Si hay algo que se identifica con la Tradición es la religión católica, de ahí que sea con ella con la que se apliquen con más virulencia las fuerzas disolventes de nuestra época.
Conocedora de tal cuestión y en su afán de supervivencia, la Iglesia -lejos de presentar batalla- apuesta por adaptarse de manera desesperada a los nuevos tiempos, todo lo cual, lejos de fortalecerla, está acelerando su declive.
Por supuesto, siempre se podrá decir (ingenuamente, desde luego) que el Concilio Vaticano II marcó un hito decisivo en tal declive, cuyo corolario habría sido la nada clara «abdicación» de Benedicto XVI y la no menos elección de Francisco.
El problema, sin embargo, viene de lejos, con un modernismo que lleva infectando el Vaticano desde mucho antes, al punto de haber alcanzado la situación actual un enquistamiento total.
Sea como fuere, la Iglesia hoy aparece actúa con grandes dosis de sumisión frente a los muy luciferinos poderes mundanos, en un proceder sinsentido que recuerda al de aquél que para sobrevivir parece dispuesto incluso a dejarse matar.
Ricardo Herreras
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