Por el siglo I de nuestra era se hizo famosa una asamblea, o consejo de sabios, llamada sanedrín, y que tuvo el triste honor de haber sido el único órgano judicial deicida de la historia al condenar a Nuestro Señor Jesucristo. Desde entonces, hasta ahora, esos nefastos tribunales populares no han hecho más que crecer y popularizarse. En este sentido las redes sociales y los medios de comunicación se han convertido en el instrumento idóneo para que miles de jueces frustrados emitan sus fallos condenatorios a diestro y siniestro.
Las redes sociales, y los medios de comunicación, han popularizado y extendido hasta límites insospechados la delación, el chivatazo, y la condena pública, aunque a nadie se le puede escapar que la delación injusta se extendió en todo occidente tras la Revolución Francesa. En España, nuestros liberales fueron consumados aprendices de tamaña injusticia, al incitar a la población a denunciar a todo aquel vecino que hubiera participado en las partidas carlistas, o a aquellos que leía la prensa legitimista, o a los que hubiera dado cobijo en su casa a los voluntarios que luchaban por la Santa Causa. Con el correr de los años, y tras el advenimiento de la II República, se delataba a todo aquel que militara en los partidos de derechas, a aquellos que asistían a la Santa Misa, o leían la prensa católica.
En la España del siglo XXI la delación y el chivatazo ha adquirido tintes más grotescos. Con la COVID los noticiarios abrían sus portadas con vídeos de las redes sociales donde unos denunciaban que su vecino salía a correr, otros que el de más acá no hacía uso de las mascarillas, o que el de más allá hacía una fiesta «ilegal» en su casa, o que el de acullá salía a la calle sin respetar su horario asignado atendiendo a su edad. Estos mensajes expuestos en los medios de desinformación masiva no hacían más que calentar el ambiente para convertirnos a todos nosotros en policías de nuestros vecinos con el objeto de exigir a los demás el cumplimiento de unas leyes que a la postre fueron declaradas inconstitucionales.
El Gobierno de Pedro Sánchez no ha perdido perdón por encerrarnos ilegalmente en nuestras casas, o por impedirnos la libre circulación encerrándonos injustamente en el reducido espacio de nuestros barrios o provincias, y sin embargo, se atreve a perpetrar nuevamente un atentado a la libertad, imponiendo por la vía de los hechos un toque de queda a las 22:00 con el apagado de las luces de tiendas, comercios y monumentos públicos. No obstante, y tal y como sucedió durante la pandemia, el Gobierno socialista no se encuentra solo en esta cruzada contra la libertad y las personas, ya que ha encontrado a nuevos compañeros de viajes: los supuestos periodistas de los medios afines.
Efectivamente, estos días estamos encontrando en muchos medios de comunicación noticias a modo de partes del día, donde algunos autollamados periodistas se dedican a notificar las incidencias de la noche anterior, a chivarse públicamente de los locales y establecimientos que no han apagado su alumbrado a las 22:00 horas.
Esos medios de comunicación, que se han convertido en antros de delación, se dedican a acusar de traidores, egoístas, insolidarios y negacionistas a todos aquellos que por unos motivos u otros, han decido no cumplir con una legislación que no ha recibido el aval de ningún estudio sobre usos energéticos, sobre costes reales, o sobre el impacto de una medidas impuestas de forma arbitraria y autoritaria.
En las últimas elecciones algunos partidos políticos de izquierdas pusieron de moda eso que llamaron pobreza energética, que consistía en denunciar que por motivos económicos algunas personas no podían disfrutar del servicio de calefacción en invierno, y del servicio de aire acondicionado en verano. Y ahora aupados en el poder, y por arte de birlibirloque, esos mismos partidos nos tratan de convencer que la pobreza energética en realidad no es pobreza, sino compromiso con nuestros vecinos del norte europeo, y con el medio ambiente, ahora la consigna es “aunque tengas dinero y frio apaga la calefacción, aunque no veas, apaga la luz, y aunque tengas riesgo de ser víctima de un golpe de calos apaga el aire”.
Que triste que para acabar con la pobreza energética la izquierda se ha acordado de su viejo principio del igualitarismo, pues ahora resulta que la luz, la calefacción y el aire acondicionado son un lujo que nadie tiene que disfrutar (ni ricos, ni pobres), pero más triste aún es que en su camino se hallan encontrado con el sanedrín de los medios de comunicación encargados de denunciar a todos los culpables de llevar corbata, a aquellos que hacen uso del aire acondicionado, o a todos esos comerciantes empeñados en encender las luces de sus establecimientos como reclamo del distraído viandante.
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