A estas alturas es -o debiera ser- bien conocido por todo católico verdaderamente devoto -e informado- que para nuestra Santa Iglesia, como diría Santa Teresa de Jesús, “corren tiempos recios”. La historia de la Iglesia Católica está marcada por continuas persecuciones. Pero la persecución que los católicos sufrimos a día de hoy, a diferencia de la que sufrieron las generaciones que nos han precedido, no sólo viene “de fuera” sino que también viene “de dentro”. Por lo que, con frecuencia, los ataques más feroces que se perpetran contra nuestra fe vienen de personas que se encuentran dentro de la Santa Iglesia y que, se supone, son “hombres y mujeres de Dios».
La historia también nos demuestra que ninguno de los muchos enemigos que ha tenido la Iglesia Católica en sus dos milenios de existencia ha logrado acabar con ella. Conscientes de esto, no les ha quedado más remedio a los enemigos de la Iglesia que infiltrarse en ella para tratar de destruirla desde dentro. Sabiendo esto, no debería resultarnos extrañas ciertas noticias que nos llegan. Pero nunca deja de resultar sorprendente y muy doloroso ver cómo el nivel de odio hacia todo lo sagrado no deja de alcanzar cotas cada vez más altas. Y aún más, cuando estos agravios se producen “intramuros”.
Lamentablemente, nos ha llegado desde Lima una noticia que da cuenta de lo anterior. En donde el pasado día 26 de junio, el Arzobispado de la capital peruana decidió retirar un cuadro en el que está retratado San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, de la Catedral de la ciudad. Todo esto, haciéndolo coincidir “casualmente” con el día del santo fundador de la Obra. Cuando muchos fieles acuden a contemplar su retrato, y quienes lógicamente no entendían qué había sucedido cuando acudieron a venerar a San Josemaría en su día. En su lugar, el cuadro ha sido “colocado” de detrás de un confesionario, apoyado en la pared y totalmente tapado con una tela. De tal forma que ya nadie puede verlo. Y ahí sigue aún, como un trasto viejo en un anticuario.
La pintura tiene un gran valor, pues refleja la visita que San Josemaria hizo al Perú el 14 de julio de 1974, en el marco de un recorrido que realizó por toda Hispanoamérica impartiendo Catequesis. Concretamente, el cuadro alude a un momento precioso, en el que San Josemaría se retiró a orar en la
Capilla del Santísimo nada más llegar a la Catedral de Lima. El lienzo es un regalo que el Vicario Provincial del Opus Dei le hizo al Arzobispado de Lima con motivo del 30 aniversario de la visita de San Josemaría.
Aún, el Arzobispado de Lima no ha ofrecido ninguna explicación clara al respecto. Ni siquiera han tenido el acierto de “pensar en algo” que decirle a los fieles para excusarse, aunque sea solo por puro descaro. Si bien, no es difícil imaginar la razón de este lamentable suceso. Un acto así, sólo puede tener su origen en el odio siniestro a la memoria y a la figura del santo, y por supuesto, a todo el Opus Dei.
Aunque, ciertamente, no cabe esperar menos de alguien que tiene un “currículum” como el que tiene el actual Cardenal Arzobispo de Lima, Carlos Castillo Mattasoglio. De quien conocidas son las relaciones que ha mantenido con el grupo terrorista y marxista Sendero Luminoso y con la extrema izquierda peruana. Y su vinculación con la Teología de la Liberación. Razón por la cual, el ex-arzobispo de Lima, Cardenal Cipriani -precisamente miembro del Opus Dei-, lo cesó en su momento de su cargo como profesor de Teología. Aunque el Cardenal Castillo, ha obtenido más notoriedad por otras cosas. Como negarle la Comunión a quienes han querido recibir el Cuerpo de Cristo como es debido: de rodillas y en la boca. O por haber pronunciado una homilía, para colmo retransmitida en todo el Perú, en la que mostraba cierta preocupación por “los jóvenes y las jóvenas”. Haciendo “gala” del mal llamado “lenguaje inclusivo”, tan extendido entre sus “correligionarios” izquierdistas.
Naturalmente, al tratarse de San Josemaría, podemos esperar que nadie diga absolutamente nada al respecto. Incluso habrá quien lo justifique públicamente. Pero imaginemos que esto hubiera sucedido al revés. Pongámonos en la suposición de que algún mitrado de convicciones tradicionales hubiera cometido la memez de eliminar de su Sede, por ejemplo, una imagen de San Ignacio de Loyola, porque no le gustan los jesuitas; o de San Pablo VI, porque no está de acuerdo con las reformas introducidas en el Concilio Vaticano II. ¿Qué hubiera sucedido entonces? En ese supuesto, se estaría hablando -y con razón- de falta de fidelidad a la Iglesia y hasta de sacrilegio. Y el obispo en cuestión, hubiera sido cesado nada más conocerse la noticia. Pero como se trata del “carismático” Arzobispo Castillo y el afectado es San Josemaría, podemos esperar que la Arquidiócesis Primada del Perú goce de “patente de corso” en este acto de menosprecio. Que, evidentemente, tiene una intencionalidad muy clara.
De todos modos, el Opus Dei -que es camino de santificación en la vida ordinaria- cuenta con más de 90.000 miembros repartidos en más de 68 países de todo el mundo. Desempeñando labores sociales, académicas, religiosas y humanitarias en cada uno de los lugares en que se halla presente. Llevando a cada persona el mensaje de que se puede ser santo en la vida ordinaria y encontrar a Dios en cada cosa que hagamos en nuestro día a día. Y como su propio nombre indica, no es obra del hombre sino de Dios. Y las cosas de Dios -como la propia Iglesia Católica- no se pueden destruir. Le pese al Cardenal
Castillo o le pese a quien le pese.
Todos los santos y santas de nuestra Iglesia, son testimonio vivo y perenne de heroicas virtudes cristianas. Y son esas virtudes las que los conducen con gloria a los Altares, y no la voluntad terrenal o el poder temporal de una persona. La santidad no es un título honorífico que confiere la Iglesia o el Papa como aquel monarca que le otorga un ducado o un marquesado a su vasallo. Por eso, el ultraje a la memoria de un santo, es un ataque contra toda la Iglesia. Y seguiremos asistiendo a más ataques indiscriminados como este, mientras desde Roma se consienta. Primero la Liturgia, luego la familia, después los Sacramentos y ahora los santos, ¿cuál será el próximo objetivo de la infiltración modernista?
Marco Mack Gallo.
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