F. Javier García Turza, Universidad de La Rioja
Es indudable que la conquista de Hispania fue una etapa más de la impresionante expansión territorial del Islam iniciada tras la muerte de Mahoma (632).
Todo parece indicar que en el año 711 el gobernador árabe del norte de África, Muza, envió a la península una expedición militar integrada por tribus bereberes norteafricanas, al frente de la cual iba el liberto Tariq. Este venció a Rodrigo, el último rey visigodo, en la batalla que tradicionalmente se ha situado en el río Guadalete. Del mismo modo, conquistó Córdoba y Granada, y continuó hacia la capital del reino, Toledo, que también fue sometida.
Por su parte, el propio Muza pasó a la península un año después con un importante ejército y conquistó Sevilla y Mérida. Ambos, Muza y Tariq, se unieron en Toledo y prosiguieron con las expediciones hacia el norte, llegando por el oeste hasta Astorga y Gijón, en donde parece que se instalaron algunas guarniciones de tribus bereberes. Mientras, por el este, los conquistadores llegaron hasta Carcasona, después de tomar Zaragoza y Barcelona.
Asentamiento en Hispania
Los musulmanes que vencieron a la Hispania visigoda no constituían un ejército uniforme. Estaba formado sobre todo por miembros de una amplia y compleja comunidad islámica compuesta por árabes y bereberes.
De hecho, cuando se proclama en Al-Ándalus el emirato dependiente de Damasco (714-756) se asiste a un periodo muy turbulento. Se sucedieron varios emires como consecuencia, primero, de los enfrentamientos entre los distintos bandos de la aristocracia árabe y, después, de la sublevación de los bereberes, iniciada hacia 739, que fue motivada por la discriminación que sufrían por parte de los árabes.
En cuanto a la situación de la península en el momento de la invasión, la monarquía visigoda se encontraba debilitada, en estado de guerra civil por la posesión del trono. Aun así, los musulmanes debieron conquistar los diferentes territorios peninsulares, conquista que se realizó o bien por la fuerza o bien mediante capitulaciones (pactos) con los autóctonos. Ahora bien, incluso en esta segunda modalidad siempre habrá que suponer cierta resistencia por parte de los conquistados.
En cualquier caso, los musulmanes tuvieron que hacer gala de su potencial para poder dominar el territorio peninsular. De esta manera, Oporto, la zona geográfica de Yilliqiya (que era como se denominaba a todo el noroeste hispano), Pamplona, Huesca o Carcasona pudieron someterse a partir de capitulaciones.
En este caso, los nativos, dirigidos por las aristocracias locales, pudieron permanecer libres en sus lugares de residencia, poseyendo sus bienes y practicando sus creencias religiosas. A cambio, estaban obligados al pago de un impuesto de capitación, llamado yizya, y, en cuanto que no eran musulmanes, tampoco gozaban del estatus social y económico que ostentaban los conquistadores.
Nacen las rebeliones
Como consecuencia de la conquista, no tardaron en aparecer las primeras resistencias organizadas en las zonas más septentrionales, lideradas por las aristocracias locales. Es el ejemplo de Huesca, que solo fue sometida después de siete años de asedio, o la efímera oposición de la Septimania.
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Sin embargo, el mayor foco de rebeldía apareció en el cuadrante noroeste, en Asturias. Este enclave formaba parte de un territorio más amplio, Yilliqiya, junto a la propia Galicia, Portugal y Castilla, y era considerado por los musulmanes como otro país, el de los cristianos, que abarcaba desde el Cantábrico hasta el Sistema Central. Por lo tanto, esta cordillera parece presentarse como una verdadera frontera entre musulmanes y cristianos.
Sin embargo, los historiadores discrepan sobre la existencia de la dominación musulmana en este territorio, así como del asentamiento bereber que, en el caso de haberse dado, no tuvo apenas consecuencias por la brevedad de su estancia. Es más, también parece improbable la presencia en la ciudad de Gijón de un gobernador árabe, de nombre Munuza que, tras el episodio de Covadonga, los textos afirman que habría huido.
Y será precisamente en este lugar, en Covadonga, en donde las fuentes asturianas y árabes pongan su énfasis. Las primeras, que están repletas de connotaciones providencialistas sobre una supuesta batalla que pudo tener lugar en 722, y que van sobrecargadas de referencias a los textos bíblicos (lucha contra los caldeos, intervención milagrosa de la Virgen, etc.), coinciden con las árabes en lo fundamental: Pelayo aparece como líder de la primera resistencia y se le atribuye el origen de los posteriores éxitos de las conquistas cristianas. Además, a esta rebelión hay que añadir la revuelta bereber contra los árabes, que acabó con su casi exterminio.
Por lo tanto, al margen de estas cuestiones, lo importante es que los territorios que se extienden desde el Cantábrico al Sistema Central y desde el Atlántico a los macizos ibéricos escaparon al dominio de lo que será el territorio del emirato controlado por ‘Abd al-Rahman I (756-788). Y queda claro que en esa enorme zona los conquistadores nunca llegaron a construir estructuras políticas y administrativas duraderas.
Llega Carlomagno
En cuanto al noreste peninsular, el reino de los francos atacó Al-Andalus entre 734 y 738; y posteriormente, una vez que Carlomagno llegó al poder, intentó aprovecharse de las divisiones internas musulmanas.
En su expansión, quiso conquistar Zaragoza (778), sin conseguirlo, pero sí se hizo con el control de Girona (785) y Barcelona (801). Así, una parte de estos territorios se integraron dentro del Imperio carolingio mediante la fórmula tradicional de condados. Estos, junto con otros territorios pirenaicos, pudieron formar una zona político-militar que sirvió a los carolingios, tal como ocurría en otros lugares estratégicos del Imperio, para defender sus dilatadas fronteras frente al emirato.
En conclusión, la conquista musulmana apenas se hizo efectiva al norte de la Cordillera Central. En otros territorios, como Pamplona, su carácter periférico impidió el control directo y continuo de los conquistadores. Y en cuanto al este, los francos, en especial de la mano de Carlomagno, terminaron con la presencia musulmana al norte de Barcelona.
F. Javier García Turza, Profesor de Historia Medieval, Universidad de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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