Por Eric Sammons 

Imagine una guerra entre Estados Unidos y China . América sale victoriosa. Como uno de los términos de la rendición de China, el presidente Joe Biden requiere que el presidente chino, Xi Jinping, se bautice como católico, con Biden como padrino de Xi. 

Los estadounidenses, incluso los católicos estadounidenses, retrocederían ante esta demanda. Y aunque Biden es uno de los líderes mundiales favoritos del Papa Francisco, nuestro pontífice actual también estaría horrorizado por este arreglo. Después de todo, Francisco a menudo habla en contra de las conversiones, por no hablar de las conversiones forzadas. 

Sin embargo, uno de los reyes católicos más venerados de la historia hizo exactamente esto y los católicos de la época lo aceptaron como una demanda legítima. ¿Qué dice eso acerca de las actitudes en evolución de los católicos acerca de la conversión y la evangelización?

En 878, el rey Alfredo («el Grande») de Wessex se encontraba en un aprieto. Su reino estaba al borde de la conquista completa de los vikingos, dirigidos por el vicioso pagano Guthrum. Alfred pasó semanas escondido, participando en pequeños ataques de golpe y fuga contra las fuerzas enemigas mientras acumulaba un ejército para lanzar una ofensiva considerable en Guthrum. 

En mayo de ese año, en la batalla de Edington, las fuerzas de Alfred derrotaron decisivamente al ejército vikingo en una de las batallas más célebres de la historia inglesa. Entre los requisitos del tratado de paz que siguió, Alfred requirió que Guthrum y 30 de sus nobles se bautizaran, con Alfred sirviendo como padrino de Guthrum y Guthrum tomando el nombre cristiano Aethelstan.

Es imposible leer un relato moderno de este evento que no exprese indignación o al menos una profunda vergüenza por el requisito del bautismo. Y para los oídos modernos, el arreglo parece casar indebidamente lo político y lo religioso, mientras que no respeta la libertad religiosa de los vikingos derrotados. Sin embargo, según todos los informes, Aethelstan se mantuvo fiel a sus votos bautismales y, dado que su antiguo adversario ya no era una amenaza, Alfredo estableció lo que se convertiría en uno de los reinos cristianos más grandes del mundo. 

Es de destacar que las acciones de Alfred no fueron controvertidas en su propio tiempo . Nadie, desde el Papa hasta el más humilde de los feligreses, habría pensado nada malo con la demanda bautismal. Sin embargo, claramente tales acciones hoy en día serían rotundamente condenadas, desde el Papa hasta el más humilde feligrés.

Entonces, ¿deberíamos atribuir esto a «progreso»? ¿Deberíamos mirar a nuestros antepasados ​​católicos con vergüenza o incluso con desdén por sus actitudes premodernas? 

Si bien no creo que los católicos de hoy deban aceptar acríticamente todos los puntos de vista de las generaciones pasadas, también sería un error descartar casualmente la actitud profundamente arraigada de nuestros padres y madres en la Fe, quienes fueron fervientemente religiosos y comprometidos con la causa de Cristo. .

Si bien las acciones de Alfred comprensiblemente nos parecen extremas, lo que es más preocupante es la división significativa entre la actitud de los grandes misioneros del Nuevo Mundo y la de los católicos de hoy. Esta división salió a la luz durante la reciente visita del Papa a Canadá, con muchos críticos confundiendo, quizás a propósito, la diferencia entre el trabajo misionero legítimo y la aceptación forzada del catolicismo.

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Sin embargo, esa confusión puede excusarse viniendo de los no católicos, ya que también parece existir con el líder de la Iglesia, el Papa Francisco. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco ha librado una guerra total contra lo que él llama “proselitismo”, como detallo en mi libro Indiferencia mortal . El Papa Benedicto XVI también condenó el proselitismo, pero se refería al uso de la fuerza física para lograr la conversión de los no católicos, mientras que Francisco ha definido el término de manera tan vaga que abarca toda la evangelización y el trabajo misionero.

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Uno de los dichos más populares entre los católicos son las noticias falsas : “Predica el Evangelio en todo momento y, si es necesario, usa palabras”. Esta cita, atribuida a San Francisco de Asís, aunque va totalmente en contra de su propia práctica de predicar continuamente con palabras, ha sido utilizada como excusa para evitar anunciar el Evangelio con nuestras palabras. El homónimo del Poverello, el Papa Francisco, ha insistido una y otra vez en que la forma de evangelización sin palabras es la única adecuada.

Si bien podemos creer que las acciones del rey Alfred fueron demasiado extremas, el péndulo ha oscilado demasiado hacia el otro lado hoy. La historia de la iglesia, después de todo, tiene innumerables historias de misioneros católicos agresivos que no emplearon la conversión forzada .

San Bonifacio cortó el roble sagrado dedicado a Thor. Los primeros mártires franciscanos entraron en las mezquitas para condenar abiertamente el Islam, y cuando fueron asesinados, el mismo San Francisco los elogió como “verdaderos franciscanos”. Los misioneros jesuitas de América del Norte instaron a los nativos americanos a bautizarse, diciéndoles que el infierno esperaba a aquellos que rechazaran las aguas purificadoras de Cristo.

Ninguno de estos ejemplos involucró la fuerza como lo hizo el tratado de Alfredo, pero probablemente todos serían condenados con dureza hoy por los líderes de la Iglesia como “proselitismo” indebido (o tal vez pecados contra el diálogo interreligioso). 

¿Cuál es entonces el equilibrio entre el respeto a la libertad de las personas y el seguimiento del mandato de Cristo de hacer discípulos a todas las naciones? ¿Dónde deberíamos caer en el espectro desde el Papa Francisco hasta el Rey Alfredo el Grande?

Francamente, mucho más cerca de Alfred. Jesús ordenó, no sugirió, que sus seguidores hicieran discípulos de todas las naciones. Él no nos dijo que simplemente viviéramos nuestras vidas y dejáramos en paz a los no cristianos. No, él quiere que trabajemos activamente por la conversión de todos, y la historia y el sentido común nos dicen que eso no sucederá simplemente viviendo una vida católica tranquila en los suburbios. 

Debemos ser agresivos—sí, agresivos—sobre la difusión de la fe . Esto se puede hacer respetando la dignidad humana de cada persona. De hecho, yo diría que la mejor manera de honrar la dignidad de alguien es instarles a vivir plenamente de acuerdo con ella haciéndose católicos. En una época en la que la secularización agresiva ha llevado a millones de católicos apartados, debemos ser igualmente agresivos para traer a la gente de vuelta al redil. 

¿Cómo se ve esta evangelización agresiva en el mundo moderno? En muchos sentidos, tal como se veía en generaciones anteriores: proclamando sin disculpas la verdad del catolicismo y el hecho de que fuera de la Iglesia no hay salvación. Incluye dejar claro que el catolicismo no es simplemente una opción entre muchas, sino la Única Fe Verdadera. 

Si bien no necesitamos obligar a las personas a bautizarse, nuestro Señor nos llama a instar a las personas a la fuente bautismal. Callar y esperar la conversión de los demás no es la misión de los católicos en ninguna época.

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Este artículo se publicó en inglés en https://www.crisismagazine.com/

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