El próximo día 19, si Dios quiere, celebraremos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,aunque en algunos lugares todavía se conserva la costumbre de celebrar la fiesta el jueves, este año el día 16 de junio (el Corpus Christi)
¿Y qué es lo que celebramos?
Celebramos a Jesucristo, que en el Sacramento de la Eucaristía está presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad para darnos vida plena, vida eterna, para regalarnos salvación, esperanza, felicidad, alegría y todas las demás virtudes que necesitamos para peregrinar mientras estamos en este mundo hasta que lleguemos al hogar del Cielo.
Ciertamente la Eucaristía es el Sacramento de los Sacramentos, pues en los demás se nos da la gracia, pero en éste se nos da al Autor de la gracia, que es Dios mismo.
Así es que no solo asistimos como espectadores pasivos a la celebración cada vez que tomamos parte en la Santa Misa, sino que comemos el Cuerpo de Cristo y bebemos su Sangre preciosa derramada para el perdón de nuestros pecados.
¡Qué don tan grande, tan inmenso, tan estupendo por parte de Dios hacia todos nosotros!
Es Cristo que se nos da en comida y bebida espiritual para que vivamos en comunión con Él y con todo su Cuerpo, que es la Iglesia.
Quien tiene fe lo comprende y lo vive de forma que se admira grandemente y bendice a Dios. Quien no tiene fe no entiende nada ni tiene motivos para agradecer al Señor que se haya quedado entre nosotros bajo las especies del pan y del vino.
En medio de nuestra sociedad que cada vez se aleja más de Dios o bien le da la espalda, en este día del Corpus los católicos reafirmamos nuestra fe en el Señor Jesús, el Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María, nuestro hermano, nuestro Salvador, nuestro mejor amigo.
El mismo Jesús nos dijo (podemos leerlo en el evangelio de San Juan): «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre, y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo»
En aquel tiempo, muchos se escandalizaron de esas palabras tan claras y rotundas pronunciadas por el Salvador, de tal manera que, a partir de ese momento, muchos consideraron que había perdido el juicio y no sabía lo que decía; así es que dejaron de ir tras Él.
Jesús se volvió hacia sus Apóstoles y les preguntó:
-¿También vosotros queréis marcharos?
Y Simón Pedro respondió:
-Señor, ¿a quién iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios.
Y permanecieron con Él los que siguieron creyendo en Él.
Hoy, más de 2000 años después de lo acontecido en ese episodio, los creyentes proclamamos con fe viva, con una gran esperanza y con un ardiente amor que solo en Jesucristo está la salvación y la vida en plenitud.
De ahí que necesitemos alimentarnos de las Dos Mesas que se dan en toda Misa:
- 1.- La Mesa de la Palabra y
- 2.- La Mesa de la Eucaristía.
En la primera, tras los ritos iniciales, se proclama la Palabra de Dios y todos escuchan con los oídos del corazón. Particular importancia tiene la proclamación del Evangelio en cada celebración, pues es el mismo Cristo quien actúa y habla. Se trata de una palabra no meramente informativa, sino performativa, pues configura nuestra vida a la luz de la voluntad divina. Tras la Profesión de Fe (el Credo) y las preces u oración universal, da comienzo la liturgia eucarística con la presentación de los dones, el prefacio, la Plegaria Eucarística (el relato de la institución), etc. Quien preside la celebración (un sacerdote válidamente ordenado) hace las veces de Cristo Maestro, Sacerdote y Pastor, y sólo él pronuncia las palabras consecratorias:
-Tomad y comed todos de él porque ésto es mi Cuerpo entregado por vosotros.
-Tomad y bebed todos de él porque éste es el Cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna derramada para el perdón de los pecados.
Haced ésto en conmemoración mía.
Por último el pueblo canta: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús»
Y es que celebramos la Eucaristía anunciando la muerte salvadora de Cristo, su Resurrección gloriosa, mientras aguardamos su Venida en majestad al final de los tiempos.
El Señor Jesús, gracias al ministerio de la Iglesia (en concreto de los sacerdotes), hace presente el Memorial de su Muerte y Resurrección.
Los fieles no solo ven y miran o contemplan lo que hace el sacerdote, sino que son invitados a ofrecerse a Dios como víctimas santas, vivas, agradables al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. De ahí que el sacerdote reza en un momento determinado:
«Te pedimos, Señor, que hagas de nosotros una ofrenda viva y santa, agradable a tí, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo formemos un solo Cuerpo en Él, que es nuestra Cabeza»
También pedimos que, por la celebración del Santo Sacrificio, todos los cristianos seamos congregados en una única Iglesia visible, presidida por el Sucesor de Pedro, según la voluntad del mismo Cristo.
Cada uno no puede celebrar la Misa y los demás Sacramentos como le plazca o le parezca más conveniente, sino tal y como lo ordena la Santa Madre Iglesia.
Volviendo más arriba, hemos de decir que para prepararnos a recibir la Comunión, primero rezamos todos juntos el Padrenuestro y tiene lugar el rito de la paz y la Fracción del Pan.Tras la comunión del sacerdote, éste se acerca a los fieles que han de comulgar y les da la Sagrada Comunión que todos han de recibir con fe, caridad, esperanza, gratitud, admiración, para que nuestras almas queden llenas de la gracia divina. Así nos convertimos en aquéllo que hemos recibido, o mejor dicho: en Aquel a quien hemos recibido en comunión.
Tras el debido silencio y la bendición del sacerdote,los fieles son enviados a sus ocupaciones habituales para cristificar todas las realidades humanas, para que todo huela a Cristo.
-El famoso: «Podéis ir en paz» significa:-«Id con la paz de Dios y anunciad el Evangelio a todos»
Sin embargo, en el día de Corpus, normalmente tras la celebración de la Misa, tiene lugar la procesión con el Santísimo Sacramento.El sacerdote coloca la Hostia en la custodia y, bajo palio, recorre las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades. Los fieles acompañan al Señor y van cantando, rezando, echando pétalos de flores, rindiendo el homenaje de su amor al Amor de los Amores que es Jesucristo, vivo y presente en el Sacramento.
No preside el sacerdote, ni el obispo, ni el cardenal, ni el Papa; preside Nuestro Señor Jesucristo, y nosotros tenemos ocasión de alabarle, adorarle, bendecirle, pedirle perdón, recibir la abundancia de su gracia divina para poder ser testigos de su amor, de su misericordia y de su bondad en medio de nuestro mundo, tan necesitado de todos esos dones.
No olvidemos que Rusia está invadiendo Ucrania y allí hay una guerra terrible. No olvidemos que en todo el mundo hay aproximadamente unos 80 conflictos armados. Y en general, incluso en las sociedades más avanzadas, se respira un ambiente de violencia y de odio, de dominio, soberbia, falta de amor, egoísmo. Pues bien, Jesucristo viene precisamente para sacarnos de esas situaciones de injusticia y violencia y para convertirnos a todos y cada uno de nosotros en instrumentos de su paz y de su amor, de su gracia y de su bondad, de su misericordia y de su compasión por todos nosotros, pobres pecadores.
En España, gracias a Dios, todavía se celebra de forma solemne la fiesta del Corpus Christi.
Queremos seguir al Señor por donde quiera que nos lleve, a veces por cañadas oscuras. Sin embargo, como Él viene con nosotros, nada tememos y todo podemos afrontarlo con la ayuda de su gracia, pues sin Él no podemos ni siquiera existir.
¡Que toda nuestra vida sea un canto de alabanza y de gloria y de acción de gracias al único Salvador y Redentor! Sin olvidarnos de nuestros hermanos más pobres y necesitados en lo material y en lo espiritual.
-Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.-Sea por siempre bendito y alabado>
José Vicente Martínez
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