Hace unos días en la Ciudad de México, se presentó ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la propuesta de sentencia que pretende prohibir la instalación, tanto de nacimientos, como de todo tipo de adorno o signo alusivo a alguna religión particular, en las vías y accesos públicos de todos los estados de la república mexicana. Debido a la reacción de varias asociaciones que demostraron a los legisladores lo impopular de su prohibición, dicho proyecto quedo suspendido, por el momento.
Sin embargo, esta noticia sacó a muchas personas de su cómoda somnolencia, al dejar en evidencia lo lejos que ha ido, en su odio al cristianismo, nuestro estado laico. Desafortunadamente, esto no es privativo de México pues son varios los políticos, en los países hispanoamericanos, que inhiben, cuando no se reprimen, todo tipo de manifestación cristiana, mientras promueven un neopaganismo de corte indigenista. En tanto que, en varios países europeos, algunos políticos que han eliminado la palabra navidad de su vocabulario se apresuran a congratular explícitamente a los seguidores de otras religiones en sus fiestas, dejando claro algo que, varios católicos en nuestro afán por ser inclusivos y tolerantes hemos olvidado, la ofensiva del estado laico es contra el cristianismo y su guerra es contra Cristo y Su iglesia.
A pesar de esto seguimos apelando, con gran ingenuidad, a nuestro derecho a la libertad religiosa ignorando que, es precisamente arguyendo dicho derecho, que el enemigo nos ha ido debilitando. De hecho, el proyecto de ley mencionado al inicio afirma que, colocar elementos explícitamente cristianos en espacios públicos atenta, precisamente, contra la libertad religiosa y contra los principios constitucionales del estado laico, así como contra el principio de igualdad y no discriminación, tanto de ateos, como de otras religiones. No olvidemos que, bajo el concepto de libertad religiosa, se reclama el derecho tanto de, no creer en nada como de creer en lo que cada uno considere conveniente; incluidas sectas nocivas como cienciología hasta el culto abierto al mismo demonio.
En nombre de la libertad religiosa, se han colocado estatuas de Baphomet, aunque sólo sea por un tiempo, en donde antes había símbolos cristianos llegando, en el capitolio estatal de Springfield, Illinois; al enorme sacrilegio de poner un Baphomet niño al lado de un pesebre con el Niño Jesús. Y es que en los Estados Unidos, debido a la libertad religiosa, el templo satánico está reconocido como “iglesia” con estatus de exención de impuestos desde el 2019.
Mientras tanto, cada vez hay más políticos que afirman que la libertad religiosa no tiene derecho de “atentar contra los derechos reproductivos de las mujeres y las prerrogativas de los colectivos multicolores” y que en nombre de ese derecho los padres no podemos “imponer” a nuestros hijos las enseñanzas morales cristianas que han sido calificadas, en algunos lugares, de discurso de odio; amenazando con ello la patria potestad (especialmente de los padres cristianos “fundamentalistas, rígidos y radicales” como se les llama actualmente a los cristianos fieles). Como vemos, la tan cacareada libertad religiosa es utilizada para afirmar una creencia, y la contraria. Así, mientras permiten, por un tiempo, que sigamos poniendo nuestros nacimientos, sus ataques se enfocan a destruir, el alma de nuestros hijos.
Por ello, es importante reconocer las claras y evidentes consecuencias que ha traído, en nombre de la libertad religiosa, equiparar los errores con la Verdad: la pérdida de la identidad cristiana de nuestras naciones; el menoscabo de la evangelización; el debilitamiento, en ocasiones hasta la pérdida, de la fe en muchos; la propagación y defensa del error y sobre todo; la grave afrenta e injusticia contra la única y verdadera fe, que es, por lo mismo, la más perseguida. Muestra de ello es que los estados laicos sólo admiten un catolicismo diluido o distorsionado que habla de justicia social, ecología e inclusión pero en la mayoría de los estados laicos, tan tolerantes e inclusivos, las enseñanzas perennes de Jesucristo no sólo no son bienvenidas sino que son abiertamente condenadas.
Los valientes que se atreven a proclamar la verdad, que al mundo tanto ofende, sufren una persecución cada vez más cruel y despiadada entre las que se incluyen: la cancelación en las redes sociales, la expulsión de la universidad, la cancelación de títulos profesionales, el despido del trabajo, visitas nada amigables de la policía, multas y hasta arrestos. La tan cacareada libertad religiosa con la que pensamos estaríamos protegidos y gracias a la cual, se nos permitiría practicar, sin problema alguno, nuestra santa religión; ha ido expulsando, sin pausa, a Dios de la sociedad, fomentando a la vez las medias verdades, los errores y hasta lo profano y sacrílego, todo en aras de la libertad.
No en balde, a medida que el liberalismo ha ido demoliendo una a una las instituciones naturales, han ido mermando los derechos más básicos, esos que a duras penas conseguimos mantener alegando respeto a nuestras creencias y a nuestra libertad religiosa. Olvidamos que así como la Verdad puede ser infinitamente amada, al grado de dar la vida por ella, también puede ser ilimitadamente odiada, por quienes la rechazan.
Pusimos nuestra confianza y hasta nuestra esperanza en instituciones y en partidos políticos en lugar de ponerla en Dios. Hasta nos hicimos eco de que la autoridad y el poder proviene del pueblo y por ello nos atrevimos a votar leyes contrarias a la ley de Dios. Pensamos que acomodándonos a las maneras del mundo evitaríamos desde los pequeños problemas, hasta el martirio que tan valientemente afrontaron muchos cristianos siglos atrás. Ahora, cada vez son más los cristianos en occidente que enfrentan un martirio blanco, no menos cruel.
Si la eliminación de Dios de la plaza pública y de todas nuestras instituciones ha sido la causa del caos, sólo restaurando el reinado de Cristo en las familias, en la sociedad y en las naciones podremos encontrar no sólo la paz sino la plenitud. Como afirma el Salmo 127:1; “Si Dios no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si Dios no cuida la ciudad, en vano vigilan sus centinelas”.
Es hora de proclamar la libertad religiosa de todo bautizado de profesar la verdadera Fe públicamente y sin traba alguna por parte del estado, afirmando, como señalo el Papa Gregorio XVI «hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo».
Termino con las sabias palabras de San Pío X: “La civilización del mundo es civilización cristiana; tanto más es verdadera, duradera y fecunda en frutos preciosos, cuanto más es claramente cristiana; tanto más decadente, con un inmenso daño del bien social, cuanto más se aleja del ideal cristiano”.
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