Los medios de comunicación, las élites económicas y los partidos políticos sistémicos se empeñan en clasificar los movimientos sociales, las corrientes intelectuales, y los partidos antisistema en europeístas o antieuropeistas. Resulta que para estas élites el “europeísmo” consiste en defender las disolutas e inmorales políticas de la Unión Europea que básicamente consisten en propagar la cultura de la muerte, con el apoyo al aborto y a la eutanasia, en defender aberrantes ideologías, como el homosexualismo, el transhumanismo, y la ideología de género, en destruir nuestro legado religioso y cultural mediante una defensa a ultranza del multiculturalismo y la inmigración de origen musulmán, en la manipulación de nuestra historia, haciéndonos creer que la verdadera Europa cristiana es la responsable de todos nuestros males, es decir, que para los llamados «europeistas» lo fetén es defender el liberalismo en lo económico, y el marxismo en lo cultural, haciendo a los europeos prisioneros del economicismo y del progresismo.
Sin embargo, la realidad es muy diferente, pues la única Europa posible es la Europa defensora del dogma católico, y defensora de algo tan opuesto a la ideología, como es la razón. Europa renuncia a su ser cuando lo apuesta todo a la llamada economía de mercado, que no es otra cosa que la preminencia del capital frente a la libertad de los pueblos, y cuando renuncia al inexcusable diálogo entre fe y razón. Efectivamente, el futuro de los europeos no reside en la economía, sino en la recuperación de la catolicidad y en la capacidad que tiene el cristianismo de proponerse como verdad, y a la que cabe acercarse tanto desde la fe, como por el camino de la razón.
El necesario diálogo entre moral y razón, entre fe e intelecto, queda planteado de una forma trágica en el fundamento ético del derecho. La historia nos muestra como el principio de mayoría, si bien puede ser una forma de justificación formal del derecho es difícil entenderlo como justificación última y base ética del mismo, máxime cuando esa supuesta mayoría se lograr de una forma artificial mediante la manipulación de los medios de comunicación, y la adulteración de la realidad. Europa se ha instalada en un democratismo y un igualitarismo sin espíritu, por lo que queda sin resolver la cuestión de los principios predemocráticos, es decir, los principios auto justificadores de la democracia, pues parece claro que la propia democracia es incapaz de crear su propia justificación (no basta la ley de la mayoría). Este es el meollo principal del debate del reconocimiento de los valores cristianos en la formación del ser europeo. No es ocioso recordar como la democracia, el espíritu igualitario y el valor de la libertad nacen en una Europa educada durante siglos en el concepto de libertad cristiano.
Esta Europa de los mercaderes globalistas que ahora nos quieren colar de matute ha provocado una debilidad de la cultura occidental solo salvable mediante el retorno a nuestras raíces, griegas, romanas, y cristianas. Atenas, Roma y Jerusalén guardan no solo el pasado de Europa, sino el único provenir posible, por lo que el pueblo no necesita un diálogo multicultural que solo nos lleva a la destrucción, sino un diálogo interior que nos permita redescubrir la razón intrínseca de la naturaleza humana que en mucho más que el mero capricho loco de las teorías de género, el individualismo de origen renacentista, y el relativismo de origen protestante.
Esa defensa de la verdadera Europa, y de su civilización católica, es el principal objetivo del libro «Católicos e identitarios. De la protesta a la reconquista» del periodista y ensayista francés Julien Langella. Langella identifica con claridad el derrumbe de la sociedad occidental, y encuentra el virus destructor en esa ola totalitaria y disgregadora que busca difuminar los sexos, los grupos sociales, las naciones y las civilizaciones, para erigir mediante el uso de los capitales apátridas un nuevo ser transhumano, carente de todo sentido de pertenencia y de transcendencia.
Como bien dice Adriano Erriguel en su prólogo a la edición española «el libro de Langella es una especie de “hasta aquí hemos llegado”, una sacudida contra la docilidad intelectual de los católicos, un aldabonazo para que estos abandonen su respeto reverencial ante las simplezas de sus supuestos pastores»
Julien Langella sostiene con acierto que occidente está sumido desde hace décadas no solo en una crisis institucional y financiera, sino ante todo en una crisis moral, dado que desde las élites políticas y económicas se ha roto todo vínculo social entre los individuos, entre los pueblos, y entre las naciones, perviviendo únicamente un vínculo economicista destructor de los pueblos y de las personas, que como únicos objetivos tiene destruir a los individuos mediante la ideología de género, y destruir a las naciones mediante el multiculturalismo y la sustitución poblacional. Para el autor actualmente se ha roto lo que Santo Tomás llamaba el pactum sociale,ese concierto de los espíritus que crea comunidad y tiende a un bien, que es precisamente el suyo, pues la ruptura del modelo cristiano de sociedad fundada en la familia, representada por la unión de los dos sexos «en una sola carne», ha roto toda posibilidad de comunicación entre los ciudadanos de una misma comunidad, destruyendo cualquier puente comunitario y endiosando al individuo que en rebelión contra la naturaleza busca su propia destrucción.
La lucha actual de los pueblos es una lucha por recuperar su identidad, por reconquistar el apego a la tierra y a las tradiciones, y por reconocer que hay una riqueza espiritual anterior y superior al individuo, y el mayor enemigo en esta lucha es un relativismo moral que no reconoce verdades absolutas, y que no sabe identificar ni los males sociales, ni los males individuales, borrando la huella del cristianismo en la economía y en las leyes. Así el obligado trabajo dominical propiciado por los dogmas economicistas, «la parodia homosexual del matrimonio, la legalización de la eutanasia, la consagración del aborto como derecho fundamental, el comercio del cuerpo de las mujeres a través de la gestación subrogada, etc» son efectos, y no causas, de esa pérdida de valores que mina nuestras sociedades.
En su libro «Católicos e identitarios. De la protesta a la reconquista» Langella nos insta a iniciar una contraofensiva católica para defender nuestra identidad cristiana afirmando que «tener identidad es rechazar la estandarización comercial de los estilos de vida a escala mundial, la inmigración de colonos no europeos y la islamización progresiva de nuestras calles. Tener identidad es querer seguir siendo uno mismo. Pero también hay […] un amplio alcance misionero: ser identitario no es solo corear eslóganes, sino encarnar esa identidad a través de una forma de vida sana, arraigada y coherente. Es una demostración diaria en pequeñas y grandes cuestiones, de nuestra pertenencia a un linaje, a una familia más grande que aquella en la que hemos nacido». Precisamente esa consideración de la identidad cristiana de occidente, y ese sano empeño en su defensa, es el eje fundamental de un libro de necesaria lectura, por cuanto ya es ineludible encarar la lucha por la supervivencia, así «junto a la resistencia al gran genocidio provocado por el aborto masivo y la eutanasia, la lucha por la identidad es una cuestión vital y prioritaria»
En esta lucha por la libertad, y por la identidad, el católico no puede encontrar aliados en el terreno político, pues tanto el comunismo como el liberalismo comparten agenda para imponer sociedades materialistas y neuróticas. El único aliado posible es la tradición, y la capacidad innata del hombre para luchar por lo bello, lo verdadero y lo bueno. Se hace necesario un proceso personal de arraigo, de redescubrimiento de nuestras tradiciones, que posteriormente ha de ser compartido con el prójimo que ha caído en la amnesia de su identidad, y en este proceso de comunicación es vital la formación de grupos humanos, de asociaciones, de medios de comunicación, de editoriales difusoras de la historia verdadera, teniendo siempre claro que nuestro objetivo no es la conversión de las masas cretinizadas, sino la conversión de las familias.
Aunque Julien Langella escribe en defensa de Occidente, sin embargo, su realidad vivencial es francesa, y por eso en su libro tiene gran importancia la lucha contra el multiculturalismo, pues Francia en este terreno está más cerca de la destrucción como pueblo que otras naciones que apenas recientemente han iniciado un camino que los franceses llevan recorriendo desde hace 60 años. Para el joven autor francés «la ideología multiculturalista se basa en el mismo principio que la ideología de género: cada persona podría elegir su identidad sin tener en cuenta sus orígenes, y la cultura del país en el que vive, como un puro consumidor de zapping. La ideología de género y el multiculturalismo tienen el mismo origen filosófico: el narcisismo liberal según el cual “mi cuerpo me pertenece”, “está prohibido prohibir” y además “solo Dios puede juzgarme” […] mi identidad ya no sería una herencia sino el fruto de mi voluntad aislada, redefinible en cada momento. Lo innato se desvanece por completo ante lo adquirido». Ese multiculturalismo es el envoltorio llamativo con el que quieren blanquear los intereses de los grandes capitales, más interesados en mantener redes de tráfico de personas que les proporcionen obreros y peones a bajo coste, que en defender el derecho de los pueblos a su propio desarrollo social y económico. Con el multiculturalismo no se busca un mundo sin fronteras para las personas, sino que se busca un mundo sin fronteras para el capital, y se busca un mercado único sin distinción de culturas, tradiciones, religiones, ni sexos, para maximizar los costes de inversión comercializando productos estándar sin ningún nivel de personalización, productos unisex y unicultura.
El globalismo, el librecambismo y el multiculturalismo quieren acabar con el localismo y el sano corporativismo basado en el principio de subsidiariedad, «pues un orden social corporativo es localista por naturaleza, ya que organiza la vida en común, de abajo hacia arriba, a través de la autosuficiencia de las comunidades de base», y precisamente lo que busca el globalismo es acabar con esa autosuficiencia, con esa independencia de los pequeños productores y de los trabajadores autónomos, haciéndonos a todos dependientes de un estado que reparte subsidios, o de una gran industria que paga sueldos de miseria. Por eso en esta lucha desproporcionada es necesario recuperar el localismo, el apego a la tierra, la autosuficiencia productiva, y favorecer a las pequeñas explotaciones frente a las grandes corporaciones, apoyar el pequeño comercio, y defender la propiedad a pequeña escala frente a la concentración de grandes capitales.
En síntesis, la idea capital de Langella en su «Católicos e identitarios. De la protesta a la reconquista» es transmitirnos la urgencia en el combate para recuperar nuestra memoria, para luchar contra el nuevo totalitarismo representado por la idea del crecimiento y la tiranía del consumismo, y luchar contra un globalismo traficante de personas que trata de destruir nuestra fe católica y nuestras tradiciones, siendo necesario iniciar una reconquista integral pues «solo una Europa que vuelva a ser cristiana, inmune al fanatismo ideológico porque ponga su salvación en Dios, puede luchar por el ideal sin renunciar a lo real. Solo el cristianismo puede recoger los frutos del progreso técnico sin dejarse envenenar por el progresismo; garantizar las libertades sin sucumbir al liberalismo depredador; implantar la equidad social sin ceder al igualitarismo absurdo; brillar en el mundo sin difundir el globalismo; desarrollar proyectos ecológicos sin endiosar la naturaleza; y defender su identidad sin aplastar al otro»
Por Carlos María Pérez- Roldán y Suanzes- Carpegna
DATOS DEL LIBRO
- Título: Católicos e identitarios: De la protesta a la reconquista
- Autor: Julien Langella
- Editorial: La Tribuna del País Vasco
- Páginas: 355 páginas
- ISBN-13 : 979-8439772612
- PVP: 21,99 €
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DESCRIPCIÓN DE LA EDITORIAL:
El diagnóstico de Julien Langella en Católicos e Identitarios es rotundo: hay un gran movimiento totalitario que trata de acabar con todas las (grandes) diferencias que estructuran y proporcionan solidez e identidad a los hombres y mujeres del siglo XXI. Se trata de una ola disgregadora que busca difuminar los sexos, las razas, los grupos sociales, las naciones e, incluso, las civilizaciones para erigir un nuevo ser (trans)humano, universalista, desideologizado y posmoderno carente de todo sentido de pertenencia y orgulloso de su inapetencia de trascendencia. Para quienes creen que esta nueva globalización inane tiene su religión oficial en el catolicismo vacuo, liviano y multicultural que a veces parecer brotar a borbotones desde Roma, Langella tiene un mensaje claro basado en la Biblia y en las enseñanzas tradicionales de la Iglesia: hay que resistir, hay que luchar y debemos defender la grandeza de nuestras identidades porque en ello va la supervivencia de la fe en Europa, y la conservación misma de la civilización cristiana.
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