Signo evidente de la completa decadencia que aqueja a Occidente es la promoción desaforada del igualitarismo, hijo bastardo de ese individualismo tan exaltado por la ideología liberal -basada en el ejercicio de la libertad ajeno a ninguna autoridad superior, moral, orden ni naturaleza- en cuyo fondo subyacen la envidia, el victimismo, el rencor y la irresponsabilidad. 

Porque, guste a quien guste, pese a quien pese, de acuerdo a las leyes de la naturaleza no todos somos -ni podemos ser nunca- iguales, hombres y mujeres, blancos y negros, heterosexuales y homosexuales, listos y y estúpidos, altos y bajos, etc. 

Dicha falta de «igualdad biológica» es la que ha hecho que, por ejemplo, durante decenas de miles de años se perpetue nuestra especie, lo que explica que siempre fuera la unión del varón y la mujer la que se avaló legal, jurídica y administrativamente por las diferentes civilizaciones que en el mundo han sido. 

Así hasta que (en plena Postmodernidad) surgió la Ideología de género y se produjo la negación de la biología, equiparándose el matrimonio heterosexual (el único al que estrictu sensu puede llamarse «matrimonio», el único capaz de engendrar vida) con el homosexual. 

Del mismo modo, equiparando la belleza con la fealdad, el talento con la mediocridad, el esfuerzo con la indolencia, la inteligencia con la estulticia…todos ellos (belleza, talento, esfuerzo, inteligencia…) criterios rectores de la otrora esplendorosa civilización Occidental. 

Una civilización occidental hoy decrépita en grado sumo por mor de -entre otras muchas cosas- tratar de igualar lo que resulta inigualable, destrozando los armónicos ideales que la caracterizaron en tiempos pretéritos.

Ricardo Herreras 

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