Es frecuente la presencia en muchos de nuestros pueblos y ciudades de esos impersonales monumentos dedicados al «soldado desconocido», auténticos monumentos al igualitarismo y democratismo alejados del más elemental respeto a nuestros caídos.
La verdadera maldad del liberalismo radica en el terreno económico en la instauración de la propiedad anónima del capital, frente a la propiedad familiar, y en el terreno político en la proclamación de la autoridad anónima mediante el sufragio universal, en sustitución de la autoridad personal del antiguo régimen.
Efectivamente, tanto la Revolución Francesa, como todas las posteriores revoluciones políticas, económicas y sociales, no han hecho más que profundizar en el anonimato y la confusa igualdad entre los integrantes del pueblo, y así, es frecuente que en lugar de rendir homenaje y exaltación a los grandes héroes que fueron capaces de vencer en la guerra, ya fueran de origen noble, o de origen modesto y surgidos del pueblo, rindamos homenaje a héroes anónimos a los que nunca podremos emular por cuanto sus vidas ejemplares son hurtadas al común conocimiento.
La revolución siempre está empeñada en igualar lo desigual, y equipar la virtud al vicio, la heroicidad a la cobardía, lo bello a lo horrendo, la bondad a la maldad, es decir, borrar de nuestra memoria todos aquellos ejemplos de santos, héroes, y personas ilustres que nos deberían servir de ejemplo.
El democratismo es un mal que padecemos y que ha convertido al pueblo en anónimo, en mero número que aporta su trabajo para enriquecer al capital, y aporta su número para permitir el conteo de unos votos que auparán al poder a unos partidos frente a otros, aunque siempre con un programa común.
Ese «soldado desconocido» en realidad representa al pueblo anonimizado y olvidado por la revolución, enajenado de sus atributos naturales, y convertido en mero número integrante de la masa informe. El liberalismo, y el democratismo revolucionario instauraron el anonimato, primero en la economía, después en el poder política, y por último en el terreno personal; sin embargo sabemos que Dios nos llamará por nuestro nombre, y nos juzgará por nuestras acciones, por eso los carlistas rendimos tributo a nuestros mártires recordando aquello de «ante Dios no serás héroe anónimo».
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