Estamos en un mes donde se festeja por doquier el orgullo de ser, de decidir, de no tener límites. Un orgullo del que todos, en mayor o menor medida formamos parte al erigirnos señores del bien y del mal, dueños de nuestra propia vida, orgullosos de no deberle nada a nadie y de no tener que dar cuentas a nadie. Y precisamente en este mes, un Corazón; un Sagrado y Divino Corazón, yace olvidado aguardándonos humildemente. En este mes donde se predica que todos tienen cabida, hay un Corazón Sagrado, no sólo olvidado y desdeñado, sino también agraviado. En una sociedad, henchida de un orgullo que pregona a los cuatro vientos, donde cada hombre es, para sí mismo, la medida de todas las cosas; Dios mismo nos muestra Su corazón manso y humilde recordándonos Su amor sin límites. Y es que, por más que se trate de ignorar este mes es y será siempre, el mes consagrado al amor más grande que ha habido y habrá. El mes de un corazón que, ardiendo de amor por todos y cada uno de los hombres se ha salido literalmente del pecho ofrendándose a Sí mismo por nuestra salvación. 

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, aunque fue extendida por Santa Margarita María Alacoque, fue practicada por muchos santos y religiosos de siglos anteriores. De hecho, esta devoción data de la época de Cristo (Mateo 11:28-29) “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Los apóstoles continúan esta devoción, especialmente San Juan, quien tuvo el privilegio especial de recostar su cabeza sobre el pecho de su amado Maestro durante la última cena. 

En plena edad media dicha devoción crece y el Sagrado Corazón de Jesús se convierte en un objeto de especial adoración. Esto se debe en gran parte a las cruzadas. Las batallas por los santos lugares permitieron que, por muchísimas décadas, hombres en su mayoría rudos e iletrados; palparan, tocaran, vieran y estuvieran presentes en la tierra sagrada en la cual Dios mismo; vivió, padeció, murió, fue sepultado y resucitó, al tercer día. Esta conciencia sobre la realidad humana y divina de Cristo, trajo a esos hombres una renovada devoción por el Dios encarnado cuyo Sagrado Corazón fue, como dice San Bernardo de Claraval: “herido por la lanza del centurión quien cavó en los mismos recovecos de Su Sacratísimo Corazón, traspasándolo con la lanza de la rabia; aunque antes ya había sido herido con la lanza del desprecio y la indiferencia”. De ahí que, la devoción al Sagrado Corazón en la edad media tuviera una doble finalidad; adorar el amor infinito y abnegado de Jesús, y reparar el desdén, el rechazo y la frialdad que sufre constantemente Su amoroso corazón.

En el siglo XII, a dos visionarias cistercienses, Santa Gertrudis y Santa Matilde, Jesús les mostró que, su Sagrado Corazón, no es sólo un símbolo utilizado para representar Su amor sino Su corazón real, el mismo corazón que fue traspasado durante Su Pasión y del cual brotó sangre y agua para redención nuestra. 

En 1673, Jesús se aparece a Santa Margarita María Alacoque, a quien le muestra, la imagen más conocida por todos nosotros, Su Sagrado Corazón rodeado de llamas, diciéndole: «Mi Corazón está tan lleno de amor por los hombres que ya no puede contener las llamas de Su amor. Debo descubrir a los hombres los tesoros de Mi Corazón y salvarlos de la perdición». A dicha santa Jesús le permitió descansar su cabeza sobre Su corazón, precisamente el día de la fiesta de San Juan Evangelista; revelándole, además, su deseo de que la devoción a Su Sagrado Corazón fuese extendida, acrecentada y fortalecida a través de una fiesta especial en Su honor. Jesús pidió específicamente que esta fiesta se celebrara el viernes después de la octava del Corpus Christi, que es la fiesta dedicada al Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Santísimo Sacramento. Sus palabras fueron: «Exijo que el primer viernes después de la octava del Corpus Christi sea apartado para una fiesta especial en honor de Mi Corazón; que, en este día, se le repare con especial solemnidad, que los fieles reciban la Sagrada Comunión en reparación por las indignidades que ha recibido en los altares, y prometo que Mi Corazón se expandirá para derramar en abundancia los tesoros del amor divino sobre quienes le rinden este honor”.

La primera fiesta del Sagrado Corazón tuvo lugar en 1670 en Francia. A petición de los obispos franceses, la fiesta del Sagrado Corazón fue extendida a la Iglesia universal en 1856, por el Papa Pío IX. Finalmente, el 11 de junio de 1899, por orden del Papa León XIII, toda la humanidad fue consagrada solemnemente al Sagrado Corazón. El Papa León XIII llamó a este evento «el acto más importante de su pontificado”. Otro dato importante es que, debido a que en María siempre Virgen, se gestó el Sagrado Corazón de Jesús, la fiesta del Inmaculado Corazón de María se celebra justamente al día siguiente a la fiesta del Sagrado Corazón.

Como vemos, junio es el mes que Dios mismo elige para renovar en nosotros, de una manera especial, la devoción a Su Sagrado Corazón. Sin embargo, las devociones particulares reveladas a Santa María Margarita, se pueden practicar todo el año. Una de las más hermosas; es la comunión durante nueve viernes primeros de mes de manera consecutiva, así como la visitación al Santísimo Sacramento. A través de estas devociones adoramos al Sagrado Corazón de Jesús presente en: cuerpo, sangre, alma y divinidad en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. 

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Recordemos que, en cada sacrificio de la santa misa; tiene lugar, durante la consagración eucarística, el milagro de la transustanciación. Esto significa que, aunque el pan y el vino después de la consagración permanecen bajo su mismo aspecto, su sustancia se transforma realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. De hecho, son conocidos los milagros eucarísticos, especialmente el ocurrido en el siglo VIII, a un monje en Lanciano, Italia. Durante una misa, al decir las palabras de la consagración, vio cómo el pan se transformaba en carne humana y la sangre formaba cinco coágulos. Después de tantos siglos, tanto la sangre como la carne han permanecido incorruptas. En 1971 fueron sometidos a un análisis científico en el que encontraron que, la carne pertenece justamente al tejido muscular del corazón. ¡Es el Sagrado Corazón Quien está realmente presente en la Eucaristía!

Pidamos a Dios que nos de la gracia de creer sin necesitad de ver. Que nuestra devoción por El, transforme nuestro corazón de piedra en uno manso y humilde. Dejémonos tocar, quemar por ese corazón que tanto ha amado al hombre. Sólo así podremos reemplazar el orgullo por el verdadero amor, poniendo en Sus manos toda nuestra esperanza y en Su corazón el nuestro; uniéndonos a El de tal manera, que nuestra voluntad sea la suya y no tengamos mayor deseo que adorarle.

En las siguientes entregas abordaremos un episodio histórico sumamente interesante mas desafortunadamente poco conocido, que tuvo lugar durante la revolución francesa; la guerra de la Vendée, en la cual los vandeanos toman como bandera el Sagrado Corazón de Jesús, y cuyas circunstancias políticas e ideológicas guardan, sorprendentemente, una gran similitud con nuestros tiempos. 

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