Reseña de Carlos X. Blanco

Vivimos en una Europa etnocéntrica y en una España cada día más provinciana. Ignoramos el hecho duro, el destino brutal: ese “Occidente” altanero y dominante ya ha caído. Ese mundo occidental hoy es una piltrafa y una colonia. Nos negamos a admitir que el “Occidente colectivo” era una falsa coalición bajo el imperio de la Anglosfera, imperio en declive. Las comparsas europeas son pequeñas naciones desunidas por dentro y entre sí, chiringuitos con bandera e himno que viven entregados al parasitismo, a la infertilidad, a la improductividad, colonias y protectorados del Imperio yanqui. Lo que diga el Pentágono, la Casa Blanca o, peor aún, sus cloacas y subterráneos más siniestros, es lo que Occidente ha de hacer, pues el Amo manda y así no hay más cera que la que arde. 

Precisamente la Anglosfera ha intervenido de forma despiadada en estos últimos tiempos, polarizando a las naciones de Europa en contra de competidores serios, no sólo Rusia o Irán, sino otros mucho más poderosos y estables, como China. La República Popular China quiere ser mostrada por “nuestro” Imperio como una “amenaza” para el mundo: totalitaria, comunista, hipertecnológica e hipervigilante… Sin embargo, la amenaza real es estrictamente económica, y los amenazados son, fundamentalmente, los intereses especulativos y comerciales de la Anglosfera, especialmente los intereses yanquis, y no los intereses de los pueblos. No veremos dinero chino en nuestras ONGs ni en las revoluciones de color de aquí, allá o acullá.

Cuando se habla de China y de su milenaria civilización, y se hace por estos pagos entre gente de escasa instrucción, sobrevuelan siempre los tópicos infames. Unos dirán que el Covid lo propagaron ellos, por causa de comerse murciélagos, por ejemplo. Los chinos llenan las ciudades, dirán otros, con bazares de baratijas, hundiendo así nuestro comercio e industria. Se apoderan del mundo, braman muchos, haciéndonos comer carne de perro en sus restaurantes sospechosos, o quizá, refunfuñan entre dientes, los chinos traman en secreto la construcción de armas peligrosas con la que exterminarán el último resquicio de democracia y libertad…

De la civilización milenaria y venerable, apenas sabe la gente nada: la Gran Muralla, los emperadores en la Ciudad Prohibida, Confucio, los jarrones de porcelana… El más aventajado en su ya lejano Bachillerato recordará las Guerras del Opio, y otro de edad madura recordará al inmortal David Niven, flemático guerrero arquetípico de la anglosfera en la no menos mítica película “55 días en Pekín”…

Pero ¿cuál es la esencia de una civilización milenaria, que ha existido como tal de manera ininterrumpida desde hace miles de años, en perfecta continuidad desde la más lejana prehistoria? ¿Cómo es que nos empeñamos en hacer estas caricaturas ante un Imperio-Nación-Civilización tan extenso y profundo, tan “suyo” pese al cambio de los tiempos y al peso de las invasiones bárbaras?

El libro que tan cuidadosamente ha editado Hipérbola Janus contribuye al conocimiento de esta Civilización, grande en todos los sentidos de la palabra, mayúscula y cargada de futuro. Esta editorial, consagrada en buena medida al pensamiento tradicional, nos acerca en castellano al libro del sinólogo alemán Eduard Erkes (1891-1958), Creencias religiosas en la China antigua, una obra que ya despertara la atención del pensador tradicionalista italiano Julius Evola y que hoy podemos disfrutar para ir curando nuestros males de ignorancia. 

Erkes, en general, se dedica a describir rituales adivinatorios, funerarios, purificatorios, etc. , así como creencias y prácticas chamanísticas, concepciones sobre los espíritus y divinidades, etc. señalando la presencia ininterrumpida de muchas de ellas hasta llegar al mismo siglo XX, y ello a pesar de las reformas imperiales y confucianas. Llama mucho la atención a un lector europeo la presencia de ritos y creencias propios de un chamanismo femenino, de muy antigua data, quizá prehistórica, así como la evolución –otra vez sin solución de continuidad- desde el culto a deidades vegetales y zoomórficas, pasando por el culto a los antepasados y a númenes antropomorfos, hasta llegar al grado de una religión con un mayor grado de abstracción espiritual, que acaso sea el estado más conocido de la tradición oriental. Este un estado en el que la “religión” se confunde, ante nuestros ojos, que son ojos de extranjeros, con una simple ética y una especie de política-práctica que busca el buen ordenamiento de la vida particular, familiar, pública y cósmica, nos desconcierta y oculta las etapas más antiguas, que son las que el libro rastrea. Que la continuidad sea la palabra clave de una sociedad tradicional, es algo que debe sobreentenderse, y ese concepto de continuidad servirá como linterna que guíe el estudio penumbroso de la China antigua. 

No nos caben dudas a la hora de cifrar una parte del “éxito” de China como potencia llamada a ser hegemónica, y destinada a tomar el relevo de la agresiva Norteamérica. La clave oculta no se cifra en una tecnología superior que, a su vez, se ha erigido sobre un sistema educativo exigente que busca la excelencia (todo lo contrario a nuestra bazofia igualitarista), algo que, simultánea y orgánicamente, depende de una sociedad como la de Oriente, una que no ha destruido el concepto de jerarquía, mantiene los lazos de cohesión familiar y patriótica, y se empeña (con notable éxito en los resultados) en sinizar todo lo que toca: el marxismo, el capitalismo, la ciencia, la tecnología… Lo que un tradicionalista occidental vería como meros demonios a extirpar, un oriental (tradicionalista en lo más hondo de su ser, y no por simple pose ni por barnices librescos) lo vería de otro modo: como diablos a domesticar, a “sinizar”. Toda una lección para nuestros pueblos decadentes, el español incluso: un Arqueofuturismo pero no un Arqueofuturismo soñado, como lo soñó Guillaume Faye para Europa, sino ejercido, amado. De los yacimientos arqueológicos del alma colectiva sacan los orientales una savia con la que ponerse a sinizar el mundo y hacer de veras, que el futuro ya esté aquí. Y lo consiguen a golpe de seguir siendo quienes son. Así “funcionan” los chinos.

Lectura muy recomendable la del libro de Erkes, traducido por Gustavo Mateu Fombuena y una espléndida labor editorial de Miguel Ángel Sánchez López.

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A continuación, añadimos la información editorial.

Sinopsis

El prestigioso sinólogo alemán Eduard Erkes nos presenta un original y lúcido ensayo sobre las formas más antiguas de la religión china. Para ello se sirve clásicos como el Chou-li, el Li-chi, el Yi-ching o el Shan-hai-ching como fuentes esenciales a través de cinco capítulos dedicados respectivamente al sacerdocio chamánico, a los espíritus, a las divinidades antropomorfas, a las costumbres funerarias y a las divinidades de la naturaleza. Fruto de esta síntesis obtenemos una panorámica de las formas tradicionales de la China clásica en la que se pueden integrar las grandes formas espirituales florecidas en este contexto de civilización: confucianismo, taoísmo y budismo.

Este volumen, que podemos considerar como una parte esencial en el estudio de las religiones, y específicamente en relación al estudio del chamanismo, será una fuente documental de primer orden para los trabajos desarrollados con posterioridad por el conocido historiador de las religiones y etnólogo rumano Mircea Eliade en relación a China.

Originalmente, la obra fue traducida por Julius Evola al italiano en 1958 para el IsMEO (Associazione Internazionale di Studi sul Mediterraneo e l’Oriente), pese a las diferencias doctrinarias y de método manifestadas por el pensador italiano frente al propio Eduard Erkes.

Índice de contenidos

• Comentarios de la revisión – Por Miguel Ángel Sánchez López
• Preámbulo
• I. El sacerdocio chamánico
• II. Los espíritus
• III. Dioses antropomórficos
• IV. Costumbres funerarias
• V. Las divinidades de la naturaleza
• Glosario
• Biografía de Eduard Erkes

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