Este domingo 4 de septiembre, los chilenos asistirán a las urnas para con su voto, aprobar o rechazar el establecimiento de una nueva constitución. Pero, de aprobarse el nuevo documento jurídico, Chile, sencillamente, se precipitará hacia el progresismo. Para los católicos chilenos, como bien señalaron los obispos en su reflexión de la propuesta constitucional, «(…) es necesario un discernimiento informado y un voto en conciencia, poniendo siempre por delante el bien común del país (…) por consiguiente, llamamos a cumplir con el deber cívico de ir a votar» .
Los obispos en su documento están orientando la conciencia de los católicos y cristianos en general. Y han señalado todos aquellos puntos que son ‘opinables’ y aquellos que son claramente contrarios a los principios de la Fe. Al respecto, quiero fijar la atención brevemente en lo que a la familia la constitución se refiere y algunas implicaciones que se podrían derivar de su aplicación. Veamos pues. El artículo décimo nos dice: «El Estado reconoce y protege a las familias en sus diversas formas, expresiones y modos de vida, sin restringirlas a vínculos exclusivamente filiativos o consanguíneos, y les garantiza una vida digna» .
Valga decir algo sobre el modo en que está escrito. Si uno le presta mucha atención a las cláusulas gramaticales y a las palabras empleadas en la redacción, descubriremos un entramado muy bien urdido de eufemismos que al reescribirse de manera inteligible, claro y sencillo, nos quedaría del siguiente modo: El Estado no admite el sentido de familia tradicional, compuesto por un varón, una mujer e hijos, sino que familia e hijos será todo aquello que determinen los que se unan en convivencia. Está claro que la astucia lingüística es fundamental para confundir a la inteligencia. Sin embargo, los obispos iluminan acertadamente la conciencia al decir:
«La propuesta constitucional (…) amplía el concepto de familia al hablar de “familias en sus diversas formas, expresiones y modos de vida, sin restringirlas a vínculos exclusivamente filiativos y consanguíneos” (art. 10). Manifiesta, de esta manera, un afán inclusivo que termina por desfigurar la naturaleza de la familia. ¿Qué significa, en definitiva, ir más allá de los vínculos exclusivamente filiativos y consanguíneos? ¿Hasta dónde puede llegar esta ampliación? Estamos ante una acepción neutra y desfigurada de familia, que la deja como un modo de organización al mismo nivel que una asociación, (…) pues cualquier grupo de personas podría ser considerado una familia».
Es exacto, por parte de los obispos decir que esta ampliación, o más bien, esta derogación del concepto tradicional de familia, la convierte en una simple asociación más, despojándose de su carácter natural y reduciéndose a un artefacto social para que dos hombres, dos mujeres, dos mujeres y un perro, dos hombres y un gato puedan ser considerados familia. Si, de acuerdo al artículo diez de la nueva constitución, ya no hay vínculos de consanguinidad, todo ente puede ser un hijo, desde un animal doméstico hasta una planta de jardín. Véase que no cometo ninguna falacia, pues en su letra, aunque bien refinada la redacción, está diciendo el texto lo que acabo de indicar: «(…) sin restringirlas –a las familias- a vínculos exclusivamente filiativos o consanguíneos (…)». Lo único que cuenta, al parecer, es que de cierto modo, lo que sea que se considere hijo sea un ser vivo, al menos.
Más adelante, en al artículo 40 leemos:
«Toda persona tiene derecho a recibir una educación sexual integral, que promueva el disfrute pleno y libre de la sexualidad; la responsabilidad sexo afectiva; la autonomía, el autocuidado y el consentimiento; el reconocimiento de las diversas identidades y expresiones del género y la sexualidad; que erradique los estereotipos de género, y que prevenga la violencia de género y sexual». ¡Esperpento de redacción!
Ante esto responden los obispos: «En ningún momento se establece la responsabilidad de los padres y la importancia de incorporar su participación en la educación en la afectividad de sus hijos. Se deja solo en manos de la autoridad la determinación de los planes y programas, restringiendo el Estado un derecho innato de los progenitores en la educación de sus hijos». Pero recuérdese que el artículo diez reconoce cualquier asociación de personas como familia sin importar los lazos de consanguinidad, por lo que fácilmente colegimos que ya los padres no tendrían potestad para enseñarles, por ejemplo, que la familia solamente la componen un varón y una mujer y la progenie nacida de su unión.
En manos del Estado la ‘educación sexual integral’ es la imposición de los dogmas de la ideología de género y sin que los padres puedan objetar nada a los programas educativos sobre la materia. Un análisis pormenorizado de esta nueva constitución, aparte de ser un texto largo, está lleno de artículos contradictorios, absurdos, peligrosos y totalitarios, como los que acabamos de citar sobre la familia y la educación, que de ganar el ‘Apruebo’ este domingo que viene, sumiría a Chile en la miseria política, moral y económica. Han hecho bien los obispos chilenos en su intento de iluminar la conciencia de los fieles, porque esta constitución no es otra cosa que un enorme proyecto progresista, contrario en toda la extensión de la palabra a los principios cristianos revelados y a la mismísima razón. ¡Que ampare Dios a los chilenos si llegase a ganar el ‘Apruebo’!
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