«El infierno es creerse en el paraíso por error» (Simone Weil)
Las declaraciones de Isabel Ayuso manifestándose partidaria de que las menores de edad puedan abortar sin consentimiento paterno ha sorprendido a sus votantes y a muchos sectores de su partido. Sorprende su sorpresa, porque la presidenta madrileña simplemente se ha precipitado. Solo ha discrepado en los tiempos. Me explico:
Desde el Renacimiento, se ha venido larvando una filosofía que consiste en afirmar la autonomía del hombre para construir su propio destino, tanto individual como colectivo. Este proceso, que los tratadistas clásicos llaman la Revolución, tuvo sus momentos estelares en la revuelta protestante, en la Revolución Francesa y en la Revolución bolchevique de 1917, pero su hilo conductor se prolonga hasta el Mayo del 68 y nuestros días, en que se ha hecho ya dominante en la mentalidad del hombre común.
Así se constata en la famosa trilogía de libros de Yuval Noah Harari, profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, “el pensador más leído del mundo” -según reza la publicidad de sus obras-, cuyos títulos resultan elocuentes por sí mismos: “Sapiens. De animales a dioses», “Homo Deus” y “21 lecciones para el siglo XXI”.
Una vez liberada la humanidad de las ataduras impuestas en el pasado, tanto por la religión como por las propias leyes de la naturaleza, el hombre se convierte en fautor de su propio destino, constructor de una nueva sociedad, diseñador de un nuevo mundo y promotor de un progreso lineal y sin término, cuya última meta sería el logro de la inmortalidad y el paraíso en la tierra. La fe en ese progreso sustituye así a la virtud teologal de la esperanza y a la creencia cristiana en un Cielo y una Vida Eterna. Dios ha muerto y el Hombre ocupa ahora su lugar.
Para llegar aquí, además de acabar con la Fe, se ha tenido que trastocar toda la filosofía y la antropología sobre las que se construyó la llamada Civilización Cristiana. Por eso hablamos de Revolución. Por eso decía el gran Donoso Cortés que detrás de todo problema político se esconde en realidad un problema teológico.
Los promotores de ese proceso histórico -los que a sí mismos se llaman progresistas–, han tomado conciencia de que su esencia es precisamente el ser un proceso de cambio social: el progreso de una humanidad autónoma que se construye a si misma, por la que el hombre pasa de criatura a creador: es el Homo Deus.
El progresista se cree así por delante. Su misión es ir abriendo el camino que otros transitarán después. El es, en esencia, el adelantado, el visionario, el llamado a dar pasos que otros, más retrasados, juzgarían osados. Su virtud es la audacia, y su superioridad moral, frente a los que considera miopes o timoratos, no es más que una consecuencia del cumplimiento de su misión.
El Partido Popular, como buen partido liberal, comparte de fondo esta misma visión, pero es sólo un seguidor. Su oposición al progresismo no es una diferencia de dirección, sino una mera diferencia de ritmo de adopción. De ahí su situación irremediable de subordinación.
Para entenderlo hay que acudir a lo que hoy se conoce en sociología y mercadotecnia como las leyes de la difusión de la innovación.
La difusión de innovaciones es una teoría sociológica que pretende explicar cómo, por qué y a qué velocidad se mueven las nuevas ideas entre los miembros de un sistema social y cómo las ‘nuevas ideas’ son aceptadas y divulgadas entre los miembros de su red social. La teoría fue desarrollada a principios de los años 60 del siglo XX por Everett Rogers en su famoso libro Diffusion of Innovations[i].
El principal elemento es la innovación, que Rogers define como «una idea, práctica u objeto que es percibido por un individuo como nuevo». A partir de ahí, el individuo, al conocer la novedad, tiene la opción de aceptarla o rechazarla. La difusión de innovaciones conlleva un cambio social, dado al ser las nuevas ideas aceptadas o rechazadas las estructuras sociales sufren cambios a consecuencia del acto de difusión.
La velocidad con la que una innovación es aceptada en un sistema social es un índice de su aceptabilidad en esa sociedad y depende de las características de ese sistema social: creencias, valores, costumbres, redes sociales… Diferentes sistemas sociales poseen diversas velocidades de adopción para una misma innovación.
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Conceptos como derecho al aborto, matrimonio homosexual, transexualismo y diversidad de géneros, lenguaje inclusivo, bienestar animal, emergencia climática, ecosostenibilidad etc, tienen, a los efectos de lo que aquí hablamos, ese carácter de “ideas nuevas” a las que podría aplicarse la teoría de la difusión de las innovaciones.
En la teoría de difusión se distingue entre los individuos que aceptan las innovaciones en los primeros instantes de su emisión y aquellos que lo hacen en etapas posteriores. En este sentido, se establecen cinco categorías de adoptantes en función del tiempo que requieren para adoptar una innovación: los innovadores, los adoptadores tempranos, la mayoría precoz, la mayoría conservadora y los rezagados.
El proceso individual de adoptar/rechazar una nueva idea no es un acto instantáneo, es un proceso que suele realizarse en cinco pasos:
1.Conocimiento – Comienza cuando el individuo conoce la nueva idea y sus implicaciones.
2.Persuasión – En esta etapa el individuo se forma una opinión favorable, o desfavorable acerca de la innovación.
3.Decisión – Es la etapa en la que el individuo inicia una serie de actividades con el objeto de adoptar, o rechazar la innovación. Si decide rechazarla, las dos etapas posteriores no se ejecutan.
4.Implementación – Tras aceptar la innovación, la adopta en su día a día.
5.Confirmación – Es una actividad en la que un individuo busca refuerzo sobre la decisión ya tomada.
Es en este plano de aceptación de las «nuevas ideas» lanzadas por los nuevos centros de poder mundial en el que hay que interpretar la actitud del Partido Popular. Su planteamiento no puede entenderse como la de gobierno-oposición, o como confrontación izquierda-derecha, por la simple razón de que ambos caminan en la misma dirección. Por el contrario, debe entenderse a la luz de la teoría de la difusión de la innovación. Es una mera cuestión de velocidad de aceptación de las “nuevas ideas” de emancipación de la ley natural y divina, abiertamente promovidas por los progresistas y tardíamente aceptadas por los conservadores.
Dos observaciones permitirán confirmar la veracidad de esta afirmación:
La primera es la simpatía con la que muchos votantes del PP miran hoy a Felipe González y a aquellos socialistas del 82, entonces tan temidos. Hoy sus ideas les parecen cercanas, e incluso piensan que están más próximos al Partido Popular que al propio partido socialista. Y, sin embargo, Felipe González y aquellos socialistas no se han movido de lo que pensaban: los que se han movido son los conservadores, que hoy aceptan lo que entonces rechazaban.
La segunda prueba de que hoy el esquema de oposición izquierda-derecha no es válido, y que debe ser sustituido por el esquema de categorías de adopción de la innovación, es la aparentemente sorprendente alianza que hoy vemos entre el capitalismo globalista -refinado modelo de la codicia y egoísmo tantas veces atribuido a la derecha- y la izquierda progresista, o sea entre Soros y Sánchez, por poner un ejemplo. Lo que con criterios de antaño sería impensable, hoy es perfectamente natural en el empeño compartido de llevar adelante su proyecto de ingeniería social y nueva humanidad.
La señora Ayuso no se ha apartado de la dirección de su partido al aceptar el aborto de las menores sin consentimiento paterno. Simplemente se ha mostrado como una early adopter en esta cuestión. Se ha adelantado a su partido, que como ha explicado su presidente, el Sr. Núñez Feijoo, defiende que para abortar las menores reciban el consentimiento de sus padres. Es decir, que el partido va un poquito por detrás, y aunque ya ha aceptado la mayor -que el aborto es un derecho y no el asesinato de un indefenso-, aún necesita un poco de tiempo para llegar a proclamarlo una conquista de la humanidad, como lo considera ya la señora Montero. Tanto Ayuso como Feijoo son, con ello, un ejemplo de esa aceptación retardada de las «nuevas ideas» puestas en circulación por los progresistas, puesto que tanto la posición de una como la del otro se han alejado de las sostenidas por ellos mismos hace solo unos años.
Todo lo dicho hasta aquí ni es nuevo ni debería sorprendernos, porque el liberalismo, lejos de ser la oposición, no es más que una parte del proceso de la Revolución.
Si quieren que les diga la verdad, a mi lo único que me sorprende de todo esto -iba a escribir, que me escandaliza-, no es la posición del PP, sino la actitud de la jerarquía católica, hasta sus más altos representantes. En el caso de España, lejos de advertir a sus fieles sobre lo que significa el voto al Partido Popular -señora Ayuso incluida-, da muchas veces la sensación de encontrarse también inmersos en esa curva de adopción de las ideas del Progresismo.
Y eso si que es un problema, porque el único antídoto contra el huxleriano “mundo feliz” del Homo Deus -cuyas bondades ya estamos empezando a sentir-, es la afirmación de Cristo Rey del Universo.
[i] Rogers, E. M. (1962). Diffusion of innovations. New York: Free Press
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