Paseando por dentro de un cementerio, por ese ambiente agónicamente lúcido que solamente el campo santo es capaz de ofrecer al hombre, vínoseme a la cabeza los profanadores de tumbas, pero no los bandidos de los libros y las películas, si no los profesionales de la política. Esos mequetrefes, ruines y mezquinos personajes, sean de la mal llamada izquierda o derecha, que no tienen nada mejor que hacer que ponerse a desenterrar muertos, a hacerle la guerra a quienes ya no pueden defenderse con tal de seguir sacando rédito político de su sofismo. Atajo de subnormales.
Bien, pues caminando por el cementerio, llegué hasta una lápida con una inscripción un tanto peculiar, y que nada mejor que esta para describir la caliginosa situación en que vivimos. Por lo que ahora, viendo que este es lícito –pese a mínimas objeciones que de buena gana discutiría con la persona que compuso el epitafio– me dispongo a exponer aquí tal cual aquello que decía, y que como poesía, quedó grabado en mi sesera:
«EPITAFIO A UN MUERTO DE IDEAS» Seré breve profesionales de la política, aquí no yace ni un José Antonio, ni un Mola, ni un Lorca, ni un Ramiro Ledesma, ni un Maeztu, ni un Ruiz de Alda, ni un Queipo de Llanos, ni un Hernández, ni un Cabanellas, ni un Moscardó, ni un Franco, ni un Rojo Lluch, ni un Fal Conde, ni un sanedrín. Aquí, quien verdaderamente reposa es un muerto sin nombre, anónimo, que luchó y murió a lo largo de su vida por defender unos ideales, ni buenos ni malos, y que ya hace mucho tiempo logró hallar su consuelo y su paz en el morir. Porque sí, por mucho que ahora vosotros os crezcáis de hacer de nuevo mísera la memoria de los muertos de un bando o del otro, al enemigo una vez derrotado en el campo de batalla no se le remata, al fin y al cabo es hombre como tú, si no que se le ayuda a salir adelante y a reconstruir juntos sueños y esperanzas. Porque por mucho que hoy os esforcéis en crear leyes que siembren el odio, el rencor y el resentimiento entre los españoles, cuando ya sus padres, abuelos y bisabuelos dejaron atrás esto como un episodio vergonzoso del que jamás deba de volver a suceder. Si estos levantaran la cabeza y vieran las leyes de que os hacéis eco, serían los primeros en agacharla avergonzados de los hijos, nietos y bisnietos que tienen. Por esto no fue por lo que lucharon. Porque ellos jamás creerían estas leyes de hombres sectarios, creyendo tan solo las leyes del amor y de Dios que su corazón les dictó. Aquellas por las que a su manera lucharon, y por las que tantos años atrás se dieron la mano los unos y los otros. Porque aquí tan solo descansa un Caído de España, de la roja o de la azul, que tan solo quiere seguir descansando en paz.
Por favor no hagamos más la guerra a los muertos, ya más bajo no podemos caer. ¿Es que acaso no eran ellos primero hombres y después españoles? ¿Qué trato y respeto es entonces este de pasear sus huesos de un lado para otro escupiéndolos e insultándolos? ¿Es que acaso no merecen decoro las familias?
Ya ni siquiera apelo a Dios, si no a la Humanidad para que despierte de este trance y pare esta locura. De lo contrario, quién sabe a donde llegaremos.
Juan José Fernández Doctor
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