Este pasado veinte de agosto, la hija y periodista de 29 años de edad del filósofo ruso Alexander Dugin, fue víctima de un atentado en donde perdió la vida ‘al explotar el coche que conducía en la región de Moscú’. Lamentando lo sucedido con la hija de Dugin, quisiera, sin embargo, realizar una aproximación al pensamiento de este filósofo de quien, personalmente tenía poco conocimiento y que al parecer es la mente maestra (o al menos una parte) en la que se apoya Vladimir Putin para justificar sus distintas acciones políticas y militares.

El pensamiento filosófico de Alexander Dugin es complejo de entender por lo heterodoxo de las influencias que ha recibido, influencias que van desde el existencialismo heideggeriano, pasando por una base místico-espiritualista, comunismo marxista o incluso la doctrina fascista; por lo que una clasificación simplista como de ultraderecha como la que usan algunos medios de comunicación al referirse a Dugin, es más bien una caricatura que una categoría política pertinente. No obstante la heterodoxia de las ideas recibidas, sí podemos encontrar por lo menos, tres grandes líneas filosóficas que desembocará en su pensamiento político.

En primer lugar y quizás el concepto clave es el concepto de Dasein elaborado por el alemán Martin Heidegger, en donde se entiende por tal, el modo de ser que tiene el hombre en el mundo. El ser humano está lanzado hacia las posibilidades de su propio ser, es decir que no es un mero individuo como inerte en el mundo, sino que siempre es un ser en proyecto, un ser que se lanza hacia un porvenir que le es únicamente suyo donde él mismo es el autor del sentido de su propia existencia sobre este mundo que habita. Lo ‘original’ de Dugin es que el Dasein también se extiende más allá del sujeto, pues también alcanza a la cultura o territorio étnico, como agente de la realización de sus propias posibilidades.

La otra idea de Dugin proviene de la influencia de Edmund Husserl y la idea de epojé o reducción de los contenidos de las cosas que se hayan aprendido previamente, por ejemplo, de los que nos hayan enseñado o hayamos aprendido sobre el concepto ‘naturaleza’. En este sentido, Dugin analiza el concepto de tiempo aplicando la epojé fenomenológica para llegar a la conclusión de que el tiempo es subjetivo y social a la vez. Esto abre la posibilidad de pensar en el tiempo como objeto que se puede construir por el Dasein. Para entender mejor esto vayamos al siguiente concepto: el de la historia.

La historia, para Dugin, como tercer elemento de su metafísica, no es progresiva, lineal o diacrónica, sino que en última instancia es reversible, pero principalmente sincrónica, es decir, que lo que ocurre en un determinado momento no es la conclusión de un proceso evolutivo de la historia, sino que atiende a ciertas causas próximas que se verifican en el momento en que suceden, en el tiempo del aquí y ahora. Esta es la razón por la que la historia para Dugin es reversible, es decir, se pueden revertir los efectos o resultados de lo que ha acontecido y restaurar lo que había sido trastocado. Estos elementos de su metafísica tendrán una interesante aplicación política como veremos a continuación.

Como para Dugin la unidad de selección no es el individuo (que sí lo es para el liberalismo), sino que es el Dasein, el Ser-ahí, en tanto sujeto o cultura étnica, entonces la construcción política es subjetiva y abierta a las posibilidades de su propia ser. En palabras más sencillas, cada cultura es única y ella sola construye su identidad y su determinación histórica, por lo que no es posible hablar de culturas superiores o inferiores, sino simple y sencillamente de culturas, sin más agregados. Esto es fundamental, porque cuestiona la idea de que las culturas no occidentales tienen que asimilar los valores occidentales implantandose en sus territorios, los cuales ya tienen su propia historia y su propio tiempo de formación de su identidad como tal. Aunque, cuando Dugin habla de Occidente se está refiriendo al occidente liberal-anglosajón que el ruso cree que es el que se ha impuesto después de la segunda guerra mundial hasta nuestros días y es el sistema contra el que Rusia debe impedir sucumbir.

Véase cómo Putin, por ejemplo, para justificar su intervención militar, apeló a la idea de hacer volver aquellos territorios que históricamente han sido rusos, como lo es Ucrania. Esa es la influencia de Dugin en el Kremlin donde, bajo la idea de que la historia se puede revertir, entonces se puede des-occidentalizar a Ucrania mediante un operativo militar que le devuelva a las regiones que siempre han sido rusas, su identidad como tal.

Volviendo a la idea del Dasein étnico o cultural, Dugin es uno de los impulsores de la idea de multipolaridad que tiene como sustrato elemental, la convivencia de múltiples poderes políticos en equilibrio, cada uno con su propio epicentro cultural, étnico o regional, sin que sea ya el liberalismo anglosajón con Estados Unidos al frente, el árbitro del destino de los pueblos.

El tiempo histórico de cada pueblo estará determinado por los sujetos que sean parte del territorio que les ha tocado vivir, de ahí que un valor esencial sea el de soberanía nacional y para la preservación de la identidad de los pueblos: un tradicionalismo moral. Quizás estos dos elementos sean constitutivos de todo el sistema político propugnado por Dugin y llevado a la práctica (al menos en parte) por Putin, pues vemos cómo la ideología de género, por ejemplo, nacida en occidente no ha permeado las estructuras político-sociales de Rusia.

En resumen y concluyendo. Las influencias filosóficas de Dugin son ampliamente heterodoxas y así mismo es su obra filosófica en general. Pero a pesar de ello, la idea más importante del sistema político de Dugin es que cada pueblo es un como un Dasein, una suerte de agente que determinaría el sentido de su propio destino, de su propia historia, de su propia constitución existencial y que, por lo tanto, no hay ninguna razón para asumir y asimilar el sistema de pensamiento filosófico, político y moral de occidente, particularmente el liberalismo occidental. Contra ello empuja la idea de un mundo multipolar en equilibrio donde haya varios epicentros políticos, ideológicos y económicos y no ya solamente el dominio occidental, particularmente el anglosajón liberal con Estados Unidos al frente como el árbitro de las naciones.

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