En la plaza central de una aldea se encuentra una graciosa iglesia con un reloj en la torre del campanario, la fuente enfrente, algunas casas confortables y la taberna donde se conversa sobre el personaje local del año ante la proximidad de las fiestas navideñas.
La pastorcita, adolescente, pura, afable, amante del aislamiento y de la oración, con su meritoria cría de ovejas de la que vive la región.
La maestra de la escuela, alta, esbelta, sin pretensiones, representa el saber, la cultura, los bienes maravillosos del espíritu, a los cuales abre las puertas a las nuevas generaciones. Es más que un agente de producción económica, es un factor de elevación humana, es pastora de niños.
El guarda municipal con la misión de combatir los animales dañinos. Tarea ardua, que requiere el empleo de largas jornadas y vigilias. Robusto, decidido, con la piel tostada por el sol y curtida por el viento. Desde que está él jamás un lobo penetró en la aldea, ni un jabalí devastó las plantaciones. Unos simpatizan con su alegre y juvenil coraje, con su franqueza, su porte varonil, sienten seguridad por tener un guardián tan recio. Otros, por el contrario, lo ven con desagrado. Lo que a unos les parece la personificación de la dedicación y de la proeza a los otros les parece la imagen de la violencia y de la guerra.
El abuelo con barbas blancas fue soldado y combatió para que las pastoras pudiesen continuar en paz conduciendo sus ovejas, las maestras enseñasen sin preocupaciones a los niños, en los hogares las esposas preparasen todo tranquilamente para cuando el esposo regresase del trabajo, en las iglesias se rezase sin perturbación por la gloria de Dios en lo más alto de los Cielos y por la paz en la Tierra para los hombres de buena voluntad. A fin de que los principios de justicia y de caridad, sobre los cuales todo este orden cristiano reposa, no fuesen impunemente violados por el enemigo. El ideal lo era todo para él.
El negociante jubilado, viajó mucho, analizó muchas cosas, se enriqueció un poco. Era el cacique del lugar. Elogió la misión de la pastora. Dejó a todos interesados cuando se extendió sobre la utilidad de la cultura. A modo de una sentencia, se dirigió al viejo diciendo en tono grave que lo respetaba, pero que la era de la lucha había pasado. El mundo comenzaba a caminar hacia la fusión de todas las religiones, de todas las razas, de todos los pueblos. Los hombres modernos sólo podían tener horror al derramamiento de sangre. Que alguien, por dinero, aceptase la misión de matar animales salvajes, era una triste necesidad, pero poner la lucha, el pretendido heroísmo del guardián por encima de la cultura y de la producción económica le parecía un anacronismo. Acabó proponiendo una ovación que simbolizase la estima de todos por el anciano excluyendo la elección del cazador. Una salva de aplausos resonó en la sala. Sólo algunos discordaron. Era tarde y todos se levantaron.
Al día siguiente, no se vio al cazador en la plaza, el número de los jabalíes y de lobos fue creciendo cada vez más, el cultivo de los campos decayó, la pobreza comenzó a entrar en los hogares y con ella la decadencia de la aldea.
Este artículo fue publicado originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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