Ya van más de cuatrocientas oenegés en Nicaragua a las que el gobierno sandinista las ha despojado de su personería jurídica. Muchas de ellas de origen extranjero y en promoción de ideales extranjeros, como aquellas agrupaciones feministas que estaban difundiendo tales ideas, principalmente en la zona rural.

Pero no es que al gobierno le interese preservar los valores tradicionales del pueblo nicaragüense suspendiendo a estas oenegés que promueven antivalores en la sociedad. Todo régimen autoritario, en su prudencia política lo que busca es preservar el poder o anticiparse a las posibles amenazas que puedan socavarle su poder.

Por una parte me alegro de la cancelación de muchas de estas organizaciones, porque sus intenciones no eran otras que minar la sociedad con todo un cúmulo de ideas pervertidas. Pero, por otra parte, el avance autoritario del régimen en la sociedad, nos aproxima al establecimiento de un régimen totalitario donde, al modo de China o Cuba, no haya espacio disponible para la disidencia nicaragüense.

¿Cuál ha sido la causa (o por lo menos una) del establecimiento en el poder del sandinismo? Se habrían extenuado las probabilidades del retorno del sandinismo y su consecuente establecimiento en el poder, si hubiera existido una oposición consolidada. Uno de los principales problemas del subsistema de partidos políticos nicaragüense ha sido la insuficiente credibilidad de estos partidos antisandinistas. Y uno de los rasgos más característicos de tales agrupaciones, ha sido su escaso sentido de nación. Muchos de los supuestos líderes de partidos nunca comprendieron que necesitan anclarse en las profundidades de la cultura nicaragüense exaltando y promoviendo lo que es autóctono.

Tanto los partidos tradicionalmente antisandinistas, los sandinistas disidentes y los nuevos grupos nacidos del 2018, comparten una conducta: pedir que sea Estados Unidos o cualquier organización diplomática como la OEA los que se encarguen de los problemas políticos que estos partidos deberían de afrontar. Las sanciones que Estados Unidos impuso a funcionarios y personas allegadas a los Ortega – Murillo fueron cabildeadas y promovidas por los supuestos opositores. Esto demuestra el poco compromiso patriótico de estas entidades y sus dirigentes, porque, por mucho que estemos sometidos a un gobierno autoritario, no se le debe pedir al enemigo histórico, al que ha invadido tantas veces el país a que sea él, nuevamente el que acabe con otro gobierno de la región. En este sentido es aún más despreciable que sean los mismos políticos nicaragüenses los que promuevan una irrupción extranjera en la política nacional. Con ello nos queda claro lo impotente que han sido estos dirigentes antisandinistas para afrontar los grandes problemas de nuestra vida política. 

Un cambio de gobierno debe comenzar por el compromiso patriótico, siendo que los mismos nicaragüenses debamos resolver nuestros problemas sin recurrir a Estados Unidos, de quien tenemos constancia histórica de las tropelías que han hecho en nuestro país, pues los gringos no tienen amigos: solo tienen intereses, y mientras tengan la posibilidad de conseguirlos, se van a poner la máscara que les sea de utilidad para alcanzar sus fines. Por eso, o bien la oposición es ilusa, o es tonta o sencillamente idiota, pues no saben que los imperialismos como el de Estados Unidos no tienen más objetivos que el de imponer sus propias ideas, conductas e instituciones, bien sea por la fuerza, como en el siglo pasado lo hicieron, o bien por la presión económica o bien, hasta por la vía diplomática. Y aunque es verdad que necesitamos un nuevo gobierno que supere al sandinismo, el cambio, sin embargo, debe atravesar la vena del compromiso con la Patria, un compromiso que claramente le hace falta a la oposición nicaragünese.

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