Hoy quisiera recordar a Carlos I, emperador de Austria. El pasado 1 de abril se conmemoró en Madeira el centenario de su muerte, hecho que apenas fue resaltado por los medios españoles. El único periodista que habló de tal evento fue don Ramón Pérez-Maura en su columna En el centenario de un santo del diario El Debate, donde describió el evento perfectamente.
A día de hoy, y sobre todo para el gran público, es un personaje desconocido, por lo que hablaremos a continuación un poco sobre él.
Carlos, hijo del archiduque Otto Francisco de Austria y de la princesa Maria Josefa de Sajonia, nació el 17 de agosto de 1887. Su tío abuelo era el emperador de Austria y rey de Hungría, Francisco José, y por supuesto, la línea de sucesión le quedaba lejos. Sin embargo, tras la muerte del archiduque Rodolfo y más adelante, tras el asesinato en Sarajevo de Francisco Fernando (1914), Carlos se convirtió en heredero.
Carlos estuvo en la escuela de oficiales entre 1906 y 1908, y estudió ciencias políticas y derecho. En 1911 se casó con Zita de Borbón-Parma. Durante este tiempo Carlos no había sido preparado como futuro emperador, sin embargo, el asesinato de Francisco Fernando lo dejó como heredero directo y fue entonces cuando el emperador Francisco José lo preparó para su futuro cometido. No obstante, su educación como futuro emperador se vio comprometida por sus tareas militares. Carlos, durante la Primera Guerra Mundial, ejerció como mariscal de campo, primero en Italia y luego como comandante en el frente oriental.
En 1916, muere Francisco José y Carlos asciende al trono como Carlos I de Austria y IV de Hungría. En 1917 trató de conseguir la paz con los Aliados, pero eso suponía darle a Italia sus reivindicaciones políticas y dar la independencia a los diferentes grupos étnicos que componían el Imperio, por lo que la negociación por la paz quedó frustrada. En este tiempo, la política de Carlos también destacó por sus iniciativas sociales y por poner en práctica, en tiempos de dificultad, la doctrina social de la Iglesia.
El 11 de noviembre de 1918 se firmó el armisticio, al día siguiente se proclamó la República Austríaca y el día 16 la República Democrática de Hungría. Con sus territorios partidos y viéndose desposeído del trono, Carlos marchó al exilio, no sin antes mostrar su rechazo ante la decisión de la Asamblea de Austria. Carlos nunca renunció al trono oficialmente y, por ello, la Asamblea declaró la Ley Habsburgo que les prohibía volver a Austria y reclamar su trono. Además, con esta ley, se les confiscaban todas sus propiedades en Austria.
En 1921 el Emperador Carlos intentó recuperar el trono húngaro en dos ocasiones, pero no fue posible y tras estas acciones, el Consejo de Potencias Aliadas decidió exiliarlo a su familia y a él en Madeira, desde donde lo custodiarían, pues temían un nuevo intento por volver al trono.
Madeira sería su final, pues allí moriría el 1 de abril de 1922 de una neumonía a los 34 años. Con él concluiría la saga de los Habsburgo en Austria, los cuales la gobernaron desde el siglo XIII.
El papel de Carlos en la historia va mucho más allá del hecho político, pues su función como pacificador y sus decisiones como gobernante fueron reconocidas por la Iglesia, que señaló que su gobierno siempre estuvo inspirado por la enseñanza social católica y por ser el inspirador de una política que pervive a día de hoy. Por todo ello, fue beatificado el 3 de octubre de 2004 por el papa San Juan Pablo II que estableció la festividad del Beato emperador Carlos el 21 de octubre, pues esta fue la fecha en la que tuvo lugar su matrimonio con la princesa Zita.
La importancia del personaje, como vemos, es capital para la historia del siglo XX. Hungría envió a la conmemoración del pasado 1 de abril al vicepriministro Zsolt Semjén, al cardenal arzobispo de Budapest y al embajador de Hungría en París, entre otros. Sin embargo, ningún representante austríaco fue capaz de acudir al evento, supongo que no les parecerá un personaje de entidad. Son las cosas del progreso.
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