La publicación en 2016 de Imperofobia y leyenda negra supuso un auténtico terremoto que removió las aguas estancadas y conformistas de la historiografía española. Inmediatamente se produjeron una cascada de reacciones al libro, y su autora, la profesora e historiadora malagueña Elvira Roca Barea, recibió multitud adhesiones, pero también sonados desprecios, especialmente de algunos sectores del endogámico e inane mundo universitario y mediático. La editorial Siruela publica ahora una nueva edición —¡la trigésimo novena!— con nuevo formato y cubierta, que incluye dos capítulos totalmente nuevos: El Imperio español y la primera globalización (capítulo 8, Parte II) y Reflexiones finales: lo Cortés no quita lo Cuauhtémoc (Parte III), así como la ampliación y modificación del capítulo segundo, Los imperios. También actualiza e incorpora nueva bibliografía. Es por tanto ante una oportunidad magnífica para acercarse a uno de los libros de mayor impacto y trascendencia de los últimos años
El título es bastante descriptivo sobre contenido de este impresionante ensayo. La primera parte y más corta, Imperios y leyendas negras: la inseparable pareja, supone una aproximación al estudio de la génesis de los imperios y a la constatación de que éstos siempre han provocado sentimientos de rechazo y campañas de propaganda (imperofobia) tanto de las pequeñas oligarquías de los territorios subalternos que forman parte del imperio, como de las potencias vecinas que quedan excluidas de esa expansión imperial. Las analogías con los imperios romano, ruso y estadounidense son a veces sorprendentes, especialmente con el último. Las partes II y II (La hispanofobia en la época imperial: orígenes y fisonomía y La leyenda negra desde la Ilustración a nuestros días. Asunción y negación) entran de lleno en la génesis de la hispanofobia y de la leyenda negra desde el inicio del Imperio hasta la actualidad, no hasta el fin del imperio como sería lo lógico («Hay que acabar con la absurda idea de que la leyenda negra y sus consecuencias son un fenómeno del pasado», afirma categóricamente la autora).
No voy a resumir los argumentos de este libro porque es imposible señalar todo el inmenso caudal de información escasamente conocida sobre la leyenda negra antiespañola, «la mayor alucinación colectiva de Occidente» (Sverker Arnoldsson). La tesis principal y novedosa de Elvira Roca Barea en Imperofobia, que es demostrada una y otra vez y que es respaldada por un amplio aparataje bibliográfico y de notas, es que la leyenda negra y las hispanofobia existió y existe porque forma parte esencial del mito fundacional de naciones como Inglaterra y Holanda y del todo el protestantismo en bloque: «El mundo protestante necesita culpables, enemigos, un diablo que explique lo que va mal, como toda corriente histórico-teológica que nace contra algo. Es un mundo moralmente dual. Los nacionalismos funcionan de la misma manera. En consecuencia, el protestantismo no podía ser sino la historia de un éxito […] La ruptura con el Catolicismo tenía que ser explicada y sólo la denigración de éste podía servir para tal fin. Para creerse esto hay que repetir hasta la saciedad que el mundo católico es un fracaso, de forma que cualquier traspiés se transforma en norma y se magnifica hasta la deformación».
Para Elvira Roca Barea el prejuicio precede a su justificación y la construye. Es la intelligentsia de cada nación en cada época, ya sean los humanistas italianos, luteranos alemanes, rebeldes holandeses, anglicanos ingleses, ilustrados, afrancesados españoles, «libertadores» criollos, liberales europeos, indigenistas hispanoamericanos o nacionalistas periféricos españoles, los que recogen y reciclan los clichés cásicos de la hispanofobia (y anticatolicismo): impureza racial, impiedad, malas costumbres, barbarie, Inquisición, Felipe II, antisemitismo, papismo, incapacidad para las ciencias y el comercio, etc. Naturalmente, el procedimiento es siempre el mismo: una pequeña parte de la verdad sirve para levantar una gran mentira que justifica un prejuicio de etiología racista que hasta ahora se niega a reconocer que lo es.
Basta estudiar, aunque sea muy someramente, la historias de Inglaterra, Francia, Holanda y Alemania, para observar que estas sociedades —como todas— han vivido muchos periodos de pobreza, inestabilidad política, intolerancia religiosa, persecución de disidentes y guerras civiles, y que solamente la implacable y efectiva «ley del silencio» impuesta por sus gobernantes y aceptada por sus élites culturales ha conseguido que esta historia sea totalmente desconocida. Por ejemplo, como por arte de magia la intolerancia religiosa general en toda Europa se convierte en algo exclusivo y definitorio de los españoles. (Igual ocurre con la censura de libros, con los desterrados políticos y religiosos, o cualquier otro tema que se elija).
Se procurará en lo que sigue no incurrir en resbaladizas disquisiciones morales sino dejar constancia de los hechos. No porque los actos humanos colectivos o de naturaleza histórica deban estar libres de juicio moral, sino porque antes de aplicar el dictamen de bueno o malo en estos, como en todos los casos, hay que determinar cuáles son esos hechos. Por otra parte, el juicio moral en la historia es planta muy delicada y suele ser arrastrada por prejuicios conscientes e inconscientes. Es relativamente fácil juzgar un acto humano individual, y aun así a veces resulta muy arduo. Cuando empiezan a multiplicarse exponencialmente los factores en juego, las causas y los efectos interaccionan entre sí de manera tan apretada y circular que no se puede determinar con honradez cuál es la causa y cuál el efecto. Frente a este desafío, no hay más receta para ser honrado que la humildad.
Es posible (o no) que el ser humano fuese más feliz viviendo en un estado de perfecta igualdad edénica y que este ideal sea moralmente superior a otros, pero el hecho es que ni los mansos franciscanos ni los más circunspectos budistas lo han conseguido. Guste o no a los perseguidores de utopías, la verdad es que la mayoría de los seres humanos prefiere ser rico a ser pobre y que no hay grupo de nuestra especie con un mínimo éxito reproductivo que no viva bajo alguna forma de organización jerarquizada. La jerarquía y el poder existen en todas las sociedades humanas y también en otras muchas no humanas. Quizá sería muy bonito que no fuera así, pero para nuestra desgracia desconocemos cómo se organizan los cuerpos sin esta ley de la gravedad social. Algunos antropólogos piensan que el éxito evolutivo del Homo sapiens frente al neandertal se debió a que fue capaz de organizar (jerarquizar) grupos numerosos, mientras que el neandertal vivía en pequeños clanes familiares de unas veinte personas y no construyó unidades mayores. Quizá eran muy sabios y no quisieron, pero de ellos solo sabemos una cosa cierta y es que se extinguieron.
Alguien manda siempre, y solemos odiar o admirar a quien lo hace por el mero hecho en sí, ciega e irreflexivamente, cuando el verdadero asunto moral es cómo manda el que manda cuando le toca mandar. Porque nadie manda mucho tiempo sin el consentimiento explícito o silencioso de los mandados. El mando es responsabilidad, y el que manda tiene que asumir muchas responsabilidades y hacerles frente. No puede desertar de ellas o perderá el mando. Asume riesgos, toma decisiones, enfrenta errores. Por eso es tan cómodo que mande otro.
Naturalmente, antes de Elvira Roca habían sido muchos los historiadores que habían escrito sobre la leyenda negra (Julián Juderías, Sverker Arnoldsson, Joseph Pérez, García Cárcel, etc.), pero Imperofobia es el primer estudio que logra sistematizar de forma integral el fenómeno de la hispanofobia y de su vigencia renovada, y además —esto es importantísimo— consigue salir del estricto y reducido ámbito académico para llegar a un público lector amplio. Constituye una primera aproximación, necesariamente incompleta, que debería ser el punto de partida para otras investigaciones parciales o síntesis globales más exhaustivas. Para esto último la autora malagueña incluso sugiere líneas de investigación sobre multitud de aspectos de nuestro asunto que permanecen en la más completa oscuridad. (Por ejemplo, propone el estudio de la hispanofobia en el teatro europeo, tan importante en afianzar la falsa visión deformada de los españoles entre los demás europeos).
¡Cuánta inteligencia, cuántas ideas sugestivas hay en este magnífico libro! No hay una sola página que no contenga una reflexión brillante, una comparación o una analogía novedosa y esclarecedora, una invitación a profundizar en algún aspecto específico. María Elvira, por si fuera poco, posee una prosa ensayística extraordinariamente didáctica y atractiva. Señaló Mario Vargas Llosa en su momento que Imperofobia «es aguerrido, profundo, polémico y se lee sin pausas, como una novela policial en la que el lector vuela sobre las páginas para saber quién es el asesino. Confieso que hace tiempo que no leía un libro tan ameno y estimulante». Ciertamente, poco puedo añadir al dictamen del Premio Nobel, si acaso que creo que lo que él considera polémico en realidad es estupor porque saca a la luz la terrible losa que los españoles de «ambos hemisferios» llevamos sobre nuestras espaldas durante siglos.
Por último, apuntar que Imperofobia y leyenda negra —igual que el posterior Fracasología— provoca en el lector simultáneamente dos sensaciones: indignación y esperanza; indignación al comprobar (con datos) la magnitud de las falsificaciones contra el mundo hispanocatólico asumidas acríticamente por nuestras élites; y esperanza porque este libro puede contribuir (de hecho, creo que lo está haciendo) a una catarsis liberadora que permita afrontar el futuro con más optimismo. En cualquier caso, Imperofobia es un ensayo de lectura absolutamente obligatoria, un libro capital que marca un parteaguas en la historiografía española. Por supuesto, también para mí ha supuesto un antes y un después en mi comprensión de la historia de España y del mundo.
Puntuación: 5 (de 5)
Ediciones Siruela (2022)
Colección: Biblioteca de Ensayo / Serie mayor, 130
Prólogo: Arcadi Espada
616 págs.
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Elvira Roca acomete con rigor en este volumen la cuestión de delimitar las ideas de imperio, leyenda negra e imperiofobia. De esta manera podemos entender qué tienen en común los imperios y las leyendas negras que irremediablemente van unidas a ellos, cómo surgen creadas por intelectuales ligados a poderes locales y cómo los mismos imperios las asumen. El orgullo, la hybris, la envidia, no son ajenos a la dinámica imperial. La autora se ocupa de la imperiofobia en los casos de Roma, los Estados Unidos y Rusia para analizar con más profundidad y mejor perspectiva el Imperio español. (Sinopsis de la editorial)
María Elvira Roca Barea es licenciada en Filología Clásica y Filología Hispánica. Se doctoró con una tesis sobre retórica medieval. Ha sido traductora y paleógrafa, además ha enseñado latín y lengua y literatura española en España y los Estados Unidos. Tiene cinco libros publicados y docenas de artículos en revistas especializadas y congresos. Sus trabajos de investigación han tratado principalmente sobre retórica clásica y medieval, edición de manuscritos en latín y romance, caballería y literatura caballeresca en Oriente y Occidente.
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