Hoy es la fiesta de San Francisco Javier, nacido de familia noble, apóstol de las Indias y del Japón, patrono de las misiones.
En su biografía de Daurignac transcribe una carta suya dirigida al rey de Portugal Juan III que poseía importantes tierras en la India, en dirección a Macao y cerca de China, donde él ordenaba a sus vasallos que hiciesen todo lo posible para promover la fe.
No obstante, Francisco Javier que ejercía allí su apostolado, verificaba que eso no ocurría y que aquellos hombres conspiraban para impedir que la fe católica se propagase. Muy probablemente serían cúpulas podridas oponiéndose a los designios del rey con una acción subrepticia, oculta, camuflada.
Entonces le escribe reprochándole que manda órdenes, pero no se encarga de castigar su desobediencia. No basta mandar, es necesario castigar a quien desobedece, porque si no las órdenes solas son una veleidad sin valor, que no podrá alegar ante Dios el día del juicio. Tiene obligación de castigar la desobediencia, máxime que cuando la recaudación de impuestos no va bien él castiga. Castiga la mala recaudación de impuestos y no castiga la conspiración contra la religión porque ama más los bienes materiales que la religión. Le pregunta qué alegará cuando Dios le llame a juicio. Acordaos que Él os puede llamar a cualquier momento, sin más posibilidad de enmienda. Una grave enfermedad, un accidente, un atentado, cualquier cosa que ponga fin a vuestra vida. El rey morirá irremisiblemente y enseguida comparecerá ante Dios. ¿Qué le dirá a Dios sobre el uso que hizo de su poder?
El desempeño del poder debe ser antes al servicio de la fe que del dinero y no hay uso efectivo del poder de quien manda y después no castiga a quien desobedece. Esos son los dos grandes principios que están subyacentes en la carta en virtud de los cuales se dirige al rey.
Nótese con qué libertad un gran santo se dirige a un gran rey, uno de los potentados de la Tierra en aquel tiempo y cómo el empleo del mandato apostólico lleva a la persona a tener una franqueza, a tener un denuedo que antiguamente tenía un bonito nombre. Al referirse a esa franqueza desagradable utilizada por los que hablaban en nombre de Dios, se decía “franqueza apostólica”.
Es la franqueza del apóstol, la franqueza de quien representa a Dios y tiene el derecho de hablar así. Por tanto, tiene el derecho de decir las cosas más desagradables y tiene el derecho de ser oído. Con eso las brasas estaban encendidas sobre la cabeza del rey y cuando muriese tendría que prestar cuantas a Dios.
Todo eso es lógico y es bello, pero todo eso está enmohecido, no por algo intrínseco a sí mismo sino porque los hombres decayeron de tal manera que ya no aceptan esos principios y no quieren oír más ese lenguaje. Incluso afirman calumniosamente que eso es falta de caridad. Ahora, esto es lo que decía una gran santo de la Iglesia católica, este era el lenguaje de los santos.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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