Estimados y distinguidos amigos,
Permítanme ante todo agradecer al Dr. Stephen Frost la invitación que me hizo. Junto con Frost, agradezco también a todos ustedes: vuestro compromiso en el combate contra la propaganda psicopandémica es encomiable. Conozco muy bien las dificultades que habéis tenido que afrontar para ser coherentes con vuestros principios, y espero que el daño que habéis sufrido pueda ser reparado adecuadamente por aquellos que los han discriminado, privado de vuestros puestos de trabajo y de vuestros salarios, y os han señalado como peligrosos anti-vacunas.
Me complace poder intervenir y compartir con ustedes mis reflexiones sobre la actual crisis mundial. Una crisis que podemos considerar iniciada con la emergencia pandémica, pero que sabemos que ha sido planificada desde hace décadas, con objetivos muy precisos y por personajes conocidos. Detenerse únicamente en la pandemia sería, de hecho, un grave error, porque no nos permitiría considerar los acontecimientos en su coherencia, impidiéndonos así su comprensión y, sobre todo, la identificación de las intenciones criminales. También ustedes -cada uno con su propia experiencia en el ámbito médico, científico, jurídico o de otro tipo- estarán de acuerdo conmigo en que limitarse a su propia disciplina, que en algunos casos es extremadamente específica, no explica del todo la razón de ser de ciertas decisiones tomadas por los gobiernos, los organismos internacionales y las agencias de medicamentos. Por ejemplo, encontrar un material “similar al grafeno” en la sangre de las personas sometidas a una inoculación experimental del suero no tiene sentido para un virólogo, mientras que sí lo tiene para el experto en nanomateriales y nanotecnología, que entiende para qué se puede utilizar el grafeno; o para el experto en patentes médicas, que identifica inmediatamente el contenido de la invención y lo relaciona con otras patentes similares; o para el experto en tecnologías bélicas, que conoce los estudios sobre el hombre potenciado (un documento del Ministerio de Defensa británico lo denomina “hombre aumentado” en clave transhumanista) y, por tanto, es capaz de reconocer en las nanoestructuras de grafeno la tecnología que permite aumentar el rendimiento bélico del personal militar. El experto en telemedicina podrá reconocer en esas nanoestructuras el dispositivo indispensable que envía parámetros biomédicos al servidor de control de los pacientes y recibe determinadas señales de éste.
Más aún: la evaluación de los acontecimientos desde un punto de vista médico debería considerar las implicaciones jurídicas de determinadas decisiones, como la imposición de mascarillas o, peor aún, la “vacunación” masiva, violando derechos fundamentales de los ciudadanos. Y estoy seguro de que en el ámbito de la gobernanza sanitaria también surgirán las manipulaciones de los códigos de clasificación de las patologías y de las terapias, pensadas para hacer indetectables los efectos nefastos de las medidas contra el Covid-19, desde la ventilación profunda en las unidades de cuidados intensivos hasta los protocolos de espera vigilada, por no hablar de las escandalosas violaciones de la normativa por parte de la Comisión Europea, que -como ustedes saben- no tiene ninguna delegación del Parlamento en materia de salud, y que no es una institución pública sino un consorcio privado de negocios.
Precisamente en estos días, en la cumbre del G20 en Bali, Klaus Schwab informó a los jefes de gobierno -casi todos ellos provenientes de los Jóvenes Líderes Globales para el Mañana, del Foro Económico Mundial- sobre los futuros pasos a dar para instaurar el gobierno mundial. El presidente de una poderosísima organización privada y con enormes medios económicos ejerce un poder indebido sobre los gobiernos del mundo, obteniendo la obediencia de los líderes políticos que no tienen ningún mandato popular para someter a sus naciones a los delirios de poder de la élite: esto es de una gravedad sin precedentes. Klaus Schwab declaró: “En la cuarta revolución industrial los ganadores se lo llevarán todo, así que si son los primeros en llegar al FEM, serán los ganadores” (aquí).
Estas gravísimas afirmaciones tienen dos implicaciones: la primera es que “los ganadores se lo llevarán todo” y serán “ganadores”, no se entiende en calidad de qué y con el permiso de quién; la segunda es que los que no cumplan con esta “cuarta revolución industrial” se encontrarán desalojados y perderán, lo perderán todo, incluida su libertad. En resumen, Schwab amenaza a los jefes de gobierno de las veinte naciones más industrializadas del mundo para que lleven a cabo los puntos programáticos del Gran Reinicio en sus naciones. Esto va mucho más allá de una pandemia: se trata de un golpe de Estado global, ante el cual es indispensable que los pueblos se levanten y que los órganos de los Estados que se mantienen sanos inicien un proceso internacional. La amenaza es inminente y grave, desde el momento en que el Foro Económico Mundial está en condiciones de llevar a cabo su proyecto subversivo y que los gobernantes están todos esclavizados, o chantajeados, por esta mafia internacional.
A la luz de estas declaraciones -y de otras no menos delirantes del asesor de Schwab, Yuval Noah Harari- comprendemos cómo la farsa de la pandemia ha servido de globo de ensayo en la imposición de controles, medidas coercitivas, recorte de las libertades individuales y aumento del desempleo y de la pobreza. Los siguientes pasos tendrán que ser llevados a cabo a través de crisis económicas y energéticas, instrumentales para la instauración de un gobierno sinárquico en manos de la élite globalista.
Y aquí, queridos amigos, permítanme hablar como obispo. Porque vuestro compromiso, en esta serie de acontecimientos que estamos presenciando y presenciaremos, podría correr el riesgo de verse frustrado o limitado por no querer ver su índole esencialmente espiritual. Sé muy bien de que dos siglos de Ilustración, revoluciones, materialismo ateo o liberalismo anticlerical nos han acostumbrado a considerar la Fe como un hecho personal, o que no hay una Verdad objetiva a la que todos deban conformarse. Pero esto es fruto de un adoctrinamiento preparatorio de lo que está ocurriendo hoy, y sería una tontería creer que la ideología anticristiana que animaba las sectas secretas y las logias masónicas del siglo XVIII no tiene nada que ver con la ideología anticristiana que impulsa a gente como Klaus Schwab, George Soros y Bill Gates. Los principios inspiradores son los mismos: la rebelión contra Dios, el odio hacia la Iglesia y hacia la humanidad, la furia destructiva contra la Creación y especialmente contra el hombre porque fue creado a imagen y semejanza de Dios.
Si ustedes parten de esta evidencia, comprenderán muy bien que no es posible fingir que lo que está ocurriendo ante nuestros ojos sea simplemente el resultado del afán de lucro o del ansia de poder. Ciertamente, considerando la cantidad de personas que se han prestado a colaborar con el FEM, no hay que pasar por alto el aspecto económico. Pero, más allá del beneficio, hay objetivos inconfesables que parten de una visión “teológica” -invertida sí, pero todavía teológica- que ve dos fuerzas opuestas desplegadas: la de Cristo y la del Anticristo.
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No puede haber neutralidad, porque ante un enfrentamiento entre dos ejércitos, incluso la elección de no luchar sigue siendo una elección de campo que influye en el resultado de la batalla. Por otra parte, ¿cómo es posible reconocer en vuestras profesiones, tan nobles y elevadas, el orden admirable que el Creador ha impreso en la naturaleza (desde las constelaciones hasta las partículas del átomo) y luego negar que forma parte de este orden también el hombre, con su moral, sus leyes, su cultura, sus descubrimientos? ¿Cómo podría el hombre, criatura de Dios, presumir que él mismo no está sujeto a leyes eternas y perfectas?
Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que habitan en las regiones celestes (Ef 6, 12).
Por un lado, la Ciudad de Dios -de la que escribe San Agustín- y, por otro, la ciudad del diablo. Podríamos decir que en esta época la ciudad del diablo es bien identificable en el globalismo neomaltusiano, en el NOM, en la ONU, en el FEM, en la UE, en el Banco Mundial, en el FMI, y en todas esas llamadas “fundaciones filantrópicas” que siguen una ideología de muerte, de enfermedad, de destrucción y de tiranía. Y esas fuerzas se infiltran en las instituciones que llamamos el Estado profundo y la Iglesia profunda.
En el otro frente -hay que reconocerlo- la Ciudad de Dios es más difícil de identificar: incluso las autoridades religiosas parecen haber traicionado su rol de guía de los fieles, prefiriendo servir al poder y propagar sus mentiras; quienes deberían proteger y santificar a las almas las dispersan y escandalizan, considerando a los buenos cristianos como rígidos fundamentalistas. Como se puede ver, el ataque es en varios frentes, y como tal constituye una amenaza mortal para la humanidad, que se ve golpeada en cuerpo y alma.
Y sin embargo, en una época en la que es difícil encontrar puntos de referencia autorizados -tanto en el ámbito religioso como en el temporal-, vemos se torna cada vez más numerosa la fila de quienes entienden, abren los ojos y reconocen la mente criminal que está detrás del desarrollo de los acontecimientos. Es evidente cómo todo está conectado, sin ser tachados de “teóricos de la conspiración”. La conspiración ya existe: no la teorizamos, nos limitamos a denunciarla, esperando que los pueblos despierten de esta narcosis suicida y exijan el fin del golpe de Estado global. Las operaciones de ingeniería social y de manipulación de las masas han demostrado sin lugar a dudas la premeditación de este crimen y su coherencia con una visión “espiritual” del conflicto en curso: hay que tomar partido y combatir, sin ceder. La Verdad -que es un atributo de Dios- no puede ser anulada por el error y la Vida no puede ser derrotada por la muerte: recuerden que el Señor -que dijo de sí mismo “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”- ya ha derrotado a Satanás, y lo que queda de la batalla sólo sirve para darnos la oportunidad de hacer la elección correcta, de saber realizar aquellas acciones que nos ponen bajo la bandera de Cristo, del lado del Bien.
Confío en que este gran trabajo que estáis haciendo dé pronto los frutos esperados, poniendo fin a un tiempo de prueba en el que vemos en qué se convertirá el mundo si no volvemos a Cristo, si seguimos pensando que podemos vivir con el mal, con la mentira, con el culto al yo. Al fin y al cabo, la Ciudad de Dios es el modelo de los que viven en el amor a Dios, en el dominio de sí mismos y en el desprecio del mundo; la ciudad del diablo es el modelo de los que viven en el amor a sí mismos, en la conformidad con el mundo y en el desprecio de Dios.
+ Carlo Maria Viganò, arzobispo – 20 de noviembre de 2022
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