«Esta es precisamente la ventaja que los carlistas llevamos a los liberales todos, incluso los más piadosos y menos avanzados. El partido carlista ha sido, es y será siempre en España una protesta viva, completa, entusiasta, armada a veces, contra toda especie de liberalismo; el partido carlista es total y genuinamente católico, sin mezcla ni tolerancia de liberalismo ni de herejía alguna; el partido carlista tiene además la dicha de que su Jefe supremo y augusto es tal vez el único Príncipe del mundo que se ha sometido absoluta e incondicionalmente a la Santa Sede, profesando y queriendo cuanto la Iglesia profesa y quiere, y los carlistas, por último, para ingresar y permanecer en nuestro partido, no necesitamos hacer protestas ni salvedades de ningún género, porque todos y cada uno de los principios de nuestra comunión, no solamente caben dentro del credo católico, sino que se informan y viven de su espíritu.
[…]
Por eso entienden hombres eminentes y expertos que, sin juzgar intenciones que pueden ser muy santas, cometen pecado enorme de lesa nación cuantos con sus llamamientos, unos, a las honradas masas, y so color de unirse o ligarse con los católicos de toda procedencia política en el terreno puramente religioso, inventan nuevos partidos mal llamados católicos, y con sus exageraciones integristas y puritanismos trasnochados, otros, divorcian las fuerzas católicas del partido tradicionalista, único baluarte antirrevolucionario que, como organismo político, tiene fuerza indubitable y propia para contener la impiedad desbordada, y abandonan la idea religiosa en medio del arroyo, dejándola a merced de las turbas anarquistas y anticristianas. Hecho tristísimo que, aunque realizado con el fin de separar completamente los altísimos intereses religiosos de las impurezas políticas, no podemos menos de lamentar hoy, y en su día pagaremos todos.
[…]
Pero no, el partido carlista es el único que tiene fe y virtualidad suficientes para el logro de la regeneración católica de España, a cuyo efecto inscritas lleva en su bandera dos nobilísimas aspiraciones: la unidad católica, y el restablecimiento del poder temporal de los Papas con sus naturales y lógicas consecuencias.»
Credo y Programa del Partido Carlista, de Manuel Polo y Peyrolón. Valencia 1905. Págs. 10 y 11.
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