En algunos lugares de nuestra geografía todavía se suele celebrar la fiesta del Corpus Christi en uno de aquellos tres jueves que relucían más que el sol.
Más tarde, para facilitar que los fieles asistiesen a la Misa y a la procesión con el Santísimo Sacramento, se creyó conveniente celebrar la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en domingo, y de paso dar mayor facilidad a los feligreses para que pudiesen participar en la Misa del domingo de Corpus a lo largo de todo el domingo, o bien el sábado por la tarde, o incluso por la noche, pues en algunos lugares se hacía y todavía se hace una Vigilia Nocturna para alabanza y honor del Santísimo Sacramento del Altar.
Por regla general, el domingo de Corpus (si es que se puede llamar así) se celebra la Eucaristía solemnemente y a continuación tiene lugar la procesión con el Santísimo Sacramento.
¿Cómo separar históricamente las tradiciones religiosas de España del conjunto de su historia?
En la práctica es imposible.
Decía el gran Pablo VI: «una fe que no se hace cultura es una fe débil que no ha arraigado lo suficiente en los hombres y en los pueblos»
En líneas generales, ésto no puede decirse de la mayoría del pueblo español, pues las tradiciones católicas penetraron en nuestro país de forma que los ciudadanos las acogieron e incluso las enriquecieron notablemente.
Pienso ahora, por ejemplo, en el Corpus de Toledo, de Sevilla, de Valencia, de Madrid, pero también en ciudades y pueblos no tan poblados de la geografía nacional.
Bastante se ha escrito de la devoción del pueblo español a la Inmaculada Concepción, que es Patrona de España desde el año 1760.
Algo que se ha estudiado menos es la devoción de los españoles a la Santísima Eucaristía, celebrada y adorada.
Y éso es precisamente lo que hacemos en el día de Corpus: celebrar la Santa Misa que es el memorial de la Pascua de Cristo, y salir a las calles y a las plazas acompañando a Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Es el mismo Señor Jesús a quien adoramos y acompañamos en la procesión del Corpus, y generalmente suelen participar la mayoría de feligreses de nuestras parroquias, los religiosos y religiosas, los niños y niñas de Primera Comunión, los miembros de las diversas Asociaciones Eucarísticas tales como la Adoración Nocturna Masculina y Femenina, los Tarsicios y demás grupos y asociaciones eclesiales, las Cofradías, las Hermandades, sobre todo si son de carácter eucarístico.
Para que quede bien claro: no sacamos en procesión la imagen de un santo, ni de la Virgen María, ni la Cruz, sino a Jesucristo, real, verdadera y substancialmente presente en el Sacramento de los Sacramentos: la Eucaristía.
Tras la Misa se coloca la Sagrada Forma Consagrada en la custodia para que todo el mundo la pueda ver, adorar, dar gracias, pedir, rogar, suplicar.
¿Qué es lo primero que debemos hacer?
Darle gracias al Señor que ha querido quedarse entre nosotros bajo las sagradas especies del pan y del vino eucaristizados.
Ponernos de rodillas a su paso para adorarle dignamente, como solo Él se merece.
(Las más duras batallas se ganan de rodillas ante el Señor)
Y mientras vamos desfilando acompañando al Salvador, cantamos y rezamos para bendecirle y pedirle toda clase de bienes para nosotros y para los demás, sobre todo para quien más los necesita.
Este es el quid de la cuestión: que necesitamos a Jesucristo para vivir como hijos de Dios y como hermanos los unos de los otros, pero preferimos quedarnos parados y sin hacer nada para crecer en la fe de la Iglesia y en el amor cristiano; para dar a conocer a Cristo y su Palabra de Vida a los demás.
Nos limitamos a una sencilla religiosidad a la carta que suponga ritos y ceremonias que no nos comprometa demasiado.
Quizá por eso hemos fracasado en la Iglesia en nuestra pastoral si solo se reduce a ir a Misa los domingos, a rezar no demasiado y a no llamar la atención ni que nadie nos señale con el dedo por el hecho de que somos seguidores del único y verdadero Maestro, que es Jesucristo.
Por eso, no sé si fiarme o no, los resultados de las últimas encuestas de opinión (del año 2021) sacaban a la luz que casi la mitad de la población española ha dejado de ser cristiana, no practica ni vive la fe en comunidad, etc.
La otra mitad se declaraba creyente «a su modo» u ocasionalmente: para ir a un entierro o a un bautizo, o a unas Primeras Comuniones, y pare Usted de contar.
Ya nada más.
El Papa emérito Benedicto XVI ya lo advirtió cuando era cardenal: los cristianos llegaremos a ser una minoría en la mayoría de países; de ahí que hoy nuestro testimonio de Cristo deba ser más verdadero, profundo y radical.
También nos lo recuerda con frecuencia el Papa Francisco: no es que debamos alegrarnos de ser menos en número; lo que interesa es que lo arriesguemos todo por el Señor, y todo es todo, la totalidad de lo que somos y lo que tenemos.
Pero, ¿cómo vamos a ser la sal de la tierra y la luz del mundo si tenemos miedo de manifestarnos cristianos en nuestros ambientes habituales?
Ciertamente debemos cuidar la fe y la esperanza de los que todavía son creyentes y participan en la vida de la Iglesia; pero al mismo tiempo debemos alentar a la misión cristiana, no por proselitismo sino por convencimiento, para ganar almas para Cristo, para poder vivir santamente y ayudar a otros a tender hacia la Santidad.
Y para ello es necesario participar en la Eucaristía: liturgia de la Palabra y liturgia eucarística,
que nos empujarán a ser cristianos de verdad, no solo con palabras, sino con obras y palabras, amando y sirviendo a todos, sobre todo a los más débiles.
Si nos convertimos de verdad al Señor daremos un buen testimonio de nuestra fe, de nuestra caridad y de nuestra esperanza cristianas.
¡Ánimo a todos los cristianos españoles y a los creyentes que han venido de fuera a vivir y trabajar entre nosotros!
El Señor nos ha preparado su mesa para que con su Palabra seamos iluminados y con su Cuerpo seamos robustecidos.
Y antes y después postrémonos ante el Santísimo Sacramento para adorarle, bendecirle, rogarle, pedirle por España y por todo el mundo, para que nos conceda vivir en la fe, en el amor verdadero, en la paz, en la verdad y en la santa libertad de los hijos de Dios, en el respeto y en la comprensión.
Todos los días deberíamos pedírselo a Dios, pero especialmente el día del Corpus, día grande, festivo y solemne, día para adorar y cantar al Amor de los Amores y para amar y servir a los pobres y a todos los hermanos.
Donde sea posible, participad en la Santa Misa y en la solemne procesión del Corpus, dando así un humilde y valiente testimonio de nuestras Fe, el mayor don que el Señor nos ha dado.
Santo y felíz día del Corpus a todos, en España y fuera de ella.
¿Pasará el día del Corpus como un día cualquiera?
Rezo al Señor para que no sea así
P. José Vicente Martínez
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