Si bien (el tiempo y los hechos lo dirán, por supuesto) no cabe esperar que las cosas cambien demasiado con la pro atlantista amén de pro sionista Giorgia Meloni al frente del ejecutivo trasalpino (tampoco el margen de maniobra que tiene va a ser amplio que digamos, con la negociación de los fondos estructurales europeos en ciernes), lo cierto es que su incontestable triunfo electoral (con un programa ligeramente euroescéptico, marcadamente lberal en lo económico, repleto de apelaciones a aspectos tradicionales) refleja algo que no conviene obviar.
A saber, el creciente hastío de las muy esquilmadas/explotadas clases medias/trabajadoras europeas (abandonadas a su suerte por la «izquierda caniche» en favor de minorías cada vez más estrafalarias) para con los paradigmas mundialistas: inmigración descontrolada, gran sustitución, dictadura sanitaria, ideología de género, transhumanismo, cambioclimahisteria, oenegetismo, etc.
En ese sentido, la Agenda 2030 sufre una nuevo frenazo y a los mercachifles con traje tecnocrático de Bruselas (cuyos candidatos favoritos siempre han sido los «progres», bien progre izquierdistas bien progre derechistas) podría abrírseles otra brecha interna (en la UE no quieren ver ni en pintura a otro posible Orban en el Mediterráneo).
Asimismo, la victoria de Meloni pone en solfa una de las mayores farsas de la política actual como es el antifascismo, al que se aferra con fruición esta «izquierda indefinida» a fin de ocultar su complicidad con el turbocapitalismo globalista.
Ojo, al igual que la «derecha extravagante» se aferra al no menos falso anticomunismo para ocultar su patriotismo de opereta: en puridad, hoy no hay ya ideologías, sólo disfraces de mercadotecnia electoral.
Por lo demás, junto con la formación Fratelli d’Italia, el claro ganador de estas elecciones generales ha sido la abstención (muy alta en los territorios correspondientes al antiguo Reino de Nápoles y de las Dos Sicilias, menos alta en el Norte; ello pone de relive la existencia de dos Italias, la germánica y la hispánica, ambas unidas por Roma), un indicativo de que los pueblos están hartos de los circos electorales que monta la partitocracia, los cuáles sólo sirven para que continúen mandando (a través de sus respectivos testaferros politiqueros) los «innombrables» dueños del cortijo.
Ricardo Herreras
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