Por Javier Garisoain
Me acabo de enterar de que existe una cosa que se llama El Jacobino y que se presenta como «la izquierda ilustrada» bajo el original lema de «libertad, igualdad, fraternidad». El caso es que es el ejemplo perfecto de lo que vengo denunciando en mi particular cruzada contra la peste de los historicismos en política. Vas a la historia, buscas algo que te hace tilín, lo rediseñas y lo vendes como el nuevo detergente que lava más limpio. Frente a esta clase de ocurrencias, nostalgias, neoinventos y fotocopias nosotros, los viejos carlistas, ofrecemos continuidad y tradición. Porque -como enseñaba Eugenio d’Ors- todo lo que no es tradición es plagio.
En estos doscientos años de Revolución triunfante hay multitud de ejemplos de historicismos tramposos. De izquierda y de derecha. Hay quien quiso resucitar a los comuneros, otros prefieren atascarse en fechas sonadas y manipulan los hechos de 1512 en Navarra o 1714 en Cataluña… Los romanos inspiraron a Napoleón, y a los fascistas; las tribus prehistóricas a los nacionalistas separatistas; los sans-culottes a los anarquistas y a los perroflautas; y ahora estos masoncetes neojacobinos buscan su prestigio recordando a aquellos guillotineros con gorro de pitufo. Unos y otros rebuscan en el pasado ejemplos con buena prensa porque, en el fondo, están asqueados de su propia tradición. Saben que son hijos de los asesinos de la Cristiandad, de los destructores del orden antiguo y necesitan creer, como los mismísimos masones -quizás los primeros historicistas-, que están construyendo algo importante.
Ojo con los historicismos, ojo con los neos, ojo con emocionarse en el supermercado de la historia que nos lleva al engaño y nos hincha el orgullo. La buena política es la realista, la que parte del aquí y del ahora, la que no tiene miedo y por tanto no se dedica a la pura conservación porque sabe de dónde viene: la política tradicional. Habrá otras muchas cosas bienintencionadas en el mundo, pero aquí y ahora lo único que garantiza una continuidad con la España de siempre, con nuestro ser e identidad es el viejo Carlismo. Busquen y comparen.
Y si digo que el historicismo encubre una posición orgullosa es porque supone una política basada en recetas, en «soluciones», en promesas. Los carlistas ni recetamos ni prometemos. Sabemos que el mundo es muy imperfecto y que perfecto sólo es Dios. Por eso lo único que ofrecemos es lo que hemos recibido: unos principios iluminados por la fe, una guía para mejorar, un rumbo seguro y un respeto enorme a la libertad de las personas, las familias y los cuerpos sociales naturales.
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