José Roca y Ponsa (1852- 1938)
He aquí dos palabras de las que se ha abusado mucho, por tergiversar su sentido en ocasiones o por no explicar debidamente las relaciones que entre ellas existen.
Religión es el conjunto de obligaciones que necesariamente tiene el hombre para con Dios su Criador y su Redentor; obligaciones que el hombre ha de cumplir en la forma y modo que Dios ha ordenado.
Política es el arte de gobernar a los pueblos.
Son, pues, cosas distintas la Religión y la política, como son cosas distintas de la Religión, el Arte, la Ciencia, el Comercio, la Industria, la Agricultura.
León XIII, en su Encíclica Cum multa, dirigida al Episcopado español, señala dos errores en esta materia; uno es el confundir la política y la Religión, como si fuesen una sola cosa; y otro es separar la política de la Religión; y dice que este error es todavía peor que el confundir la Religión con una política determinada.
En realidad ni la Religión puede desenvolverse sin tener en cuenta la política, y aún sirviéndose de ella como de instrumento o medio para conseguir su fin; ni la política de la Religión, por la razón general que nada hay en la tierra que pueda prescindir de la Religión, porque esta abarca a todo el hombre aún en su vida de relación; porque nada tiene que no lo deba a Dios, nada que no deba someterse a Dios; y por otra razón especial: porque el arte de gobernar pertenece al orden moral y el orden moral es parte principalísima de la Religión; ni es posible sin Religión gobernar bien.
Distinto es el cuerpo del alma; no pueden confundirse estas dos sustancias; ni el cuerpo es espíritu o espiritual de por sí; ni el alma es cuerpo o cosa material. Pero ni el cuerpo puede vivir sin el alma, ni el alma puede desempeñar, sin un milagro, su facultad sensible sin el cuerpo.
Así también, la política sin Religión es la política sin Dios, que carece de normas ciertas, autorizadas y obligatorias a todos del orden moral, sin el cual la sociedad o está debajo de la tiranía o víctima de la anarquía. Y con la anarquía es imposible la vida; a esta negación implícita del orden natural, se sigue la exaltación de la fuerza. De aquí, aquella gran verdad expuesta en un discurso asombroso por su elocuencia en el Parlamento español por Donoso Cortés, Marqués de Valdegamas, que cuando el orden moral baja, la fuerza sube; y cuando el orden moral sube la fuerza baja, hasta convertirse en instrumento de justicia.
El Estado es criatura de Dios porque nada existe que no sea obra suya. No hay término medio: lo que no es Criador es criatura, obra de las manos del Criador. El Estado es obra de Dios. Debe, pues, a Dios el culto que le debe toda criatura; y entre cristianos, el culto que debe a Cristo. Pesa sobre el Estado la obligación de reconocer el supremo dominio de Dios, de honrarle y glorificarle, aceptando su doctrina y su ley. Y esto es la Religión. El Estado ha de ser religioso.
Así debemos decir del Estado: ha de tener Religión, la única Religión y ha de profesarla y practicarla.
Ciertamente no corresponde al Estado dar a los ciudadanos los medios que necesitan para salvarse, esto corresponde a la Religión, a la Iglesia. Pero toca al Estado evitar todo aquello que exteriormente desmoraliza o contraría la Religión; y favorecer a ésta, para que más fácilmente pueda cumplir con su elevado ministerio, que eficazmente contribuye a que los ciudadanos sean buenos, favoreciendo de modo muy notable al gobierno en el desempeño de sus funciones.
El Estado con respecto a sus súbditos en lo tocante a la Religión, tiene mucha semejanza con la misión del padre de familia en su faena. No define dogmas, no ordena la disciplina, no legisla lo religioso; pero cuida de que en su casa se guarde la Religión, por lo menos de una manera externa.
Ésta, guardando la proporción debida, es la obligación del Estado. Política informada por la Religión: la Religión servida por la política.
Por José Roca y Ponsa (Resumen del capítulo «Cuestiones Sociales», págs. 9 y siguientes del libro Cuestiones Candentes. Tipografía Rodríguez, Giménez y cía., Sevilla, 1929)
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