Como dice Mons. João Clá Dias, EP, “Él es el Señor Supremo de los mares y de los desiertos, de las plantas, de los animales, de los hombres, de los ángeles, de todos los seres creados y hasta de los creables. Sin embargo, ante Pilatos asevera: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18, 36), porque no quiere manifestar su imperio con todas sus proporciones, salvo en el Juicio Final”.
Cuando vivió en el tiempo, se dejó crucificar en medio de dos ladrones, injuriado por los príncipes de los sacerdotes, objeto de escupitajos, de injurias, de blasfemias. Pero resucitó, ascendió a los cielos. Él es el Rey del Universo.
Mucho antes de nacer, ya lo declaró Dios por boca del Rey-Profeta: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo, y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines del mundo. Los regirás con cetro de hierro” (Sl 2, 7-9). Es decir, el universo es herencia de Dios, y de ese universo, Él es Rey.
Pero también es Rey del Universo por ser Dios, Creador del mundo.
“Como Creador de las cosas visibles e invisibles. Señor absoluto de toda existencia, del Cielo, de la tierra, del sol, de las estrellas, de las tempestades, y de las bonanzas. Su poder es capaz de calmar las más terribles ferocidades de los animales bravíos y las borrascas de los mares agitados. Los acontecimientos, las fuerzas físicas y morales, la guerra y la paz, la pobreza y la abundancia, la humillación y la gloria, el revés y el éxito, las pestes, los flagelos, la enfermedad y la salud, la muerte y la vida, todo está a disposición de un simple acto de su voluntad. Es un gobierno incomparable, superior a cualquier imaginación y del que nada ni nadie podrá sustraerse”, dice Mons. João Clá.
Además, es Rey por derecho de conquista, pues con su pasión, muerte y resurrección, nos rescató de la esclavitud a la que nos tenía sometidos satanás. “¿Y acaso no fuimos comprados por el trabajo, los sufrimientos y la misma muerte de Nuestro Señor Jesucristo? San Pablo lo asevera: «Ustedes han sido comprados, ¡y a qué precio!» (1 Cor 6, 20)”.
Pero Él quiere ser el Rey de nuestros corazones, Él tiene derecho a que le abramos nuestra alma y nos entreguemos a su gracia, Él quiere gobernar el interior de los hombres. Ese gobierno se ejerce particularmente por la acción salvífica de la Iglesia: “Por medio del Evangelio y sobre todo al erigir la Santa Iglesia, Maestra infalible de la verdad teológica y moral, Jesús perpetúa hasta el fin de los tiempos el inmortal tesoro doctrinal de la fe, orienta, ampara y santifica a todos los que ingresan a esa magna institución, y parte en busca de las ovejas descarriadas. Aquí se encuentra el aspecto medular de su gobierno en este mundo: un reino sobrenatural que se realiza esencialmente a través de la gracia y de la santidad”, expresa Mons. Juan.
Al final de los tiempos, el dominio de Cristo será total, pues la unión con Él será premiada eternamente, y la desobediencia castigada: «Porque es necesario que Cristo reine ‘hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies’. El último enemigo que será vencido es la muerte, ya que Dios ‘todo lo sometió bajo sus pies’» (1 Cor. 15, 25-26).
Si Cristo es Rey, María es Reina
“Si Cristo es Rey por ser Hombre-Dios y recibió poder sobre toda la Creación en el momento que fue engendrado, se deduce entonces que la excelsa ceremonia de unción regia que lo elevó al trono de Rey natural de toda la humanidad, se realizó en el purísimo claustro materno de María Virgen. El Verbo asumió de María Santísima nuestra humanidad, y adquirió así la condición jurídica necesaria para ser llamado Rey con toda propiedad. En ese mismo acto, también la Virgen pasó a ser Reina. Una sola solemnidad nos dio un Rey y una Reina”.
Pero además, es a través de la Reina María que Cristo envía su gracia para realizar ese reinado que tanto anhela, que es el reinado en el interior de los hombres, el reinado en los corazones.
Entonces, decir que Cristo es Rey, es decir también que Cristo quiere exaltar a su Reina, la Virgen, es afirmar que quiere que los hombres la reconozcan como la Reina que nos une con Cristo, para que por medio de Ella se realice por completo su reinado.
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