Afirmaba – hace cincuenta años – el Papa Pablo VI, que: “hubo intervención de un poder adverso. Su nombre es el diablo”. En lo alto de la Cruz, Nuestro Señor Jesucristo padeció, también, en previsión de todos los pecados que se cometerían hasta la consumación de los tiempos. Entre ellos: la Iglesia, sacudida y casi sumergida, por la tormenta más feroz.
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