Si tal es la Revolución, la Contrarrevolución es, en el sentido literal de la palabra, una reacción. Es decir, una acción que es dirigida contra otra acción. Ella es frente a la Revolución lo que, por ejemplo, la Contrarreforma fue frente a la Pseudo Reforma.
Y de este carácter de reacción le viene a la Contrarrevolución su nobleza y su importancia. En efecto, si es la Revolución lo que nos va matando, nada es más indispensable que una reacción que tenga en vista aplastarla. Ser opuesto, en principio, a una reacción contrarrevolucionaria, es lo mismo que querer entregar el mundo al dominio de la Revolución.
Conviene añadir que la Contrarrevolución, así vista, no es ni puede ser un movimiento en las nubes, que combata fantasmas. Ella tiene que ser la Contrarrevolución del siglo XXI, hecha contra la Revolución como hoy en concreto ésta existe y, por lo tanto, contra las pasiones revolucionarias como hoy crepitan, contra las ideas revolucionarias como hoy se formulan, los ambientes revolucionarios como hoy se presentan, el arte y la cultura revolucionarios como hoy son, las corrientes y los hombres que, en cualquier nivel, son actualmente los fautores más activos de la Revolución. La Contrarrevolución no es, pues, una mera retrospección de los maleficios de la Revolución en el pasado, sino un esfuerzo para cortarle el camino en el presente.
La modernidad de la Contrarrevolución no consiste en cerrar los ojos ni en pactar, aunque sea en proporciones insignificantes, con la Revolución. Por el contrario, consiste en conocerla en su esencia invariable y en sus tan relevantes accidentes contemporáneos, combatiéndola en éstos y en aquélla, inteligentemente, sagazmente, planeadamente, con todos los medios lícitos, y utilizando el concurso de todos los hijos de la luz.
Si la Revolución es el desorden, la Contrarrevolución es la restauración del Orden. Y por Orden entendemos la paz de Cristo en el Reino de Cristo. O sea, la civilización cristiana, austera y jerárquica, fundamentalmente sacral, antiigualitaria y antiliberal.
El Orden nacido de la Contrarrevolución deberá refulgir, más aún que el de la Edad Media, en los tres puntos capitales en que éste fue vulnerado por la Revolución: 1 – Un profundo respeto de los derechos de la Iglesia y del Papado y una sacralización, en toda la extensión de lo posible, de los valores de la vida temporal, todo ello por oposición al laicismo, al interconfesionalismo, al ateísmo y al panteísmo, así como a sus respectivas secuelas. 2 – Un espíritu de jerarquía marcando todos los aspectos de la sociedad y del Estado, de la cultura y de la vida, por oposición a la metafísica igualitaria de la Revolución. 3 – Una gran diligencia en detectar y en combatir el mal en sus formas embrionarias o veladas, en fulminarlo con execración y nota de infamia, en reprimirlo con inquebrantable firmeza en todas sus manifestaciones, particularmente en las que atenten contra la ortodoxia y la pureza de las costumbres, todo ello por oposición a la metafísica liberal de la Revolución y a la tendencia de ésta a dar libre curso y protección al mal.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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