Desde el siglo XVI, el espíritu cristiano es cada vez menos influyente y visible en los ambientes, las costumbres, en toda la civilización occidental, y viene siendo sustituido gradualmente por un espíritu neopagano, impregnado de panteísmo naturalista, de igualitarismo omnímodo y de sensualidad.

Así que en el mundo contemporáneo coexisten en lucha dos fermentos opuestos e irreconciliables y que en las leyes, en la cultura, en las artes, en las costumbres, no pasa un solo día en que la levadura del mal no tenga algún éxito. La acción de esta levadura se vuelve, por todas partes, más profunda. Y como el mal no puede producir sino el mal, no produce a su alrededor más que decadencia. Decadencia velada a veces por el esplendor del lujo, por lo rebuscado de la forma artística o literaria, cuando no por un vago tinte de religiosidad “cristiana”. Pero en cualquier caso genuina decadencia.

Todo esto da a nuestra época una fisonomía propia, profundamente diversa de la era anterior a Lutero, y de las innumerables diferencias que nos distinguen de aquel período, la más importante, la más esencial, la que sobrepuja, resalta, como que da colorido a todas las demás es la presencia dominadora del espíritu neopagano.

Acentuamos las palabras “presencia dominadora”. Hay presencias activas, eficaces, pero que no son dominantes. Era éste el caso de las levaduras del mal antes de Lutero. Había manifestaciones profundas de impiedad y de corrupción en la Edad Media. Basta pensar en el emperador Enrique IV, o en los albigenses. Pero éstos eran los derrotados. Los vencedores eran San Gregorio VII, Inocencio III, Simón de Montfort. En nuestros días todavía hay poderosos fermentos cristianos, que sin embargo no dominan el siglo, no le dan la marca propia. No se puede negar una presencia cristiana en el mundo, pero no es la fuerza rectora.

Si juzgamos las cosas por su aspecto dominante y no por sus otros aspectos, lo cual es legítimo, diremos que el mundo actual es pagano y decadente, y sin embargo mantendremos que se pueden encontrar en él elementos buenos. Al igual que un médico puede decir que alguien tiene cáncer en un determinado órgano, pero que el resto del cuerpo funciona normalmente. Si el canceroso es un adolescente, puede incluso seguir creciendo a pesar de estar enfermo. Pero, de todos modos, el canceroso es un enfermo, y nadie se atrevería a decir que hay unilateralidad en afirmarlo, bajo el pretexto de que la zona afectada por el cáncer es mínima en relación con el resto del cuerpo, o que éste es tan poderoso que incluso crece.

Ejemplifiquemos con un Rolls Royce de 1906, pese a ser un coche de gran lujo, daba la impresión de un insecto de metal, débil, feo, grotesco. Si lo comparamos con un Jaguar de 1951 se puede ver la enorme diferencia. La línea se ha vuelto fina, elegante, esbelta. Toda la maquinaria fue hábilmente escondida. De las ruedas, tan “cañones” del Rolls, en el Jaguar sólo se ven las de delante, de tal forma embellecidas que se convirtieron en un elemento decorativo. El automóvil tomó por así decir un cuño humano. Comparando estos dos tipos de coches no se podría negar que esta transformación se debió a la influencia de factores psicológicos y culturales que siguen siendo sanos.       

Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/

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