Los católicos basamos nuestra fe y nuestro obrar en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia. De ahí que debamos ser fieles a ese Magisterio, que es quien interpreta correctamente la Tradición y la Escritura.
Salirse de ahí es pecar contra la unidad de la Iglesia. Y el Señor Jesús oró al Padre para que todos fuésemos uno en la fe, en la caridad y en la esperanza.
Cuando hablo de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia no me refiero solamente a aquellos puntos o aspectos que más nos pueden gustar, porque esto no va de gustar o no gustar. Va de ser fieles a todo el Cuerpo de la Iglesia, cuya Cabeza es Nuestro Señor Jesucristo, el cual no engaña ni puede engañar.
Es evidente la capital importancia que tiene toda la Sagrada Escritura para la vida de los cristianos y de la Iglesia en general. Y también debería ser evidente y manifiesta la importancia decisiva de la Tradición viva y del Magisterio de la Iglesia. Por eso, para nuestra formación, es bueno leer, estudiar y meditar toda la Tradición Eclesial y no solo lo que en un momento determinado está de moda o se estila.
Aunque es cierto que, según las necesidades y los retos de cada tiempo, a veces se ponga más énfasis en unos aspectos que en otros, pero una cosa no quita la otra. ¿Cómo no leer la Didajé, los escritos de los Padres desde los primeros siglos hasta la actualidad, cómo no leer a San Agustín, a San Anselmo, a Santo Tomás de Aquino, a Santa Teresa de Jesús, a San Francisco de Asís, a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, a Santa Teresita, a los santos y santas de ayer y de hoy?¿Cómo no empaparnos de la Doctrina de la Iglesia, que se expresa solemnemente en los Concilios Ecuménicos o cuando el Papa habla ex cathedra?¿Cómo no escuchar la voz de las gentes que buscan un sentido a sus vidas, que buscan el amor verdadero, la paz, la Salvación, la felicidad, la verdad, la verdadera libertad?
Pongo un ejemplo ilustrativo: en el prefacio o introducción de los documentos del Concilio Vaticano II se lee que el Concilio recoge principalmente la doctrina del Concilio Vaticano I y del Concilio de Trento, aunque da a sus documentos un carácter eminentemente pastoral. El Vaticano II no hizo tabla rasa de la doctrina y la praxis anterior de la Iglesia, pero quiso escuchar a los hombres y mujeres del siglo XX para poder transmitirles una palabra de consuelo, de luz, de vida, de Salvación. Tras los grandes Papas Juan XXIII y Pablo VI, Dios nos regaló a Juan Pablo I, al Magno San Juan Pablo II, al Doctor Benedicto XVI, y desde el año 2013 al Santo Padre Francisco, actual Obispo de Roma, por quien hemos de orar tal y como insistentemente él mismo nos pide. Y además de orar le debemos obediencia y respeto por ser el Sucesor de San Pedro, el Vicario de Cristo, el Dulce Cristo en la tierra. Si los católicos no amamos ni hacemos caso al Papa,¿qué clase de católicos somos?¿Cómo decir que somos plenamente miembros de la Iglesia si no vivimos en comunión de fe y amor con el Papa y con los legítimos Pastores del Pueblo de Dios?
Ésta es la verdadera Tradición: la que arranca de Jesucristo y luego nos fué transmitida fielmente por los Apóstoles y sus Sucesores. Y dado que la Iglesia no es un cuerpo muerto, sino un organismo vivo, que nadie se espante si a veces algunos se pasan de la raya o no llegan. Es necesario y bueno que nos atengamos a la sana y santa Doctrina de la Iglesia, que no es invención de ningún hombre, sino obra de Dios. El Sínodo acerca de la Sinodalidad que, si Dios quiere, concluirá en octubre de 2023 nos ayudará a tomar conciencia de que somos Pueblo de Dios en camino hacia la Casa del Padre, nuestra definitiva patria, pues aquí no tenemos morada permanente sino que andamos en busca de la futura, (tal y como afirma el autor de la Carta a los Hebreos).
Vivamos, pues, en comunión, participación y misión todos los miembros de la Iglesia, haciendo presente en medio del mundo el reinado de Dios, que es Amor y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. ¡Seamos fieles a Jesucristo y a su santa Iglesia extendida por toda la tierra!
José Vicente Martínez, Sacerdote.
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