No cabe duda que la mayoría de los españoles han oído hablar del Cerro de los Ángeles (Getafe), y ello por dos motivos: por constituir el centro geográfico de la Península Ibérica y por estar coronado por el monumento más conocido de los dedicados al Sagrado Corazón de Jesús, inaugurado en 1919 por Alfonso (XII) con ocasión de la consagración de España al Sagrado Corazón.
Además los que tenga conocimientos históricos, o simplemente hayan visitado alguna vez el bello Cerro, serán capaces de referirnos como en realidad hay dos monumentos dedicados al Sagrado Corazón, el antiguo inaugurado en 1919, y el actual inaugurado el 25 de junio de 1965. El motivo de esta duplicidad no es otro que el odio fides, la persecución religiosa desatada en España en 1936 que no sólo acabo con la vida de miles de católicos, sino que trato de exterminar cualquier manifestación católica en la vida ordinaria, en la historia y en la cultura.
Así el monumento al Sagrado Corazón se convirtió en todo un símbolo de la barbarie roja que quiso ver en la destrucción del monumento la destrucción de una España Católica a la que no se le reconocía el derecho a vivir; sin embargo la destrucción del monumento el 7 de agosto de 1936 no fue más que un acicate para que cientos de católicos defendieran aún con más fuerza su fe, y la ocasión para que algunos lograran ganar la palma del martirio.
Sin embargo más olvidada está la historia de los cinco mártires que murieron por querer proteger el Cerro del terror rojo. Así mientras desde el cerro se contemplaba la quema de numerosas iglesias en la capital de España cinco héroes tomaron el propósito de velar el cerro hasta lo que ellos creían inminente llegada de las tropas nacionales, sus nombres eran Pedro Justo Dorado Dellmans, de 31 años, nacido el 13 de mayo de 1904 miembro activo de la Acción Católica, entusiasta de la J.O.C. y miembro fervoroso y constante de la Adoración Nocturna Española; Fidel Barrios Muñoz, de 21 años, nacido el día 26 de abril de 1915 en Revilla de Santillán (Palencia), trasladándose en 1927 a Madrid donde acude asiduamente al círculo de estudios de la J.O.C de los que nos quedan varias crónicas escritas por él para el periódico “Siglo Futuro” y que firmaba con el seudónimo de “El Albañil”, pues este era su oficio. Perteneció a la Juventud Católica, al Círculo Tradicionalista, a la Adoración Nocturna, a la Juventud de la Medalla Milagrosa y a la Compañía de Obreros de San José en el Cerro de los Ángeles cuyo fichero lo llevó el mismo día 18 a su casa para esconderlo; Elías Requejo Sorondo, el más joven de los mártires del Cerro de los Ángeles y de profesión ebanista, nació en Irún el 21 de febrero de 1917, trasladada con su familia a Madrid donde perteneció a la Asociación de Antiguos Alumnos de Santa Susana y a la Acción Católica de Ventas, al morir era adorador nocturno y requeté; Blas Ciarreta Ibarrondo, de 40 años, casado con Ángela Pardo de la que tuvo cinco hijos, con la que se había desplazado a Madrid, procedente de Santurce (Vizcaya), de cuya Guardia Municipal había sido jefe Natural de Santurce, vio la luz el día 3 de noviembre de 1897. En su juventud trabajó en las minas de Ontón (Santander), en cuyo círculo católico adquirió la reciedumbre espiritual que caracterizó su vida; Vicente de Pablo García, carpintero de 19 años, nacido en Vicálvaro (Madrid) el día 5 de febrero de 1915, educado por religiosas en el colegio de Santa Susana en Ventas, primero, y por los Hermanos de la Doctrina Cristiana, después, en la escuela adquirió su espíritu la rectitud en el obrar que siempre le distinguió. Pertenecía a la Juventud de la Milagrosa en su Basílica y era el tesorero de la Juventud de Acción Católica de Ventas.
Como el lector habrá podido ver dos de los cinco héroes eran de pertenencia carlista, pues Fidel Barrios perteneció al Círculo Tradicionalista y colaboró en numerosas ocasiones en el periódico carlista Siglo Futuro. Igualmente Elías Requejo se integró antes de la guerra en el requeté.
Para evitar ese olvido contemos la historio de estos cinco héroes, o mejor aún dejemos que Antonio Montero Moreno nos cuente la historia en su ya clásico texto (tomado de su libro Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1961):
“No ha podido pasar inadvertida en el inmenso conjunto de tanta muerte anónima la historia de cinco jóvenes madrileños ligada, en su último capítulo, al templo nacional del Cerro de los Ángeles. Eran congregantes de la Compañía de San José y del Sagrado Corazón, aneja al santuario. En la noche del 18 de julio de 1936 un turno de 30 adoradores asistía a la vigilia nocturna ante la sagrada custodia, expuesta solemnemente sobre el tabernáculo. Estaba tan cargada la atmósfera nacional, que toda oración, fuese individual o colectiva, llevaba hasta Dios las mismas preocupaciones.
En los descansos de la adoración comentaban los congregantes todos los rumores bélicos caídos aquella tarde sobre la capital. La experiencia les decía que, en circunstancias parecidas, no habían faltado bandas de desalmados que escalaran el Cerro para incendiar el convento y destruir su monumento. Ello decidió a cinco de los presentes a montar guardia permanente al pie de la estatua hasta tanto se dilucidara de algún modo tan crítica situación. Reclamados los demás por sus atenciones familiares, volvieron a Madrid en la mañana del domingo día 19.
Hasta el día 20 por la noche no llegaron al Cerro las primeras olas de la marea. Veíanse, sí, desde la cima, las trágicas hogueras de los templos y se escuchaban los disparos del cuartel de la Montaña y otros choques callejeros. Subió esa noche al Cerro de los Ángeles un coche de milicianos, que merodeó en torno al edificio sin detenerse ni hacer demostración alguna. Era, con toda evidencia, un primer ensayo de observación. Al día siguiente por la tarde se hacían presentes en el santuario los guardias de Asalto, con orden de evacuar el convento de carmelitas y las dependencias anejas, ocupadas por las Obreras de la Santísima Virgen del Pilar. No venían en son de guerra y entablaron diálogo con los cinco congregantes. Digamos ya sus nombres: eran Justo Dorado, Elías Requejo, Fidel Barrio, Vicente de Pablo y Blas Ciarreta.
Aquella noche transcurrió sin novedad bajo el recelo muto de los de Asalto y los congregantes. Al amanecer se celebraron dos misas con asistencia de estos últimos, y en el ánimo de todos se masticaba el desenlace. Muy pronto se percibió por la ladera el ascenso anárquico de grupos armados, compuestos por hombres y mujeres de Getafe dispuestos a la peor. Ciertamente, los guardias de Asalto supusieron un freno a los abusos, pues aunque la evacuación se efectuó, algunos de ellos acompañaron a las mujeres hasta el convento de ursulinas de Getafe, en tanto que otros números escoltaban hasta Madrid a los capellanes y a algunas mujeres de las Obreras del Pilar.
Justo Dorado y sus compañeros se hurtaron a la vista de los milicianos, convencidos de que hacerles frente hubiera supuesto, a más de una derrota cierta, un peligro evidente para la comunidad de religiosas. Cuando vieron partir a éstas en las circunstancias indicadas, se decidieron a abandonar su escondite, empresa muy arriesgada por seguir los parajes infestados de milicianos. Con gran habilidad se descolgaron por una de las ventanas del edificio a la derecha de la iglesia, y bordeando las tapias del convento, subieron sigilosamente hasta la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles. De allí bajaron al pinar y se escaparon definitivamente por la vertiente oriental del Cerro.
Estamos en la tarde del 22 de julio. Llaman a la puerta del cortijo de Las Zorreras, en las inmediaciones de Getafe. Obtienen sin dificultad, mediante pago de dinero, que los criados les den de comer y acepten tenerlos allí hasta la llegada, que ellos creen inmediata, de las tropas nacionales. Pero ni estas tropas llegaron ni se cumplieron sus esperanzas de pasar allí la tormenta. No se sabe cómo , corrió por la comarca la noticia alarmante y confusa de que “unos frailes disfrazados” rondaban por la vecindad. Parece seguro que desayunaron el día 23 en una taberna de Perales del Río y que alguien que los vio santiguarse sobre los alimentos pasó aviso a los milicianos de La Marañosa, y desde allá se desplazó un grupo armado, dirigiendo sus pasos hasta Las Zorreras. La detención, la parodia de juicio (escasos minutos) y la descarga mortífera fueron tres planos sucesivos de una secuencia rapidísima. Sobre la era y frente a la fachada del cortijo de Las Zorreras cayeron exánimes los cinco.”
El “Informe de la Parroquia de Perales del Río” no da algunos datos más sobre el martirio, pues según el mismo murieron dando vivas a Cristo Rey a la vez que arrojaban sangre por la boca, lo que contribuyó a incitar más a los verdugos, que fueron al pueblo como energúmenos, y entonces sacaron del templo todas las imágenes, ornamentos, etc. y lo quemaron una hora después, o sea, a las 10 de la mañana del 23 de julio de 1936. Según el citado informe, uno de ellos quedó muerto en cruz, y en manera alguna pudieron ponerle bien los brazos para meterle en la caja por lo que tuvieron que rompérselos.
No obstante estos cinco héroes no fueron las únicas víctimas inocentes relacionadas con el Cerro de los Ángeles, pues el sacerdote don Jose María Vega Pérez que había celebrado la misa en la última vigilia nocturna de oración, al igual que el congregante que le acompañó a Madrid, fueron posteriormente asesinados: el primero fue sacado de la cárcel de San Antón, en la que se había refugiado, creyéndose más seguro que en libertad, con destino a Paracuellos de Jarama el 27 de noviembre de 1936, y Fidel de Pablo (hermano de Vicente, uno de los cinco héroes muertos en el Cerro) era detenido el día 26 de Agosto por los milicianos del partido comunista, ingresando en la «checa» que había instalada en la calle de O’Donnell núm. 22, acusándole de sus ideales católicos y de ser un destacado Requeté. Desde esa «Checa» fue trasladado a la de la calle San Bernardo, donde permaneció hasta el día 8 de Septiembre, fecha en que fue sacado y fusilado en el kilómetro 7 de la Carretera de Valencia, término municipal de Vallecas.
Igualmente son numerosos los testimonios de testigos directos de los acontecimientos desarrollados en el Cerro de los Ángeles durante los primeros momentos del Alzamiento Nacional. Así D. Julio Sierra Blanco, uno de los miles de españoles que sufrió cautiverio en las cárceles rojas durante nuestra guerra civil, escribió una breve confesión recordando un dramático episodio de su paso por la cárcel de Ventas. Aquel documento íntimo nos acerca en primera persona a la realidad de la España roja:
“Día 27 de noviembre de 1936. Diez de la mañana. Madrid. Cárcel de Ventas sita en la calle del Marqués de Mondejar.
En el pabellón denominado sótano tercero derecha de la cárcel citada anteriormente, nos encontramos 73 presos, hombres de toda condición social… militares, catedráticos, funcionarios públicos, médicos, soldados, campesinos, obreros, estudiantes, etc. Entre los 73 hombres se encuentra el que suscribe estas breves líneas, Julio Sierra Blanco, un chaval de 17 años recién cumplidos. Tenía éste chaval cierta experiencia en hacer quiebros a la muerte. El primero en el entierro de D. José Calvo Sotelo, cuatro meses antes; el segundo en el Cerro de los Ángeles en cuya cripta reposan los cinco mártires fusilados el día 23 de julio de 1936 (Justo, Fidel, Blas, Vicente y Elías).
Cuando tomaron la determinación de quedarse en el Cerro para prestar una relativa defensa a las monjas que residían en el Monasterio, yo di un paso al frente con los cinco, pero Dios no me admitió, y con cierto descontento, me vi obligado a regresar a Madrid. Esto ocurrió el segundo domingo del mes de julio de 1936 realizando ejercicios espirituales, como todos los segundos domingos de cada mes. Dios no me consideró con los suficientes méritos para tanta gloria.
Volvamos a la cárcel de Ventas el día 27 de noviembre de 1936, día de la festividad de la Medalla Milagrosa. Sobre las 10 de la mañana entraron en el departamento un grupo de milicianos rojos. No voy a descubrir su aspecto de bestias salvajes, ávidas de sangre, lo dejo a la consideración de los que tengan la curiosidad de leer estas líneas. Con el mayor disimulo y cautela, salí del departamento porque presentí que aquellos milicianos no venían a obsequiarnos con unas flores. Me fui a visitar a unos de tantos compañeros de la juventud de la Milagrosa que estaban en otras dependencias de la cárcel, entre ellos el Rector de la Basílica de la Milagrosa, de Madrid, y varios frailes y hermanos del convento de García de Paredes a los que conocía y con los que me unía mucha amistad.
Al regresar a mi dormitorio, sobre las doce de la mañana y una vez comprobado que se habían marchado aquellos milicianos, comprobé que mis compañeros estaban preocupados, aunque eso sí, absolutamente serenos. Los habían formado, invitándoles a salir en libertad si se comprometían a enrolarse en una unidad militar para defender la República en el frente. No hubo paso al frente. Eran 72 hombres con honor. Después de los insultos y amenazas que cabe suponer les ordenaron que en grupos de 15 fueran a un determinado despacho cercano a la dirección del establecimiento a declarar. Cumplieron la orden y se celebró el juicio sumarísimo más increíble que se puede imaginar. La mesa del despacho en el centro, estaba ocupada por tres hombres. Entra el preso. Las preguntas fueron, por lo general, las siguientes. ¿Nombre?, edad, profesión, estado civil, eres católico, falangista, requeté, de la CEDA, vas a misa los domingos, crees en Dios y alguna otra más por el estilo. Duración, tres minutos. Naturalmente sin testigos sin fiscal, sin pruebas, absolutamente nada de lo que exige la norma elemental del derecho.
Pasados los tres minutos, un cuchicheo entre los tres “jueces” y en la relación que tenían a su alcance, al lado del nombre y apellidos del preso, una “equis”. El significado de esta equis es una condena a muerte aquél día. Así de sencillo, así de trágico y así de glorioso. Puedes retirarte. Que pase otro.
Hubo treinta y ocho “equis”, es decir treinta y ocho condenas a muerte aquél día. El procedimiento se repitió varios días más con otros compañeros de los departamentos contiguos hasta que Melchor Rodríguez, recién nombrado Director General de Prisiones, cortó los fusilamientos. Como antes he dicho, regresé a mi departamento cuando ya se habían marchado aquellas gentes. No comprobaron que en el colectivo de la unidad penitenciaria faltaba uno; era yo.
La sentencia se cumplió en la madrugada siguiente, la del 28 de noviembre en Paracuellos de Jarama. Cuando sobre las tres de la madrugada nos formaron en la sala y leyeron la lista de los 38 que habían sido condenados a la última pena, la serena aceptación del momento, la fe en Dios y la hombría de bien, fueron las notas características de la situación. Nos abrazamos. La despedida más usual fue la palabra eternamente viva de ADIÓS. En el fondo de nuestras almas, en las de ellos y en las nuestras quedó visiblemente marcada otra palabra de despedida HASTA EL CIELO.
En un rincón de la sala dormíamos en tres petates colocados en línea nueve muchachos; la mayoría de los otros eran soldados de Campamento. Los ocho que me acompañaban por las noches volaron al cielo; a mí me tocó la peor parte, la de quedarme en este valle de lágrimas. Dios lo dispuso así, bendito sea.Han pasado más de cincuenta años de aquél holocausto. Todos los primeros domingos de cada mes voy a oír la Santa Misa por ellos al cementerio de Paracuellos de Jarama en un acto organizado por la Hermandad de Familiares. Se tiene la certeza de que murieron en aquel lugar durante los meses de octubre y noviembre de 1936 alrededor de diez mil españoles. No llega al centenar de personas las que acudimos todos los meses a este encuentro con nuestros mártires. Que Dios reparta mucho perdón por tanto olvido”.
NUESTROS LIBROS RECOMENDADOS
Por su interés reproducimos algunas de las colaboraciones que Fidel Barrios publicó en la cabecera carlista El Siglo Futuro.
Siglo Futuro, 1 de enero de 1935.
Tema desarrollado en nuestros círculos de estudios.
Desde el mes de octubre, los jocistas madrileños venimos celebrando nuestros Círculos de Estudios, para los cuales hemos adoptado como texto el magnífico comentario a la “Quadragésimo anno” del R.P.N. Noguer.
Haremos una ligera reseña de la sesión tercera de este curso.
Se discutió en esta sesión, en primer lugar, sobre el párrafo en donde se indica la dirección, el tema sobre el que versa la Encíclica, la época y ocasión en que se publicó, y el saludo.
A continuación se paso a la parte de la Encíclica que nos da cuenta del entusiasmo con que el mundo se disponía a celebrar el XL aniversario de la publicación de la “Rerum Novarum”.
El comentarista nos da cuenta a continuación de la magna peregrinación internacional que se celebró en 1931 y que llevó a Roma a miles de representantes, tanto obreros como patronos, y de los que se dedicaban al estudio de las ciencias sociales.
Para ordenar y preparar con más esplendor la celebración de este aniversario, se nombró con una prudente antelación una comisión.
Como la peregrinación era internacional, se reunieron peregrinos que hablan diferentes idiomas, por lo cual se necesitó interpretar en tres lenguas las palabras del Santo Padre; y el mundo también tuvo ocasión de oír las palabras del Pontífice, pues la magnífica instalación de radio del Vaticano las lanzó por todo el mundo.
A continuación el Vicario de Cristo explica el orden con que su predecesor saca a la luz las Encíclicas que publicó, haciendo notar que la “Rerum Novarum” es el broche que cierra la serie que sobre materia social escribió.
Explica seguidamente cómo se encontraba el mundo a finales del siglo XIX.
Enfoca la situación con un gran sentido práctico, haciendo notar las partes en que la humanidad se hallaba dividida.
De una parte los potentados y dominadores, que con gran espíritu liberal y anticristiano se apropiaban de todo lo producido, cediendo a los productores una mínima parte.
De otra, la muchedumbre de toda clase de obreros, que luchaba continuamente por salir de tan angustioso estado. Este estado de cosas convenía a los primeros, porque verdaderamente para ellos la postura era comodísima por lo tanto, no querían remover por nada aquel estado de cosas: de aquí que parte de ellos, comprendiendo la injusticia pretendían mitigar en parte el dolor del de abajo por medio de la caridad; pero la justicia, base de la paz y tranquilidad social, quedaba malparada.
Fácilmente se comprende que resulta casi imposible que pueda sentir caridad hacia sus semejantes aquel que no les cede lo que en justicia les corresponde.
Mientras tanto el obrero, oprimido buscaba mil formas para redimirse de tan cruel explotación; en este estado de cosas, unos haciendo oídos a gentes desaprensivas, pretendían una revolución que creían salvadora; y mientras tanto los obreros cristianos, que no se podían rendir a tan fatuos como perversos placeres, comprendiendo la gran verdad de la situación abogaban por una reforma grande y pronta en el organismo social.
A pesar de que eran muchos los católicos, no sólo obreros sino también sacerdotes y de otras clases sociales, que comprendían la necesidad de una parte que salvaguardase los más elementales principios de justicia, cuando se ponían a deliberar sobre cuál es la que había de convenir, era difícil llegar a un definitivo acuerdo, pues lo que a los ojos de unos parecía como remedio apropiado y en consonancia con los tiempos que corrían, a otros se les ocurrían innovaciones que ponían en peligro el buen sentir religioso del obrero español.
En este estado de cosas, todos dirigían sus miradas hacia el Vicario de Cristo para que, después de meditar profundamente, el Santo Padre estudió el asunto con gran detenimiento y se informó del estado en que éste se encontraba, por medio de sabios varones y, como el mismo nos dice, urgido por las conciencia de su “oficio apostólico” se decidía a hablar a toda la cristiandad.
El día 15 de mayo de 1891 dio a conocer al mundo el gran documento esperado por unos y admirado por todos, el cual había de ser el guía del obrerismo católico universal.
Siglo Futuro, 30 de abril de 1935.
Tema desarrollado en el círculo de estudios.
La presente reseña corresponde a la sesión 17 de nuestro “Boletín para Círculos de Estudios de Juventudes Obreras”, celebrada la cuarta semana de marzo.
Empieza Su Santidad Pío XI por confirmar y reforzar unas palabras de la “Rerum Novarum”, en las cuáles, y frente a los desmanes de algunos patronos y obreros, da como principio que se ha de tener en cuenta siempre que se trate de la distribución de los producido, que cualquiera que sea la forma en que la tierra se halle distribuida, no por eso deja de ser útil a la generalidad.
Pero esto no es óbice para que cualquier clase de distribución sea dada por buena, ya que, ante todo y sobre todo está el que se halle de acuerdo y sirva para alcanzar el fin que Dios les ha asignado.
A continuación dice que cuando estos bienes y riquezas, debido al progresivo desarrollo económico y social vayan aumentando de una forma continua e incesante, deben ser distribuidas entre las personas y clases, teniendo muy en cuenta que con esto no sufra nada el bien o utilidad común.
En contra de esto se hallan aquéllos, que, debido a su posición económica, piensan que es lógico y justo que todo produzca, y lo que rinda, para ellos, sin tener en cuenta para nada los derechos y necesidades de los demás.
No menos lo están aquellos que, indignados ante tal proceder, o bien, excitados por los que les presentan las tales injusticias desde un punto de vista ilógico, pretenden les sean concedidos a ellos todos los productos, por el solo mero hecho de haberlos elaborado con sus manos, y propugnan la abolición de intereses y dominios, sin reparar el orden u oficio que en la vida de relación les corresponden.
Siglo Futuro 25 de Febrero de 1936.
De nuestro círculo de estudios. Sesión 37 de nuestro “Boletín” para Círculo de estudios.
En la sesión anterior veíamos cómo el hombre viene a este mundo como componente de una familia, de la cual depende para su desarrollo físico y moral.
Pero aún a la familia misma le sería imposible vivir aislada, ya que no podría satisfacer sus necesidades, por lo cual forzosamente ha de relacionarse con otras.
Esto ha hecho que desde lejanos tiempos estas familias se agrupen, bien por razones de consanguinidad o por las propias de vecindad, constituyendo así el origen de lo que había de ser el Estado.
Cita el comentarista el ejemplo de los paterfamilias de la Roma primitiva, en las cuales el jefe de familia asumía toda la autoridad sobre los miembros de la misma.
Luego habla de otro grupo integrado por personas a las cuales une el nombre y el culto; y dice que algunos creen haber observado características idénticas en la gens romana, la comunidad de familia india y la asociación familiar de esclavos del Sur.
También dice que, según Aristóteles, de la formación de la familia se pasó a la de la aldea, y como estas no bastasen a la satisfacción de las necesidades y perfección de vida, se buscó la unión de los mismos para formar los grandes pueblos y ciudades.
Según Santo Tomás, la provincia tiene una mayor importancia puesto que es más perfecta que la ciudad: ésta cubre suficientemente las necesidades de la vida, pero aquella en cambio tiene como objeto el de asegurar su independencia y la defensa contra los enemigos.
Luego si lo que se persigue con este continuo progreso de la sociedad es en todo caso lo mismo, es decir, una sociedad mayor dentro de la cual se perfeccionen las menores que la integran, probándose lo que les falta, se comprende que esta perfección en ningún caso ha de suponer la destrucción o absorción de las mismas, puesto que esto no sería perfeccionar, sino destruir con este pretexto.
Así, la familia como ya hemos visto anteriormente, supone la perfección del individuo y, no obstante, éste conserva su personalidad dentro de la misma familia pues si bien el padre tiene autoridad sobre los hijos, esta autoridad la ejerce en provecho de los mismos, y aun así estos hijos, en cuanto hombres, son algo “subsistente en sí y distinto de los demás”.
Esto mismo podemos decir de las familias en relación con las asociaciones inmediatas a que da lugar su agrupación; por lo tanto, en ningún caso podrán estas regular su economía si no es en aquello que tiene relación inmediata con el bien común general.
Así también, en todas aquellas sociedades jerárquicamente organizadas, la superior no absorbe a las menores, sino que tienen únicamente una autoridad relativa que éstas les conceden, reservándose en cambio aquellas atribuciones de orden interior necesarias para su independencia y conservación.
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