Ya comentamos en su día dos interesantes libros sobre el tema del transhumanismo a cargo del profesor Antonio Diéguez —Transhumanismo (Herder, 2017) y Cuerpos inadecuados (Herder, 2021)— que abordaban este fenómeno fundamentalmente desde la perspectiva del desarrollo tecnocientífico y de la Filosofía de la Ciencia. Llega ahora a las librerías Nostalgia de futuro, un nuevo ensayo a cargo de Roberto Esteban Duque publicado por Ediciones Encuentro que estudia esta corriente del pensamiento contemporáneo desde el punto de vista de la antropología y la Filosofía moral.
Roberto Esteban Duque, que es doctor en Teología moral y ha sido profesor de Ética y Bioética en la Universidad Francisco de Vitoria, está especialmente interesado en el estudio de los formidables retos que los avances en biotecnología y en inteligencia artificial están planteando (y plantearán en un futuro próximo) al ser humano como especie. En un libro anterior, La primacía de la persona (Rialp, 2018), el autor abogaba por el respeto escrupuloso de la dignidad e integridad de la persona como el límite infranqueable de cualquier actividad biotecnocientífica. En Nostalgia del futuro, partiendo de esa premisa, Esteban Duque desgrana la historia, el desarrollo, las principales tendencias, los autores, algunos textos esenciales, así como los desafíos y los riesgos que plantea el transhumanismo, que por primera vez dispone de las herramientas tecnológicas para salir del pequeño ámbito teórico y académico de unos pocos excéntricos y poder hacerse realidad. El descriptivo título, que ha sido tomado de una expresión del transhumanista F. M. Esfandiary («Soy una persona del siglo XXI que ha sido arrojada accidentalmente en el siglo XX. Tengo una profunda nostalgia del futuro»), expresa bien a las claras la insatisfacción de buena parte de los seguidores del transhumanismo sobre el presente y la proyección al futuro de toda esperanza de perfeccionamiento humano.
El transhumanismo podría definirse como «un movimiento cultural que sostiene la posibilidad y obligatoriedad moral de mejorar las capacidades de la especie humana mediante la aplicación de la inteligencia artificial y la eugenesia con el fin de eliminar todos los aspectos indeseables de la condición humana». O, según Nick Bostrom, uno de los padres de esta filosofía, como el «movimiento cultural e intelectual internacional que tiene como objetivo final transformar la condición humana mediante el desarrollo y fabricación de tecnologías ampliamente disponibles, que mejoren las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual». En cualquier caso, para el transhumanismo no importa nuestra identidad (¿quiénes somos?) ni tampoco nuestras raíces (¿cuál es nuestro origen?). Lo único decisivo sería nuestro destino en la medida en que nosotros mismos seamos capaces de propiciarlo. Naturalmente, este deseo conllevaría, de llevarse a cabo en los términos propuestos por los transhumanistas más radicales, consecuencias capitales, insospechadas e irreversibles para la historia del Homo sapiens, de ahí la necesidad de realizar una profunda reflexión antes de permitir o fomentar cualquier actuación sobre la biología humana.
Se está produciendo una recuperación de la reflexión filosófica sobre la naturaleza humana. Este rescate se debe fundamentalmente al crecimiento de nuestras posibilidades de intervención técnica sobre el hombre, algo que genera preocupación sobre la pertinencia y los límites de dicha intervención, situándose en el centro de ese debate el concepto de naturaleza humana. El término natura nos habla de la esencia de algo, lo que ese algo es de por sí, desde su nacimiento. Pero también nos habla del conjunto de las cosas sometidas a la dinámica autónoma del nacimiento, el movimiento y la corrupción.
Asimismo, el ser humano precisa de la técnica para vivir y desarrollarse en todas sus dimensiones, siente la necesidad de actuar en la naturaleza porque no se conforma solo con vivir. La técnica está profundamente arraigada en la naturaleza humana. Según Ortega , la técnica nos descubre el «raro misterio» del ser humano precisamente porque pone de manifiesto el «querer vivir» del hombre, esto es, la voluntad de vivir de una manera distinta a la mera satisfacción de necesidades biológicas. La técnica es el arte que humaniza el medio para hacerlo más habitable. Una mejora en las posibilidades técnicas redunda en una mejora humana.
Pero esto solo lo podemos argumentar si disponemos de un criterio normativo, como es el de la naturaleza humana, que nos ayuda a entender lo positivo del progreso técnico en relación con esta promoción de valor en el ser humano: existe algo que es la naturaleza humana. La reflexión filosófica de la naturaleza humana es uno de los temas de nuestro tiempo de los que depende el diagnóstico que podamos hacer de debates tan candentes como el transhumanismo y posthumanismo. Esta naturaleza encuentra en la técnica —expresión de sus potencialidades— la posibilidad de hacerse con el mundo y humanizar el medio en el que el ser humano tiene que vivir. Ahora bien, la naturaleza humana, siendo condición de posibilidad de la técnica, constituye también su límite. En la medida en que la técnica es puesta al servicio del desarrollo humano, en que ayuda a realizar el programa de la vida humana, debe examinarse su contribución al sentido de la vida.
El transhumanismo no es una corriente monolítica sino que presenta varias tendencias teóricas (Extropianismo, Tecnoprogresismo, Singularismo), no siempre coincidentes o compatibles entre sí. Sin entrar en la descripción de cada una de ellas, en lo que todas coinciden es que poseen una mentalidad puramente materialista que considera como única vía lícita de conocimiento el de las ciencias empíricas, cuando estas mismas ciencias se han mostrado inadecuadas para abordar las cuestiones existenciales y filosóficas (ningún planteamiento totalmente materialista puede ofrecer respuestas adecuadas al anhelo de plenitud del ser humano). Todas abogan a que el hombre tome el destino de su propia evolución y que ninguna objeción de tipo ético o social impida realizar las actuaciones que técnicamente sea viables en cada momento.
Unos breves capítulos tratan de la ciencia ficción y transhumanismo —creo que este aspecto tiene más importancia que la que se le concede; me atrevo a decir que fundamental—, de tres recientes obras transhumanistas en su vertiente más utópica y maximalista (Letter from Utopia, Happy Morning in Hedonistia-2050, Utopian Neuroscience), y de algunos importantes pensadores que se muestran defensores (Peter Sloterdijk, Gregory Stock) y críticos (Francis Fukuyama, Jürgen Habermas) con las corrientes transhumanistas. El autor dedica un capítulo a describir las diferencias entre transhumanismo y posthumanismo, filosofías que aunque coinciden en muchos aspectos difieren en el horizonte final que plantean. Mientras el transhumanismo se centra en la transformación del cuerpo humano, en trascender sus límites biológicos, el posthumanismo tiene una significación más amplia al señalar un mundo natural ya completamente modificado. Según estas definiciones, hay que admitir que vivimos ya casi en un mundo transhumano —el transexualismo es una primera fase necesaria, naturalmente— que se encamina paulatinamente hacia lo posthumano.
El transhumanismo se presenta como una propuesta típica de la modernidad y de la posmodernidad. Es una nueva gnosis según la cual el ser humano es capaz de salvarse a sí mismo, donde el ser humano es un sujeto universal asexuado y el cuerpo desaparece fruto de su negación de cualquier determinismo biológico. Por tanto, para el transhumanismo lo humano debe quedar erradicado porque «el cuerpo es visto como indigno para vivir» (entiende la naturaleza humana sólo como limitación), donde hay un «dualismo manifiesto que entiende que la corporeidad es una condena de la naturaleza, una alienación». (Resulta paradójico que una corriente plenamente materialista encuentre en la materia y sus condiciones ontológicas a su mayor enemigo). Nos hallamos ante un pensamiento absolutamente hedonista que considera que una vida con dolor, fracaso, frustración o enfermedad no es digna de ser vivida, y que cualquier mejoramiento (human enhancement), cualquier reingeniería de nuestros cuerpos, será capaz de suprimir esa desazón e insatisfacción metafísica que entraña la vida humana.
Lo que la evolución realiza muy lentamente a lo largo de miles de años, los transhumanistas lo quieren realizar de una generación a la siguiente e incluso en esta misma generación («Somos fruto de la evolución, no del diseño»). Pero dado que somos incapaces de predecir los resultados de casi todos los cambios que se pueden producir en la naturaleza humana, sólo una actitud vigilante y consciente de las tremendas responsabilidades que tenemos en la protección de nuestra especie puede evitar aberraciones propias de la más aterradora distopía.
Para finalizar, Roberto Esteban Duque plantea una crítica rigurosa al transhumanismo desde la posición del personalismo cristiano, corriente en la que él se integra, la principal de ellas es que el transhumanismo promueve «un pensamiento contrario al hombre», contra su dignidad, su identidad y contra la igualdad de los seres humanos. Negar o abolir al ser humano su propia corporeidad es negarse a sí mismo. No puedo estar más de acuerdo.
Ediciones Encuentro (2022)
Colección: Nuevo Ensayo, 107
246 págs.
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Nostalgia de futuro aborda los orígenes, fundamentos y peligros de la pretensión de alcanzar una naturaleza humana «mejorada» de manera acrítica y amoral a través de la tecnología. «El transhumanismo, aunque se presente como promotor de lo humano, es un pensamiento contrario al hombre. Lo es porque no asume la realidad esencialmente vulnerable y frágil del ser humano con la intención de paliarla o sanarla, sino que más bien pretende una superación de ella».
Desde la concesión en 2018 de la ciudadanía en Arabia Saudí al robot Sophia, que goza de más «derechos» que las mujeres en ese país, pasando por FM-2030, un hombre que asumió una identidad «futurista» porque aseguraba ser «una persona del siglo XXI arrojada accidentalmente al siglo XX», hasta la existencia de un partido político transhumanista, el americano Transhumanist Party, Roberto Esteban Duque aporta un recorrido exhaustivo y escalofriante de todas las «mejoras» realizadas en los últimos años, dejando claras las comprometidas intenciones de los transhumanistas: «crear en el sentido que se quiera la propia condición humana». (Sinopsis de la editorial)
Roberto Esteban Duque (Cuenca, 1963) es sacerdote, licenciado en Teología, especialidad matrimonio y familia, por la Universidad Lateranense de Roma y doctor en Teología Moral por la Universidad San Dámaso de Madrid. Ha sido profesor de Ética y Bioética en la Universidad Francisco de Vitoria, de Madrid, y de Teología Moral Especial en el Seminario Mayor San Julián, de Cuenca. Autor de numerosas obras académicas (A la búsqueda de la felicidad, Teología Moral Especial, La primacía de la persona, Ética Biomédica, Moral socioeconómica y política), así como de un mayor número de ensayos (La religión en el espacio público, Genitales culturales, Ensayo sobre la muerte, La exigencia de la santidad, La verdad del amor, La voz de la conciencia, Trascendencia encarnada, La dificultad para creer). En la actualidad ejerce su ministerio como párroco en la localidad de Villar de Olalla, en Cuenca.
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