Durante años, hemos escuchado, en mi caso desde que nací, que vivimos en una democracia plena, garantista y equiparable a las democracias más consolidadas de Occidente. Nuestra Transición, un ejemplo para el mundo y nuestro sistema, vendido como un logro histórico que marca nuestra realidad actual.
No obstante, fue Montesquieu, y no otro, quien diseñó y estructuró, verdaderamente, lo que era una democracia. En El espíritu de las leyes, su obra, el barón distinguió tres sistemas políticos: la monarquía, gobernada por el honor; la tiranía regida por el miedo; y la república, donde la virtud está capitalizada por el propio amor hacia la patria y hacia la igualdad.
Dentro de la república, Montesquieu también hizo distinciones. Si estaba gobernada por unos pocos, habría una república oligárquica en la que mandaría una aristocracia; si bien, la república estaba gobernada por muchos, lo que habría sería una democracia.
Pero el gobierno de muchos no basta para hacer una democracia. Se necesita, también, un sistema de contrapesos que modere y articule la vida pública, y es entonces cuando Montesquieu desarrolla la teoría de la división de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.
Sin una separación absoluta de estos tres poderes no habría democracia. El poder ejecutivo es el que se encarga de gobernar, es decir, de ejecutar las leyes; el poder legislativo es, sin duda, el más importante y es el que se le entrega a aquellos que van a legislar, a redactar las leyes; finalmente, el poder judicial es el que corresponde a los jueces. Y, repetimos de nuevo, sin una separación absoluta de estos tres poderes no hay democracia.
Por todo esto, es indignante lo que ocurre en España, donde vemos que el sistema judicial está bloqueado porque no hay un acuerdo PP-PSOE sobre el cambio de jueces que necesita el Cuerpo General del Poder Judicial. En definitiva, un sistema de partidos que incide sobre el ámbito judicial, es decir, una ruptura absoluta de lo que supone la separación de poderes.
Lo peor de esto es que el debate no está en la despolitización tan necesaria del poder judicial, sino en las divergencias actuales de los dos grandes partidos.
Mientras el foco sea, simplemente, la táctica política y no la verdadera separación de poderes, poco podrá ser España tomada en cuenta como país serio y como democracia verdadera. Aunque si vemos nuestro entorno europeo, tampoco es que estemos mucho peor. Les animo a curiosear por la política italiana.
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