En el siglo XIV comienza a observarse, en la Europa cristiana, una transformación de mentalidad que a lo largo del siglo XV crece cada vez más en nitidez. El apetito de los placeres terrenos se va transformando en ansia. Las diversiones se van volviendo más frecuentes y más suntuosas. Los hombres se preocupan cada vez más con ellas. En los trajes, en las maneras, en el lenguaje, en la literatura y en el arte el anhelo creciente por una vida llena de deleites de la fantasía y de los sentidos va produciendo progresivas manifestaciones de sensualidad y molicie. Hay una paulatina mengua de la seriedad y de la austeridad de los antiguos tiempos. Todo tiende a lo risueño, a lo gracioso, a lo festivo. Los corazones se desprenden gradualmente del amor al sacrificio, de la verdadera devoción a la Cruz y de las aspiraciones de santidad y vida eterna. La Caballería, otrora una de las más altas expresiones de la austeridad cristiana, se vuelve amorosa y sentimental, la literatura de amor invade todos los países, los excesos de lujo y la consecuente avidez de lucros se extienden por todas las clases sociales.
Tal clima moral, al penetrar en las esferas intelectuales, produjo claras manifestaciones de orgullo, como el gusto por las disputas aparatosas y vacías, por las argucias inconsistentes, por las exhibiciones fatuas de erudición, y lisonjeó viejas tendencias filosóficas, de las cuales había triunfado la Escolástica, y que ahora, ya relajado el antiguo celo por la integridad de la fe, renacían con nuevos aspectos.
Este nuevo estado de alma contenía un deseo poderoso, aunque más o menos inconfesado, de un orden de cosas fundamentalmente diverso del que había llegado a su apogeo en los siglos XII y XIII.
La admiración exagerada, y no pocas veces delirante, por el mundo antiguo, sirvió como medio de expresión a ese deseo. Procurando muchas veces no chocar de frente con la vieja tradición medieval, el Humanismo y el Renacimiento tendieron a relegar la Iglesia, lo sobrenatural, los valores morales de la Religión, a un segundo plano. El tipo humano, inspirado en los moralistas paganos, que aquellos movimientos introdujeron como ideal en Europa, así como la cultura y la civilización coherentes con este tipo humano, ya eran los legítimos precursores del hombre ávido de ganancias, sensual, laico y pragmático de nuestros días, de la cultura y de la civilización materialistas en que cada vez más nos vamos hundiendo. Los esfuerzos por un Renacimiento cristiano no lograron aplastar en su germen los factores de los cuales resultó el triunfo paulatino del neopaganismo.
En algunas partes de Europa, éste se desarrolló sin llevar a la apostasía formal, pero en otros países embistió abiertamente contra la Iglesia. El orgullo y la sensualidad, en cuya satisfacción está el placer de la vida pagana, suscitaron el protestantismo, que dio origen el espíritu de duda, al libre examen, a la interpretación naturalista de la Escritura. Produjo la insurrección contra la autoridad eclesiástica, expresada en todas las sectas por la negación del carácter monárquico de la Iglesia universal, es decir por la rebelión contra el Papado. En el plano moral, el triunfo de la sensualidad en el protestantismo se afirmó por la supresión del celibato eclesiástico y por la introducción del divorcio.
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