Ese fue el objetivo de algunos desde finales del siglo XVIII en España y ese es el objetivo de otros muchos hoy en nuestro país y en otros lugares del mundo.
Pero vayamos por partes.
Desde 1873 hasta 1874 estuvo en vigor la primera República en España.
Alfonso XIII (1902 – 1931) tuvo que huir de España para que no le asesinasen.
Le cedió el poder a Primo de Rivera, el cual implantó una rígida dictadura militar hasta el 28 de enero de 1930. Después apareció el general Berenguer (mano dura) hasta febrero de 1931. El 12 de abril de 1931 se celebraron elecciones municipales en España que dieron una victoria mínima a los monárquicos (49’6%) sobre los republicanos (49’4%)
Los republicanos triunfaron en las grandes ciudades, mientras que en los pueblos prevaleció el voto monárquico.
El 14 de abril de 1931 los exponentes republicanos decidieron proclamar la segunda República (¿de forma ilegítima?) porque Alfonso XIII abandonó España para evitar enfrentamientos y el derramamiento de sangre.
Lo que fueron, en principio, unas elecciones municipales se convirtieron en una revolución pacífica de las ciudades para producir un cambio de régimen; la gente estaba cansada de los errores del pasado.
Y las Cortes Generales constituyentes de 1931 no representaban al pueblo español.
Para constituir el Parlamento de la segunda República en 1933, una gran masa de derechas acudió a votar, pero las izquierdas se dieron cuenta de que aquella enorme votación de derechas era una prueba definitiva de la ilegitimidad con que la República había llegado al poder.
Poco a poco la República se mostró anticristiana y anticlerical: «no debe quedar ni un solo rastro de Religión»
Aunque no todos los católicos fueron fascistas. Desde el poder republicano se legisló de forma sectaria y sin respetar el derecho a la libertad religiosa. Ya antes de 1936 estaba previsto destruir a la Iglesia Católica en España.
Siguiendo a D. Vicente Cárcel Ortí hemos de decir que una cosa son caídos, otra víctimas y otra mártires.
No todos los que murieron durante la República ni durante la guerra civil pueden considerarse mártires. El mártir es el que da su vida por su fe en Jesucristo, consciente de que Dios le da esa gracia: dar la vida por el hecho de ser cristiano.
En España fueron asesinados unos 10.000 clérigos por el hecho de ser miembros del clero.
Además, también fueron martirizados y asesinados otros miembros de la Iglesia: seminaristas, religiosos y religiosas, novicios en período de formación, multitud de seglares (hombres y mujeres), pues todo lo que oliese a Cristo y a Iglesia debía desaparecer del país.
Gracias a Dios, muchos de estos hermanos nuestros, cristianos y cristianas, han sido ya elevados a los altares.
Pedimos al Dios de la vida y de la paz que los católicos de hoy nos mantengamos fieles a la fe de la Iglesia y demos un valiente testimonio de ella, no con afán revanchista ni con odio, sino para que la gracia del Señor, el verdadero amor y la fraternidad reinen entre todos los que vivimos en España, tierra de Cristo, tierra de María Santísima>
José Vicente Martínez
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