Por María del Pilar de Olazábal – www.centrodebioetica.org
El Servicio Nacional de Salud (National Health Service) de Inglaterra tomó medidas contra el Dr. Richard Scott, médico de cabecera durante 35 años, por ofrecerse a orar con sus pacientes. Se enfrentó a ser eliminado de la lista de médicos de cabecera aprobados por el NHS, a menos que accediera a realizar un curso de ‘límites profesionales’ de 1.800 libras esterlinas a su cargo.
Antes de llegar a una audiencia, se logró resolver el caso. NSH acordó que el Dr. Scott es libre de rezar junto a sus pacientes dentro de las pautas del Consejo Médico General; y por su parte Scott accedió asistir a un curso relacionado con los límites profesionales.
Scott manifestó su indignación y afirmó que nunca se debería haber llegado a esta instancia por el solo hecho de rezar con sus pacientes. El curso que trataron de obligarlo a realizar estaba dirigido a delincuentes sexuales y estafadores. «Lamentablemente, he visto una profunda intolerancia de algunas partes del NHS hacia las creencias cristianas y una completa falta de comprensión de qué es la oración y cómo impacta positivamente en la vida de las personas», afirma Richard.
NHS England tomó medidas disciplinarias contra el Dr. Scott a pesar de que una investigación separada del Consejo Médico General lo absolvió dos veces de violar sus pautas sobre la oración.
Debido a este asunto el Dr. Scott manifiesta haber sufrido humillación y presión durante los últimos años.
Andrea Williams, directora ejecutiva del Christian Legal Centre, que apoyó al Dr. Scott en su caso afirma que es un médico con gran experiencia y que durante su carrera se ha comprometido al servicio de sus pacientes. Manifestó también que es amado y respetado por su comunidad y que su amor por Jesús y dedicación a su fe son conocidos tanto en su ambiente laboral como en su comunidad.
“No hay evidencia de que la práctica del Dr. Scott de orar con sus pacientes haya interferido de alguna manera con su excelente medicina; de hecho, todo lo contrario. Ha visto a muchos pacientes liberarse de las adicciones a las bebidas y las drogas y convertirse en miembros activos de la sociedad a través de su cuidado espiritual”, dice A. Williams.
Considero correcta la actitud del Dr. Scott de rezar junto a sus pacientes, ofreciéndoles así no solo un acompañamiento físico sino también un acompañamiento espiritual. La actividad médico-sanitaria se funda sobre una relación interpersonal, de naturaleza particular. Ella es «un encuentro entre una confianza y una conciencia». La «confianza» de un hombre marcado por el sufrimiento y la enfermedad, y por tanto necesitado, el cual se confía a la conciencia de otro hombre que puede hacerse cargo de su necesidad y que lo va a encontrar para asistirlo, cuidarlo, sanarlo…El agente de la salud, cuando está verdaderamente animado del espíritu cristiano, descubre más fácilmente la exigente dimensión misionera propia de su profesión: en ella efectivamente: «está implicada toda su humanidad y le es requerida una entrega total». [1]
Es necesario acompañar y alentar a los agentes de salud, cuya vocación es tan noble e importante, aún más en la actualidad cuando se encuentran ante casos cada vez más complejos. No se debe perseguir a los médicos cristianos por brindarles a sus pacientes acompañamiento emocional y espiritual, ya que son dos factores importantes al momento de la curación física.
Se puede observar en el caso del Dr. Scott una manifiesta intolerancia hacia la religión cristiana y una persecución hacia su libertad de expresar su fe. Hay una gran falta de comprensión. Tal como lo afirmaron el Dr. Scott y la Sra. Williams, el rezar impacta de manera positiva en la vida de los pacientes.
Entonces dirá el Rey a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo….En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.[2]
[1] Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios; Carta de los Agentes Sanitarios; Ciudad del Vaticano, 1995.
[2] Del Santo Evangelio según San Mateo, 25, 34-40.9
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