Sabemos de los muchos católicos que han intentado conciliar la enseñanza de Cristo con las doctrinas liberales. Autodenominarse católico-liberal, es una contradicción en los términos; un oxímoron. Sin embargo, desde hace cierto tiempo una «Nueva Derecha» ronda por ahí, un supuesto movimiento conservador que lucha por preservar los valores occidentales en contra de la avanzada progresista. Noble el objetivo, no lo dudo. Pero el problema sigue siendo el mismo: la raíz misma de su movimiento es contraria a la Fe Católica. En esas ideas ya van fluyendo los católicos indefinidos, los que intentan hacer las paces con lo que desde antaño la Iglesia condenó. Pero ¿Qué podemos esperar, si los mismos que deberían enseñar los principios católicos, se columpian por los hilos de las ideologías contemporáneas? ¿A cuánto cura no escuchamos, desde el púlpito, promover la igualdad y la no-discriminación de las minorías?

Cuando cesa la enseñanza de la Fe Católica, el alma del hombre, hambrienta de conocimientos, se contenta con algo de comida chatarra que en lugar de nutrir, enferma. El punto es que esa Nueva Derecha antiprogre adolece del mismo problema de las ideologías progresistas. El peligro de la Nueva Derecha es que tiene rostro parecido al de la doctrina cristiana. Pero entre lo que parece y lo que es, nacen aberraciones doctrinales. Está claro que la avanzada anticristiana en la que se encuentra Occidente debe ser contrarrestada, pero ¿Con algo que solamente parece bueno? Usemos nuevamente la analogía alimenticia. Una botella de jugo de naranja aparenta tener naranja, sabe a naranja, tiene el color de una naranja, pero (eureka) no es naranja. Ahora bien ¿Por qué las bebibas que parecen de naranja, se venden por miles?  Por una muy sencilla razón: por su marketing o publicidad.

¿Ocurre los mismo con la Nueva Derecha? Claro que sí. Parece noble, sincera, buena, heróica si se quiere. Pero ¿Reinará Dios en la vida pública si acaso algún día llegara al poder esta nueva derecha que se dice conservadora? Esa sería la verdadera prueba de fuego, ahí se ha de revelar lo que detrás de las nobles apariencias esconden estas nuevas (aunque no tanto) ideas. Porque, seamos sinceros y en honor a la verdad, digamos lo siguiente: la libertad de los liberales es licencia. Porque no es lo mismo tener la libertad para elegir el bien, y la licencia para escoger el mal como si fuera lo mismo que la bondad, pues para un liberal «que no le hace daño a su prójimo» está bien consumir narcóticos y opiaceos o fomentar la lujuría o la prostitución. Elegir el mal es elegir la esclavitud. Ahora bien, pensemos un momento en el tema de la propiedad privada. El año pasado en la 109 Conferencia Internacional del trabajo, el Papa Francisco afirmó «que la propiedad privada es “un derecho secundario” que depende de un derecho primario, que es “el destino universal de los bienes”».

¡Vaya reacción de los liberales en redes sociales y medios de comunicación! Si algunos no se rasgaron las vestiduras fue por decencia. La afirmación del Papa es verdadera, pues Dios le ha dado la tierra a los hombres ¡A todos los hombres! Y también como dice el Papa León XIII: «El que Dios haya dado la tierra para usufructuarla y disfrutarla a la totalidad del género humano no puede oponerse en modo alguno a la propiedad privada. Pues se dice que Dios dio la tierra en común al género humano no porque quisiera que su posesión fuera indivisa para todos, sino porque no asignó a nadie la parte que habría de poseer, dejando la limitación de las posesiones privadas a la industria de los individuos y a las instituciones de los pueblos».

Ni el mejor tratado de economía liberal es capaz de expresar la sabiduría que contiene el enunciado anterior. Por ello es que es perfectamente consistente que Francisco haya afirmado que el derecho de propiedad es un derecho secundario dentro de un orden de jerarquía donde este derecho se subordina a un principio de mayor amplitud: el destino universal de los bienes. Entonces ¿Qué haría un gobierno de alguna Nueva Derecha conservadora y antiprogresista? ¿Atendería a las enseñanzas del Magisterio Católico u optaría por algún tratado de economía liberal donde se hace de la propiedad privada, un ídolo? Como sucede con las demás doctrinas que parecen ser cristianas, nobles, buenas… la doctrina de la Nueva Derecha tiene de novedoso nada más que el siglo en el que se intenta reimplantar la misma revolución que ha dado pie a todo el desorden del que en nuestros días, somos testigos.

El Apóstol de las Gentes nos dejó una advertencia que hoy es más necesaria que nunca. Como leemos en la Carta a los Colosenses: «Mirad, pues, no haya alguno que os cautive por medio de la filosofía y de vana falacia, fundadas en la tradición de los hombres sobre los elementos del mundo, y no sobre Cristo». Bien sabemos cuál es la naturaleza de la tradición liberal, una en la que Jesucristo y la Religión se reducen al ámbito de lo privado, como si el Estado no tuviera la obligación de darle culto público al Único Dios verdadero; tradición en donde la primacía la tiene el individuo y sus sacrosantos derechos, como si Dios no tuviera derechos superiores que debemos hacer valer por encima del derecho individual. Es una tradición económica donde el lucro es la norma y donde inventar necesidades artificiales es lo normal, donde la inmoralidad de muchos «servicios» importa menos que el deseo de los que pagan por el fomento del vicio. ¿Qué es la Nueva Derecha? Lo mismo que la «Antigua» Derecha, es decir: la misma filosfía que aparenta firme constitución en sus principios, que se parece al cristianismo, pero que no es más que otra ideología más entre las ideologías del montón que han transformado al Occidente Cristiano, en un cadáver de la historia.

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