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Opinión

La guerra del aborto no ha terminado, ¡ni mucho menos!

Por Custodio Ballester Bielsa 

Y fraguaron los altos del Baal que hay en el Valle de Ben Hinnom para hacer pasar por el fuego a sus hijos e hijas en honor del Moloc – lo que no les mandé ni me pasó por las mientes -, obrando semejante abominación con el fin de hacer pecar a Judá (Jeremías 32,35).

Sí, ya sé que la postura oficial de la Conferencia Episcopal -con excepciones como la del obispo de Canarias-, seguida mayoritariamente por la inmensa mayoría del bajo y alto clero y de los fieles, es plegar velas, dar la batalla del aborto criminal por perdida y hacer, de vez en cuando (muy de vez en cuando), alguna alusión piadosa a los principios de la Iglesia sobre la cuestión.

Pero como los enemigos de la Iglesia y de la humanidad aún no dan por terminada esta batalla, no han abandonado las hostilidades: aquí en España quieren aprovechar a tope su paso por el gobierno de la nación, para llegar a los mayores niveles de iniquidad. Y lo hacen por vía de urgencia, porque a ellos les urge muchísimo, están empujando una nueva ley aún más “progresista” del aborto a la que confían que como viene sucediendo, no se opondrá nadie una vez aprobada: ahí tenemos al Constitucional, que como quien nunca ha roto un plato, con su silencio (¡tan eclesiástico!) ha apalancado durante casi doce años una ley que además de propiciar la mayor sangría de población de España mediante miles y miles de asesinatos “legales”, ha emporcado las conciencias primero de la mujeres (porque nos han vendido el aborto como una gran conquista y un excelso derecho de la mujer) y luego de toda la sociedad española. Nos han acostumbrado a vivir con la mayor naturalidad del mundo en la ignominia del aborto que, de avance en avance, ha alcanzado los más altos niveles de atrocidad, poniendo precio a sus despojos órgano por órgano. Buscándole así aún más rentabilidad al imponente negocio del aborto, cuyo crecimiento es exponencial en cuanto adquiere la forma de infanticidio.

Por cierto, este nuevo proyecto de ley, tan progresista, no se ha ocupado de prohibir la venta de órganos de los bebés abortados en los últimos meses (¡o días!) del embarazo, que es cuando alcanzan su mejor precio. Claro, si es su cuerpo (el de la mujer, digo), la mujer puede hacer con él lo que quiera. Claro, claro, es su cuerpo y tiene todo el derecho de venderlo a trozos si le apetece. Lo de “vender su cuerpo” (el auténticamente suyo) a ratos, ya no podrá hacerlo a partir de la ley que preparan contra la prostitución, persiguiendo a los compradores de esos servicios. No, no tienen previsto perseguir a los compradores de órganos de bebés “abortados”. Son así de coherentes.

¿Y ha habido una reacción bravía por parte de nuestros pastores para frenar tamaña felonía? ¿Ha movilizado la Iglesia sus divisiones (entre ellas, la televisión de los obispos, 13Tv) para presentarse en el campo de batalla ni que sea por dignidad? ¿Tiene previsto nuestro alto clero dar una respuesta proporcional al ataque?

¿Cómo se va a liar los pobres en esas batallas absurdas y estériles, abandonando los sagrados principios de pacifismo, mansedumbre, inclusividad, resiliencia y todas esas virtudes maravillosas que nos ha enseñado el mundo?

Pues no, parece que los generales que están al frente de esta batalla, no se han enterado aún de por dónde les vienen los tiros; y menos se enteran de la gran trascendencia que tienen para el Pueblo de Dios y para toda la humanidad, cada uno de los pasos que se están dando para marcar en la sociedad (y sobre todo en la mujer) a sangre y fuego la “bondad” de un aborto que consideran que será tanto más bueno para la mujer y para toda la sociedad, cuanto más extremo sea. Es que, siendo horrible el tema del aborto se mire por donde se mire, lo más horrible es esa reforma profunda de las conciencias, mediante la presentación del aborto (llamémoslo mejor aborto-infanticidio) como un gran bien con el que debe adornarse toda mujer que se precie, como una de las grandes conquistas del Nuevo Orden Mundial para el que tantos mitrados sólo tienen buenas palabras.

Sí, cada vez está más claro por dónde nos vienen los tiros. El aborto empezó siendo una discutible cuestión de embriones que se podían confundir fácilmente con un montón de células todavía desorganizadas. Y ahí estuvo el debate “científico” sobre los niveles de desarrollo y sensibilidad de esa extraña cosa biológica… Y la clerecía, abrazándose a ese debate y rehuyendo el auténtico debate, el moral. Y hoy está clarísimo que tras el primer aborto, tan timorato, venía la “plenitud” del aborto, que cada vez más reclama el nombre de infanticidio; venía, en el otro extremo de la vida, la eutanasia, y dentro de ésta, como razón suprema, la enfermedad: máxima justificación de los abortos más audaces para abrirle el paso, dentro de la misma filosofía, a la eutanasia de los enfermos más graves.

Queda entonces la definición de la gravedad, en manos de los jueces de bata blanca ahora, como antes lo estaba en manos de los SS en Auswitch: igual que en la eutanasia ordinaria y en los abortos avanzados, es decir en los infanticidios.

Efectivamente, cada vez está más claro que las leyes y las políticas en torno al aborto son la matriz de la diabólica operación de ingeniería social (y sobre todo moral) a la que nos están sometiendo. Por eso necesitan ir perfeccionando esa matriz que nos capacitará para asumir aberraciones cada vez más monstruosas en lo que tienen planteado como políticas de administración de la vida (¡y la muerte, claro!). Ya todo el sistema sanitario funciona sobre una base meramente administrativa en cuanto al momento de aplicación de los cuidados paliativos extremos:
ahí ya no queda sitio para la moral. La ingeniería de las conciencias funciona como un reloj. Sobre todo, cuando los que deberían liderar la resistencia son generosamente subvencionados por aquellos a los que deberían combatir.
Hemos retrocedido tres mil años. Volvemos a estar en los tiempos en que las mujeres cananeas tenían a gala sacrificar sus hijos recién nacidos a Baal-Zebú y a Moloc, dioses de la tierra, realmente demonios, al fin y al cabo. Dios consideró entonces de justicia arrancar de la faz de la tierra a esos malvados para darle las tierras a su pueblo Israel:

Adoraron sus ídolos
y cayeron en sus lazos.
Inmolaron a los demonios
sus hijos y sus hijas.
Derramaron la sangre inocente,
la sangre de sus hijos e hijas,
inmolados a los ídolos de Canaán,
y profanaron la tierra con sangre.
Se mancharon con sus acciones
y se prostituyeron con sus maldades.
La ira del Señor se encendió contra su pueblo,
y aborreció su heredad (Salmo 106)

Y como la palabra de Dios es viva y eficaz, se cumplió entonces y se cumplirá también ahora por muchos paños clientes con los que queramos dorar la píldora para narcotizar al pueblo fiel. Abandonamos la primera trinchera sin pegar un tiro y las que quedan resulta materialmente imposible defenderlas ya.

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Por Custodio Ballester Bielsa 

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