El carlismo es incompatible con el parlamentarismo «moderno», e importante es resaltar que precisamente la incompatibilidad es con ese falso parlamentarismo liberal, y no con las verdaderas Cortes representativas de la sociedad, es decir, orgánicas, con poder legislativo limitado, y mandamiento imperativo. El carlismo, por tanto, nunca podrá ser compatible con las cortes inorgánicas, heterogéneas, formadas por partidos políticos y sin más limitación en su poder que las ansias totalitarias de los diferentes partidos políticos.
No obstante su incompatibilidad con el parlamentarismo, durante el siglo XIX, y con un fin pragmático mientras el movimiento legitimista velaba sus armas para nuevos alzamientos, el carlismo participó en la vida parlamentaria aún sin creer en ella. Esa participación parlamentaria el carlismo siempre trato de usarla con un carácter contrarrevolucionario, no para cambiar el devenir de la Revolución, sino para tratar de frenar su avance, pues cuando creyó tener fuerza para derrotar la gran monstruosidad de la Revolución siempre hizo uso del levantamiento popular y de la guerra contrarrevolucionaria.
Precisamente, el libro «El Carlista en las Cortes. La política electoral y parlamentaria del Carlismo en la primera etapa de la Restauración» del catedrático de Historia del pensamiento don Demetrio Castro, trata de esa participación del carlismo en la primera etapa de la restauración borbónica del siglo XIX, y aunque el autor no está cercano ideológicamente a los planteamientos tradicionalistas, al que no duda en tratar como mero capricho para recuperar un pasado remoto y muerto, sin embargo su obra merece una atenta lectura, por cuanto suponer un feliz esfuerzo para acercarnos a la realidad parlamentaria del siglo XIX en España.
Ahora bien el atento lector ha de estar preparado para no caer en el fácil engaño de interpretar el apoyo popular del carlismo en función de los resultados electorales de las diferentes convocatorias a Cortes, por cuanto las primeras elecciones a las que se presentó el movimiento carlista estaban regidas por el voto masculino y censitario, es decir, por el voto de las élites económicas del país, y el carlismo no gozo nunca del prestigio entre dichas élites, pues su apoyo fue siempre popular, la de un pueblo que sin líderes se levantó contra francés invasor en 1808, y contra el tiránico régimen liberal en 1833. Tratar de justificar el mayoritario apoyo popular y la justicia de las pretensiones carlistas en función de los resultados electores, es concebir estos como manifestación del verdadero sentir del pueblo español, cuando las votaciones, y los resultados electorales, eran la manifestación de los intereses de las élites favorecidas por un régimen liberal que les había regalado las tierras desamortizadas de la Iglesia, y las robados de los comunes de los municipios.
Demetrio Castro es claro al referir que el régimen de la restauración alfonsina fue liberal, pero no democrático, basado principalmente en el clientelismo y no en la opinión. En este sentido dichos aspectos nos recuerdan a los actuales regímenes democráticos occidentales, en los que los lobbys y los organismos internacionales ejercen todo tipo de presiones para sacar adelante proyectos que embargan el futuro de los pueblos europeos.
Efectivamente, el régimen liberal que trataba de parar el carlismo era un régimen manejado por las oligarquías de políticos profesionales con capacidad de administrar favores con cargo a los Presupuestos, políticos que en su mayoría no estaban preocupados ni por el bien común, ni por la defensa de la religión verdadera, ni por el respeto a la ley natural y las leyes históricas que procuraban las libertades de los municipios, de las regiones y del pueblo llano. La técnica usada por los políticos liberales era la del acaparamiento del poder, y la exclusión, incluso violenta, de los competidores y de los verdaderos representantes del pueblo, manteniendo formalmente un simulacro de elecciones en las que, solo en teoría, estaría representada la opinión popular. En este sentido, durante la primera etapa del liberalismo, y prácticamente hasta la restauración canovista, el ejército poseía un poder moderador para favorecer mediante el uso de la violencia el triunfo de la facción liberal elegida.
Tras la III Guerra Carlista (1872-1876) el sistema logró neutralizar el poder moderador del ejército para controlar la distribución del poder por otros procedimientos (alternancia política similar a la actual entre izquierdas y derechas). Efectivamente, tras el sistema diseñado por Cánovas se realizaban elecciones con unos resultados predeterminados creando la ficción del turnismo, y los elegidos por ese procedimiento solo tenían que comprometerse al mantenimiento del régimen de la restauración, y al respecto a las instituciones y de la corona liberal. Para el mantenimiento de este sistema la clave residía en respetar nominalmente a las minorías parlamentarias (que representaban al pueblo mayoritario) siempre y cuando no tuvieran fuerza suficiente para impugnar el sistema.
En este contesto el carlismo tuvo que mantener un difícil equilibrio por cuanto su participación en las Cortes nunca podía suponer un compromiso con las instituciones liberales, y si un freno a las mismas, por lo que se veían obligados a mantener un sano sistema de prensa tradicionalista para poder transmitir al pueblo carlista su rechazo total y sin ambages al sistema liberal.
«El Carlista en las Cortes», editado por el Gobierno de Navarra en 2015, es claro al concluir que la escasa representación del carlismo en las cortes liberales no se debió a la falta de arraigo ideológico en la sociedad española del siglo XIX, sino al torticero e hipócrita sistema liberal que fue capaz de neutralizar al verdadero pueblo español.
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Características del libro:
- Título: El carlista en las Cortes. La política electoral y parlamentaria del carlismo en la primera etapa de la Restauración
- Autor: Castro Alfín, Demetrio
- Editorial: Fondo de publicaciones del Gobierno de Navarra
- ISBN: 9788423533992
- Encuadernación: Rústica
- Medidas: 23 cm
- Nº Pág.: 161
- PVP: 12,00 €
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Reseña del editor:
Doctrinalmente el Carlismo era incompatible con el parlamentarismo, pero ya desde final de la primera guerra no relegó la política electoral prácticamente más que cuando con las armas en la mano intentó destruir el Estado liberal. En el último decenio del siglo XIX, el Carlismo participó regularmente en las elecciones legislativas con iguales usos que los demás partidos; fue adaptándose al juego parlamentario, contó con minorías propias y diputados notables. Sin dejar de ser un partido de limitadas posibilidades electorales, y no sin tensión interna sobre la coherencia y utilidad de seguir aquella vía, el Carlismo, con sus peculiaridades, fue un actor como otros en la política electoral de los años de la Restauración coincidentes con el establecimiento del sufragio universal.
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