El cártel de Tarancón fue promovido por Agustín Fernando Muñoz, en calidad de patrón, cuyos miembros eran todos de origen social humilde, las relaciones clientelares fueron en su mayoría de esta clase y los intermediarios fueron los que desempeñaron un papel fundamental para controlar la administración territoriales y las sociedades rurales.
UTILIZACION DE LA CASA REAL Y DE LOS REALES SITIOS PARA LA FORMACIÓN DE LA RED CLIENTELAR
Una vez celebrado el matrimonio entre la Reina Regente María Cristina de Borbón y Fernando Muñoz, ambos cónyuges mostraron diversas preocupaciones; Muñoz estaba inquieto por su frágil situación en la Corte; no solo tenía en contra a los carlistas dado que no tenía partidarios ni amigos, propio de un “hombre nuevo”, que ni siquiera tenía un cargo relevante en la administración. Por su parte, María Cristina estaba obsesionada con asentar socialmente su relación y estar a solas con su esposo para lo que la corte era el mejor lugar, por lo que proyectó visitar los sitios reales, concretamente se marcharon a Aranjuez y después a San Ildefonso. Evidentemente, los personajes que Fernando Muñoz era capaz de apadrinar no podían tener rancia genealogía ni elevada posición social, por lo que recurrió a parientes y paisanos suyos (gente de la que se podía fiar) a los que rápidamente comenzó a llamar para concederles oficios mecánicos en palacio o en la administración de los Sitios Reales. La maniobra no pasó desapercibida a los políticos y cortesanos de la época, que vieron cómo el servicio de la casa real se confundió con el trabajo doméstico ya que desconocían los reglamentos y etiquetas de la institución. Fermín Caballero retrataba la situación de la siguiente manera:
“Una sensualidad estragalada y de baja ralea ha infeccionado los salones de palacio; una familia sin educación ni saber se ha apoderado de la voluntad de la reina, y la camarilla ha degenerado hasta lo más vil y estúpido de la sociedad. La inocente Isabel no sabe ni tiene más maestros a la edad de diez años que de leer y escribir y con el trato y el aprendizaje de los Muñoz habrá de casarse de aquí a dos años”.
En efecto, tomando como base los miembros de su familia, Fernando Muñoz se esforzó por articular una facción de fidelidad inquebrantable, el cártel de Tarancón, que, al mismo tiempo que se enriquecía a través de los sueldos y negocios en los Sitios y la Casa Real, le tuvieran informado de las opiniones que sobre él corrían por la corte. Este grupo fue creciendo a lo largo de la regencia, pues se añadieron no solo nuevos familiares y amigos, sino también conocidos o clientes originarios de pueblos manchegos de su proximidad, conocidos de la familia. Consciente de las limitaciones de su propio “clan”, y siempre con el respaldo de la Reina Regente, introdujo a sus clientes en los cargos de la administración de la casa y en los sitios reales. Para estos cargos no se necesitaba tener grandes títulos. A los pocos años, estos mismos clientes comenzaban a ser ascendidos a oficios palatinos, lo que les permitía tener relación con sectores sociales más elevados, es decir, que Fernando Muñoz ponía a sus apadrinados en una ruta que, tras los lógicos pasos sociales, conseguían llegar a lo alto de la sociedad.
El otro gran baluarte de la facción fue su pariente don Marcos Aniano González Muñoz, nacido en Tarancón, que fue el sacerdote oficiante del matrimonio secreto con María Cristina de Borbón, que fue nombrado capellán de honor de la capilla real, cura de la Parroquia Ministerial del Real Palacios, confesor real de María Cristina de Borbón, Administrador del Buen Suceso, deán de La Habana (en donde entre otras cosas, impidió la evangelización de los esclavos de bozal, lo que provocó el sincretismo religioso de la isla, que hoy es paradigma para el ecumenismo y que como mancha de aceite de motor se va regando por la región junto con la franquicia política cubana de modo inseparable).
Alejandra Muñoz, su hermana, fue introducida en la casa real como camarera de honor de la Infanta Luisa Fernanda. La familia pretendía que alcanzase algún ventajoso matrimonio, anhelo que no consiguió hasta 1846, cuando la Reina le concedió su Real permiso para contraer nupcias con el general José Fulgosio.
LA CREACIÓN DEL PARTIDO MODERADO Y EL CONTROL DE LAS INSTITUCIONES ESTATALES.
Los incipientes partidos políticos buscaron el control de las instituciones, mientras que la Corona liberal se colocó a la cabeza del partido moderado. Los primeros partidos eran partidos de notables, se formaban en torno a una afinidad ideológica de sus miembros, pero el reconocimientos de esa afinidad no se hacía en abstracto, sino mediante la adhesión al liderazgo de unas cuantas personalidades que se expresaban en las Cortes y en sus propios medios de prensa; la alianza de estos líderes daba existencia al partido que, por tanto, adoptaba la forma de una red clientelar, cuya fuerza venía determinada por la amplitud de las lealtades que era capaz de movilizar en todo el país. Como en todo sistema clientelar, las adhesiones se lograban y mantenían mediante un intercambio de favores, y esto exigía que los líderes políticos pudieran distribuir entre sus seguidores prebendas que les resultaran lo suficientemente atractivas como para otorgar a cambio el apoyo político activo, Fernando Muñoz lo conseguirá respaldado por la autoridad de su esposa. La formación del partido moderado fue un proceso complicado: se inició con la aparición de un grupo ministerial más o menos estable en torno a los gabinetes de Martínez de la Rosa, Toreno e Istúriz; aquél grupo empezó a tomar consistencia y a adquirir una identidad política.
Fernando Muñoz también se encargó de manejar los hilos contra Espartero, tanto en sentido económico, como político y militar, por lo que no resulta exagerado considerarle el verdadero jefe ejecutivo del partido moderado, que por aquellos años era una formación política que se confundía con las camarillas cortesanas. Luego no resultó exagerado que en 1844 fuera nombrado Grande de España como duque de Riánsares y que se normalizase su situación oficial como marido de la Reina Madre. Muñoz manejó, desde la época de su forzado exilio en París, las relaciones políticas y económicas de María Cristina con ese entorno político. Ella suministraba el elemento simbólico que mantenía unidos a los moderados y Muñoz era el hombre práctico, dispuesto a involucrarse en los asuntos menudos y a veces turbios que exigía el acontecer diario de la política. Como vemos, el concepto de legitimidad adoptó diversos significados a lo largo del XIX por lo estrecho de los vínculos con el trono liberal.
EL PAPEL DE LOS BROKERS EN LAS DIPUTACIONES PROVINCIALES
El patronazgo que Fernando Muñoz y su grupo de políticos moderados pudieran ejercer en la nación desde Madrid resultaría escasamente significativo si no hubieran creado la figura del bróker, pues si el sistema de patronazgo se basaba en las relaciones personales, las relaciones de un patrón con sus clientes resultaban muy limitadas en número. Los brókers potenciaban estas relaciones ya que era el intermediario entre el patrón y los clientes territoriales. Esta figura se comportaba como un auténtico patrón dentro de un territorio defendiendo a sus clientes, ofreciéndoles servicios y orientando su opinión sobre los candidatos en las elecciones. Para ser bróker de una comarca o provincia debía de gozar prestigio en las elecciones y poder reconocido por la sociedad de su entorno y, sin duda, tener un político como patrón en la corte resultaba esencial para aparentar su gran influencia. Una vez introducidos como diputados o senadores (dentro del partido moderado), establecían su red clientelar a las diputaciones adonde proponían sus candidatos afines con el fin de allanar el camino de los negocios en las provincias donde se realizaban las infraestructuras estatales.
Fernando Muñoz tomaba decisiones, elegía colaboradores, supervisaba los nombramientos y escribía incansablemente cartas y respondía a las muchas que le enviaban. María Cristina suministraba el elemento simbólico, pero Muñoz, hombre del pueblo llano, tenía la intuición para escoger a los personajes adecuados para ser bróker. De ahí que tuviera especial atención en elegir a los presidentes de diputaciones, lo que le permitía controlar después la realización de carreteras, ferrocarriles y otros negocios que se hacían en las provincias y que eran asignadas al duque de Riánsares o a sus amigos. Todos estos personajes no sólo controlaban los negocios, sino también las elecciones a diputados provinciales.
REDES EN LOS NEGOCIOS. LOS RECURSOS ECONÓMICOS DE FERNANDO MUÑOZ.
Tras la regencia de Espartero y una vez que los moderados consiguieron nuevamente el poder (1844), la situación de María Cristina y Fernando apareció como inexpugnable desde el punto de vista simbólico, sin que nadie se atreviera a someterlos a crítica. El control que establecieron sobre la prensa y la marginación de las Cortes en sus tareas de control a la Regente sirvieron para impedir toda crítica o censura de sus actos. De manera que Muñoz pudo emprender negocios de gran envergadura, empleando el nombre y el dinero de la Reina Madre, y contando con información privilegiada, connivencia del gobierno e impunidad cuando tuviera que trasgredir los límites de la ley o la moral.
Dado su origen humilde y los numerosos hijos que tuvo en su matrimonio (“más muñoces que liberales”), ambos se esforzaron por dignificar la condición de los parientes y allegados que el propio Muñoz traía de su etapa anterior, y prepararse una seguridad financiera para sus hijos. Los negocios que emprendió siempre se realizaron en asociación con otros personajes de su entorno, de los que cabía esperar apoyo y protección para asegurar el éxito de la operación y evitar que fuera objeto de ataques de ningún tipo. Pero para participar en estas grandes inversiones, ¿de dónde obtenía los sustanciosos recursos para poder asociarse con banqueros tales como Rotchschild?.
Dada la procedencia social de Fernando Muñoz y sus familiares, resulta imposible asociarse económicamente con los grandes banqueros que participaban en estos negocios de ultramar, por lo que buscaba fondos en la asignación que las Cortes otorgaban a la Regente para su mantenimiento y también en el bolsillo “secreto” de la Reina.
INVERSIONES EN LA PENÍNSULA
El bloque fundamental de los negocios oscuros de Fernando Muñoz fue en las concesiones ferroviarias. La década “moderada” fue la época de la introducción del ferrocarril en España. El gobierno de Narváez fijó las reglas del juego mediante una orden ministerial de finales de 1844 que se mantuvo hasta 1855, renunciando el propio Estado a su construcción y dejando esta tarea en manos de promotores privados en régimen de concesión administrativa. Los grupo concesionarios solían estar integrados por uno o varios empresarios extranjeros, en alianza con financieros, políticos y cortesanos españoles, aportando unos las conexiones para allegar capital y competencia técnica y otros las conexiones políticas para obtener la concesión y los privilegios administrativos o financieros que aseguraran la máxima ganancia.
Pero no solo fué en los ferrocarriles; la red constituida en torno a la Corte y las camarillas moderadas también participó en la canalización del río Ebro, concedida a los Grimaldi, al duque de Riánsares y a su hermano, devenido en conde de Retamoso. También en el negocio de la reforma y dragado del puerto de Valencia, que fue concedido a Carriquiri en detrimento de otros grupos de esa ciudad, y fue igualmente objeto de escándalo, pues el contratista impuso condiciones excepcionalmente favorables para él, que el gobierno acabó admitiendo tras una intervención personal de la Reina.
Tampoco se debe olvidar las obras realizadas en Madrid, previa desamortización de los bienes de la Iglesia en favor de diversos miembros de la política moderada. Los negocios en Madrid estuvieron más relacionados con las oportunidades de especulación y de construcción que abrió el propio proceso “desamortizador” de los bienes eclesiásticos.
LOS “NEGOCIOS” EN CUBA.
Durante la regencia de María Cristina, Cuba se convirtió en el principal núcleo de los negocios de la élite liberal española. Entre esta burguesía se incluía la familia real española y en concreto, Fernando Muñoz y su cártel, quienes establecieron una sólida red, basándose en la estructura estatal previa, desde donde controlaban todos los negocios de la isla grande las Antillas. En Cuba, los negocios fueron realizados por la mayor parte del cártel de Tarancón en asociación con los mayores negreros, los Zulueta y otros, mejores conocedores de ese submundo, tanto en tiempos de su legalidad como en su ilegalidad, adquiriendo en comandita los Ingenios de San Martín, en Matanzas, y de Santa Susana. El negocio de “La Gran Azucarera” daba pingües beneficios pues si además él mismo se dedicaba a la trata, la “pieza de ébano” le salía el precio de coste en los mercados de origen y se amortizaba hasta su muerte por extenuación, dado que su “recambio” era más barato que la crianza de los criollitos hasta el inicio de su “vida útil”.
Tan fructífera fue la explotación azucarera que se ignoraron los tratados que la España liberal suscribió para la prohibición del comercio de esclavos a partir de 1820. Comenzó así la trata clandestina y se estima que mediante su compañía “Agustín Sanchez y cía”, los Muñoz Borbón llevaron a la isla entre 468.000 y 875.000 subsaharianos, coadyuvando a cambiarle el espíritu a la Isla, según algunos, para siempre. Tras su fallecimiento, en su inventario de bienes no aparece ya ningún valor cubano por haberse previamente liquidado y/o por deseo de ocultación de todo negocio de origen esclavista e ilícito.
La articulación del movimiento de capitales a través de instituciones de crédito sólo fue una realidad a partir de la década de 1850 con la creación de la Real Caja de Descuentos; hasta entonces la principal fuente de financiación procedió de grupos de comerciantes suministradores de todo tipo de artículos y por eso que tras la vuelta de Maria Cristina y Fernando a Madrid, cuando el duque de Riánsares inició los negocios con Cuba, aprovechando esta falta de control institucional, Muñoz creó su tupida red de financieros, al margen de toda institucional estatal. El Duque tuvo muy claro desde el principio que para que sus negocios prosperasen en la isla también debía contar con la ayuda del superintendente, por lo que atrajo a Pinillos a su influencia. Es preciso recordar que la asignación regia que las Cortes liberales pagaban anualmente a la Monarquía se realizaba a través de las cuentas de La Habana.
Toda esta red de negocios estaba conectada con la que había establecida en la península, que fiscalizaba Fernando Muñoz y su hermano. Esta hegemonía y control de la isla se vió alterada en 1849 cuando en una carta se le informa al Duque que la real orden no ha sido realizada porque una persona con influjo en la isla así lo ha querido. En 1851 se jubiló el conde de Villanueva, valedor de los negocios y del control de Muñoz en la isla. El duque se dio cuenta de la importante figura y poder que suponía tener tan estrecha relación con el intendente de la isla, por lo que en 1851 no dudó en escribir a Juan Bravo Murillo para ver si podía colocar en su lugar a alguien de su conveniencia.
El deanato de La Habana estaba ocupado por Marcos Aniano (el familiar que ofició su boda morganática) hasta su jubilación. Muñoz utilizó este cargo eclesiástico para que sirviera como conducto y así poder traspasar a la isla el dinero procedente de sus particulares negocios.
CONCLUSIÓN.
Siguiendo su estela, la alternancia en el poder por parte de la partitocracia ha ido superando en sigilo y opacidad con el devenir de décadas y siglos, el legado de este modus operandi tan intrínsecamente liberal, hasta vernos al día de hoy con una Deuda Pública que ya veremos si nosotros, nuestros hijos, nietos y bisnietos podrán saldar, a qué precio y en qué condiciones, mientras que los descendientes legales y morales de estos muñoces coexisten entre nosotros como si nada hubiera sucedido, y disfrutando por generaciones también de éstas y aquellas sustracciones al erario público y sus réditos. Quien suscribe no les arrienda esas ganancias, trufadas de oprobio y maldición intergeneracional.
Por Bernardo Magalló.
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