Según informa la prensa, cerca de 336 mil vehículos salieron de la Región Metropolitana entre el viernes 12 y este lunes 15 de agosto. En total, aproximadamente, un millón de personas.
Para muchos de esos automovilistas, este lunes 15 de agosto no pasaba de un fin de semana largo. Quizá pocos recordaron que era la Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos en virtud de sus méritos y virtudes, que la hicieron merecer ser la Madre de Dios.
Probablemente aún menos personas tuvieron presente que hace poco tiempo atrás, menos de dos años, el 18 octubre del 2020, la Iglesia parroquial consagrada a su devoción en la Avda. Vicuña Mackenna fue intencionalmente incendiada por una turba sacrílega que también destruyó la imagen de la Virgen Asunta, ubicada en el frontispicio del templo.
En desagravio por todo eso, hoy algunos fieles pasamos a rezar frente a lo que otrora fuera una bella iglesia a la cual acudían diariamente los vecinos de Providencia.
Lo que queda del templo es quizá tan elocuente como el vacío que existe en torno de esas ruinas.
Las antiguas paredes del frente no son sino murales de obscenidades, alternadas con signos satánicos y manchas de pintura. Del vitral queda solo la forma, sin ningún vidrio que no esté roto o ausente; el pedestal donde se apoyaba la imagen está vacío, manchado y semi destruido.
Si se sube la vista hacia lo que fue la antigua torre, que desde lejos anunciaba la presencia de un Dios escondido en el tabernáculo a la espera de la oración de sus fieles devotos, hoy no luce más que unos palos ennegrecidos por el hollín del fuego que incendió y la hizo caer por tierra.
Pero quizás más triste que los signos de un odio incontenible e incomprensible, destructor de todo lo que significaba la presencia bendita de la Madre de Dios, es constatar la indiferencia con que la capital de Chile considera ese monumento al odio religioso.
El15 de Agosto, Fiesta de la Asunción, debería haber sido un día de reparación. La Arquidiócesis de Santiago debería haber organizado una multitudinaria procesión de fieles, que, con el rosario en la mano, implorasen el perdón por la ofensa cometida. Los fieles deberíamos haber inundado de flores el lugar y cubierto las pinturas u obscenidades con la muestra de nuestro fervor.
Nada de eso ocurrió. Pocos transeúntes pasaban delante de esas ruinas, preocupados sólo con la compra de alguna bebida en el almacén de la esquina, sin prestar atención a lo que quedó de la Iglesia ni a lo que ella significaba. Esas ruinas ya son parte del panorama habitual al que estamos acostumbrados.
Cuando una sociedad se acostumbra, o ve con indiferencia las marcas de la ofensa a la mejor de las Madres, a la Madre de Dios hecho hombre en su seno purísimo, esa sociedad perdió el sentido de lo sobrenatural, perdió la Fe.
La constatación de esta trágica realidad es lo más triste de lo que quedó como recuerdo de nuestra visita.
Que la Virgen Asunta perdone a Chile esa indiferencia, convierta a los autores de ese sacrilegio y restituya la Fe que otrora brilló en las almas de nuestros antepasados. Pero, sobre todo, que nos dé un amor a Ella que sea mucho mayor que el odio de quienes practicaron ese sacrilegio.
Es lo que pedimos delante de los restos de la Iglesia parroquial de la Virgen de la Asunción en la Avda. Vicuña Mackenna de Santiago.
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