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RESEÑA: Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación

Tratado de la oración y meditación, uno de los títulos clásicos de la veterana colección Neblí de Rialp, llega ahora a su quinta edición, por lo que podemos disfrutar nuevamente de esta pequeña obra maestra de la literatura ascética española escrita por el franciscano extremeño san Pedro de Alcántara.

Juan de Sanabria, verdadero nombre de nuestro santo, nació en Alcántara en 1499, hijo del corregidor de la ciudad Juan Garavito y de María Vilela de Sanabria. Tras cursar gramática y filosofía en su pueblo viaja a estudiar leyes en la Universidad de Salamanca. Abandonó los estudios en 1515 para ingresar en la Orden Franciscana en el convento de San Pedro de los Majarretes, cerca de Valencia de Alcántara, provincia de Cáceres (allí tomó el nombre de Pedro de Alcántara). En el año 1524 es ordenado sacerdote. Aunque la mayor parte de su actividad la llevó a cabo en Extremadura, visitó varias veces a Portugal y viajó a a Niza en 1535 para asistir al capítulo general de la Orden. Cuando se dirigía a Mantua en 1541 cayó enfermo y tuvo que reposar en Barcelona, ciudad en la que conoció a Francisco de Borja. En 1560 se encuentra con Santa Teresa en casa de la dama Guiomar de Ulloa y trata sobre la fundación del convento de Arenas. Entre ambos nace una sincera amistad —la santa le dedica tres capítulos de su biografía— que se manifiesta en la ayuda mutua y el asesoramiento en asuntos referentes a la reforma carmelita. Hasta su muerte, acaecida en octubre de 1562, el santo permaneció en Arenas de San Pedro entregado con fervor sus labores de apostolado y contemplación.

La intensidad de sus prácticas ascéticas y la sencillez de su existencia las describe santa Teresa de Jesús en su Libro de la Vida: «Me dijo, si mal no recuerdo, que en los últimos cuarenta años no había dormido más de una hora y media por día. Al principio, su mayor mortificación consistía en vencer el sueño, por lo cual tenía que estar siempre de rodillas o de pie […] Estaba acostumbrado a comer una vez cada tres días y se extrañó de que ello me maravillase, pues decía que era una cuestión de costumbre. Uno de sus compañeros me contó que algunas veces no comía en toda la semana; probablemente eso sucedía cuando estaba en oración, porque solía tener grandes arrebatos y transportes de amor divino, de uno de los cuales yo misma fui testigo. Desde su juventud, había practicado la pobreza con el mismo rigor que la mortificación […] Cuando yo le conocí era ya muy viejo y su cuerpo estaba tan débil y vacilante, que parecía más bien hecho de raíces y corteza de árbol que de carne».

Porque este tratado breve habla de oración y meditación, será bien decir en pocas palabras el fruto que de este santo ejercicio se puede sacar, porque con más alegre corazón se ofrezcan los hombres a él.

Notoria cosa es que uno de los mayores impedimentos que el hombre tiene para alcanzar su última felicidad y bienaventuranza, es la mala inclinación de su corazón, y la dificultad y pesadumbre que tiene para bien obrar; porque a no estar ésta de por medio, facilísima cosa le sería correr por el camino de las virtudes y alcanzar el fin para que fue criado. Por lo cual dijo el Apóstol (Rom.7,23): Huélgome con la ley de Dios, según el hombre interior; pero siento otra ley e inclinación en mis miembros, que contradice a la ley de mi espíritu. Y me lleva tras sí cautivo a la ley del pecado. Ésta es, pues, la causa más universal que hay de todo nuestro mal. Pues para quitar esta pesadumbre y dificultad y facilitar este negocio, una de las cosas que más aprovechan es la devoción. Porque (como dice Santo Tomás) no es otra cosa devoción sinos una prontitud y ligereza para bien obrar, la cual despide de nuestra ánima toda esa dificultad y pesadum y nos hace prontos y ligeros para todo bien. Porque es una refección espiritual, un refresco y rocío del cielo, un soplo y aliento del Espíritu Santo y un afecto sobrenatural; el cual, de tal manera regla, esfuerza y transforma el corazón del hombre, que le pone nuevo gusto y aliento para las cosas espirituales, y nuevo disgusto y aborrecimiento de las sensuales. Lo cual nos muestra la experiencia de cada día, porque al tiempo que una persona espiritual sale de alguna profunda y devota oración, allí se le renuevan todos los buenos propósitos; allí son los favores y determinaciones de bien obrar; allí el deseo de agradar y amar a un Señor tan bueno y dulce como allí se le ha mostrado, y de padecer nuevos trabajos y asperezas, y aun derramar sangre por Él; y, finalmente, reverdece y se renueva toda la frescura de nuestra alma.

Y si me preguntas por qué medios se alcanza ese poderoso y tan notable afecto de devoción, a esto responde el mismo santo doctor diciendo: que por la meditación y contemplación de las cosas divinas; porque de la profunda meditación y consideración de ellas redunda este afecto y sentimiento acá en la voluntad, que llamamos devoción, el cual nos incita y mueve a todo bien. […]

Tratado de la oración y meditación, cuya primera edición conocida data de 1556 o 1558, es una reelaboración y resumen que san Pedro de Alcántara llevó a cabo sobre la obra homónima y mucho más extensa (Libro de la oración y meditación, Salamanca, 1556) del fraile dominico Luis de Granada (1504-1588), a la que añade además su rica experiencia espiritual y contemplativa. Como su modelo, esta obra es esencialmente didáctica y en ella se pretende tanto servir como manual de iniciación a la meditación como infundir el temor de Dios y ofrecer un modelo de vida santa. Con el fin de llegar al máximo número de lectores está escrito en un estilo muy llano, de modo que la lectura en la actualidad no presenta dificultad alguna. El Tratado, obra extraordinariamente representativa dentro del género de guías espirituales, alcanzó una gran popularidad en su época tanto en España como en América y tuvo al menos veinte ediciones en el último tercio del siglo XVI. En esos mismos años aparecieron otras cuatro ediciones en Lovaina, cuatro en latín en Colonia, una versión catalana en Barcelona y algunas en Roma, Florencia y Venecia. Además de fray Luis de Granada, Alcántara fue un atento lector de san Agustín, santo Tomás, san Buenaventura, Francisco de Osuna y de la Guía espiritual (1551) de Ludovico Blosio.

Siquiera muy brevemente, hay que recordar a qué nos referimos cuando hablamos de ascética y de mística acudiendo a un olvidado y magnífico libro de Pedro Sáinz Rodríguez (Espiritualidad española, 1961): «La Teología ascética tiene como objeto propio los objetivos que debe practicar todo cristiano que aspire a la perfección. Esta se logra ordinariamente elevando el alma durante el transcurso de tres etapas: en la primera, el alma se libra del pasado por la penitencia y la mortificación; después, se desarrollan en ella las virtudes por la oración y la imitación de Cristo; finalmente, el alma progresa en al amor divino y llega a la unión habitual con Dios». Y continua más adelante: «No se trata en esta espiritualidad de los llamados estados extraordinarios, que son materia de la Teología mística. […] En la ascética es el alma la que, ayudada por la gracia, se eleva hacia Dios por medio de la voluntad y su propio esfuerzo. En la mística es Dios el que penetra en el alma sin que ésta manifieste otra actividad que la de recibir y saborear este don». Es claro, por tanto, que esta obra de san Pedro de Alcántara se inscribe muy claramente en la categoría de obras ascéticas. El Tratado comienza ensalzando las excelencias que se obtienen de la oración. Siguen dos series de meditaciones, para cada día de la semana: la primera, con las verdades fundamentales de la fe; la segunda, sobre la Pasión. Explica lo que es la devoción, los medios para alcanzarla, los obstáculos y las tentaciones que se dan y los remedios para vencerlas. La obra finaliza con una serie de consejos para los principiantes que comienzan la aventura de la oración personal.

Gran clásico de la literatura espiritual española, Tratado de la oración y meditación es una obra que se lee con placer y provecho. Y también con curiosidad.

Puntuación: 5 (de 5)
Rialp Ediciones (5ª edición, 2022)
Colección: Neblí, 18 | Prólogo: Santiago P. Simón
176 págs.

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La meditación es el medio para llegar a la contemplación. Aunque el camino resulte duro y exija esfuerzo, es mucho el fruto que obtiene quien la practica. Tras ponderar sus ventajas, el autor ofrece dos series de meditaciones para cada día de la semana sobre la fe y la Pasión de Cristo. Luego expone con lucidez las partes de la oración, algunos consejos para obtener fruto y los obstáculos que suelen presentarse. El Tratado contiene gran parte de su doctrina espiritual. (Sinopsis de la editorial)

San Pedro de Alcántara (1499-1562), sacerdote franciscano, contribuyó a reformar y mantener la pureza original de su Orden. Años más tarde eligió la vida eremítica y adquirió fama de santidad. A él acudieron en busca de consejo numerosas personas, entre ellos Carlos V y san Francisco de Borja. Dirigió espiritualmente a santa Teresa. Fue canonizado en 1669.

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José Luis es el administrador del sitio web https://librosdecibola.wordpress.com/ que difunde la gran literatura (preferentemente cuento y ensayo), con especial atención a autores españoles e hispanoamericanos.

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