José María Pemán es uno de los máximos exponentes de la literatura española. Cuando decline el actual sectarismo, que todo lo tiñe de sus prejuicios ideológicos, el extraordinario escritor y poeta gaditano volverá a ocupar su puesto entre los grandes nombres de nuestras letras. Su prosa y sus versos están a años luz de tanto versolari de la revolución encaramado hoy por los sectarios. Su obra sobrevivirá a los kichis que, quitando plazas y nombres de calles pretenden silenciar el genio, a las editoriales vendidas al poder o sumisas a las modas. Inútil tarea, porque el rastro de todos ellos desaparecerá como el de una mala pesadilla, mientras que el del autor del Poema de la Bestia y el Ángel, El Divino Impaciente y el Séneca, sobrevivirá en el Parnaso de los genios inmortales.
En noviembre de 1935, como salutación a dos ilustres políticos tradicionalistas que ese día llegaban a la isla para pronunciar una serie de conferencias, la Gaceta de Tenerife publicó en su portada un artículo de José María Pemán titulado «El Tradicionalismo visto desde fuera». Quizás algunas de las más bellas líneas escritas nunca para tributar homenaje a la cadena de héroes, y de personas corrientes, que, a lo largo ya casi de dos siglos, han mantenido y mantienen aun enhiesta la bandera del Altar y de la Patria.
Lo reproduzco a continuación, con la esperanza de que sea una inyección intravenosa de vitaminas morales, en estos tiempos en que algunos compatriotas pueden sentirse tentados por el desánimo o la resignación:
«Yo no puedo dejar de rendir un homenaje de gratitud y de justicia que España debe a la Comunión Tradicionalista.
Sí, vosotros hombres de la Comunión Tradicionalista, místicos y ascetas de los ideales que durante un siglo de bastardía política habéis mantenido intacta por encima de toda claudicación la castidad de vuestro pensamiento y de vuestra esperanza, en esos momentos en que el mundo entero se repliega hacia tesis de reacción, porque comprende que los enfermos graves no tienen más solución que la reacción o la muerte. España os debe un homenaje de gratitud y justicia a vosotros que durante un siglo habéis permanecido con la terquedad incomprendida de vuestra convicción, firmes, a pie quieto, en el mundo mismo adonde el mundo, después de un largo rodeo y desengaño, empieza a llegar ahora escarmentado y convencido.
España os debe un homenaje de gratitud, digo, porque si en estos momentos de ruina España tiene un ideal puro y una tesis íntegra y un sistema de conjunto a donde volver los ojos, es porque vosotros, por encima de toda claudicación, habéis sabido mantener ese ideal, esa tesis y ese sistema, y porque vosotros, vadeando un siglo olvidadizo y traidor, habéis sabido llevar intacta y sana y salva a la otra orilla, como una reina en su silla de mano, la idea de la tradición sostenida por el cerebro de vuestros pensadores y por los hombros de vuestros requetés.
Y por eso, en estos momentos en que, barridos distingos y atenuadas fronteras, nos unimos todos para la gran batalla, yo os saludo con un garabato de mi espada de cruzado a vosotros, los que levantáis sobre el altar de España la blancura inmaculada de la flor de lis, que parece que resume y compendia todas vuestras blancuras: la blancura de vuestro pasado que es una historia sin tacha, y la blancura de vuestro porvenir, que es una blanca página inédita, donde todavía puede escribirse todo, puesto que todavía no ha fracasado nada».
(Publicado en la Gaceta de Tenerife el 1 de noviembre de 1935)