Romance de un nuevo octubre Que Setiembre se ha marchado, llevándose la calor, le decía una blanca ola a un caracol soñador. La grácil onda marina otra nueva le agregó, pues le contó que ya octubre llegaba en un quita y pon. Montado en un potro alado, fresco corcel volador, viene a guardar la vendimia y a cavar el champiñón. “- No, no es así, mi señora una voz le protestó, en mi tierra americana partiendo del Ecuador es la hora del noreste, de la cigarra y la flor, del sol que brilla en lo alto, de la piña y del melón”. “- No se preocupe, mi hermana”, -la ola le contestó-, a esa que desde el Plata aquel punto comentó. “somos una sola patria de Florida a Puerto Montt, de Luzón a Guatemala, de Vizcaya a El Salvador. Y en octubre, ya ventoso y otoñal como en León, o floral y delicioso como es en La Asunción, un sentimiento nos une y nos hermana en el son: de Hispania somos la gente, noble y de gran corazón. El 12 de un mes como este Colón la historia cambió, creyendo llegar a Indias, fue al mismo Edén que arribó. Desde entonces, una lengua, una raza y un blasón, se extendieron por la Tierra y un Imperio se forjó, de gente morena y blanca, amarilla y de carbón, de fe cristiana y romana, muy temerosa de Dios. Y ahora que media octubre, cuando el marino llegó a las primicias floridas de los jardines del sol, es tiempo de que dejemos las armas en su rincón, rencores y cuentas viejas y remilgos de salón, y nos demos el abrazo que la discordia aplazó; pues América y España, Guinea la de Ecuador, Filipinas tan hermosa, California y aun Yukón, la Argentina tan radiosa Y el México del primor, somos solo una bandera, una fe y un corazón, la perenne primavera, de una viva tradición”. Así, serena y rotunda, la ola a su hermana habló; el mar las oyó y, nocturna, la luna las repitió… Y tú, mi querido hermano, americano, español, ¿qué harás el 12 de octubre? ¿No oyes, tú, ese clamor? ¿No sientes en propia carne lo mismo que siento yo? A saber, que hay una Hispania, y no tres, cuatro o dos… Y que tarde o más temprano, toca cumplir la misión a los hijos de esa patria, predilecta del Señor. La misión que está en su sangre, y es digna de su valor, la de ser de Cristo el arca y batirse por su amor. ¡Que despierte, pues, Hispania! y que vuelva, de una vez, a ser del sol la velera, con los mares a sus pies… A ser de males frontera, a ser trueno y resplandor, a ser faro en la tormenta, a ser la espada de Dios. Edgar Rolón, desde un remoto rincón de las Españas… en vísperas de su magno día.
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