Si  dramática  es la situación que se está viviendo en Ucrania a causa de la invasión de Rusia sobre ese país,  no menos dramática es la situación que se vive en muchos países del mundo, por ejemplo en nuestra España,  a causa de la inmoral aprobación de una nueva ley del aborto que permitirá a las chicas de 16 y 17 años poder abortar sin el consentimiento de los padres o tutores.

El Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica,  recogiendo las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la Tradición cristiana, califican el aborto como «crimen abominable»
La Iglesia,  por amor y respeto a las leyes que el Creador ha inscrito en la naturaleza humana, no puede aprobar el aborto en ningún caso, porque eso supondría aprobar como bueno lo que objetivamente es malo.

Y si las leyes han de prohibir lo que es negativo para el ser humano y para la sociedad en general y han de aprobar aquello que es bueno, ¿cómo nos atrevemos,  cómo se atreven algunos a llamar «derecho» al acto de abortar? Es necesario tener en cuenta la sentencia que siempre ha defendido la Iglesia:  «aborrecer el pecado y amar al pecador»

La Iglesia no juzga ni condena a las personas, pues el interior de cada una de ellas solamente es conocido por Dios, que es quien escruta los corazones y sabe por qué hacemos o dejamos de hacer las cosas. Pero la Iglesia no puede llamar bueno a aquello que objetivamente es malo,  no puede llamar bien a lo que objetivamente es un mal que ofende al Creador,  a quien lo practica y a quien colabora con la práctica del mal.    Aquí hablamos del aborto,  pero lo que acabamos de decir se puede decir de cualquier otra realidad o circunstancia de la vida.
Por eso la Iglesia aconseja a las mujeres que piensan abortar que,  previamente,  se formen un juicio recto y correcto acerca de lo que piensan hacer y que consulten con un sacerdote, con mujeres y familias que defienden la vida, con asociaciones cristianas pro-vida,  incluso con mujeres que han abortado y luego se arrepintieron de haberlo hecho,  porque lo de abortar o no abortar no es un juego.

Como tampoco lo es la vida del ser humano cuando está deteriorada a causa de la ancianidad, las enfermedades, el abandono, las situaciones terminales, etc.

La vida es,  ante todo,  un don de Dios,  un precioso don de Dios que todos estamos llamados  a  defender, cuidar, custodiar, mimar, agradecer, admirar.

Esto no solo lo vemos así los creyentes,  sino también muchísimos hombres y mujeres de buena voluntad que no han dejado que nada ni nadie pervierta su conciencia,  pues cuando la conciencia se pervierte somos capaces de hacer cualquier cosa, y encima nos justificamos diciendo que no había más remedio que obrar así….

Jesucristo,  el Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María,  Cabeza y Esposo de la Iglesia,  nuestro Señor,  nuestro hermano y nuestro mejor amigo nos habla claramente: «No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles plenitud»   Y esa plenitud es el amor,  no lo que muchos entienden por amor,  sino el amor de donación, de oblación, el que el mismo Jesús practicó y nos enseñó a practicar.

-«No matarás»  dice el Señor Dios en el quinto Mandamiento del Decálogo. Por eso el aborto  y  el suicidio van contra la Ley de Dios,  contra Dios mismo,  contra la dignidad del ser humano,  contra el verdadero bien de las sociedades, de los pueblos, de las naciones.
Ante esta triste y cruel realidad,  ¿por qué no emprendemos una santa campaña a favor de la vida desde la concepción hasta su ocaso natural? ¿Por qué no nos ayudamos los unos a los otros a valorar la belleza de la vida, su dignidad, su origen, su fin último, sus posibilidades, etc.?

Y ya que hablamos de la vida humana, la Santa Sede ha hecho público un comunicado en el que manifiesta que la postura del Papa Francisco es siempre a favor de la vida, del diálogo y de la concordia entre todos. Todo se pierde con la guerra. Nada se pierde con la paz;  al contrario, los seres humanos necesitamos la paz para poder vivir en sociedad como personas civilizadas.
De hecho,  el Santo Padre  se comunicó  por separado  con el Gobierno ruso y con el Gobierno ucraniano,   ofreciéndose   como  mediador para que se pueda dar un alto al fuego o incluso el cese de las hostilidades, el cese de la guerra. El Gobierno de Ucrania se mostró favorable a esta posible mediación del Papa,  pero por parte del Gobierno de Rusia no ha habido respuesta alguna. Sabido es que, por desgracia, el Patriarca Kirill apoya la intervención rusa,  mientras que el Papa Francisco la condena por lo que supone de pérdida de vidas humanas,  incluso de mujeres embarazadas y de niños. 
Desde aquí queremos también manifestar nuestro apoyo al Papa Francisco y a todos los que oran y trabajan en favor de una paz estable y duradera.
José Vicente Martínez

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