Estamos por celebrar Navidad, fiesta que desafortunadamente ha ido perdiendo su sagrado significado para acabar reducida, en el mejor de los casos, a una bonita fiesta familiar, olvidando que lo que celebramos, es el nacimiento de Jesús de Nazareth. Nacimiento que fuera, hace miles de siglos, sumamente anhelado y ampliamente profetizado por ángeles y profetas, quienes a través de auténticos portentos anunciaron y prepararon el nacimiento del Rey de Reyes. De hecho, los eruditos hablan de más de 300 profecías contenidas en el Antiguo Testamento sobre el nacimiento, la vida, las enseñanzas y hasta la muerte y la resurrección del tan esperado Mesías. Todas y cada una de éstas se cumplen en Cristo, en el Nuevo Testamento. Veamos un par de ejemplos:
Profecía: El Mesías nacerá de una Virgen y será llamado Emanuel.
Isaías 7:14: «El Señor mismo os dará por eso la señal: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel.» Se relata su cumplimiento en Mateo 1:23: “He aquí que la virgen concebirá y parirá un hijo. Y le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir, Dios con nosotros.”
Profecía: El Mesías nacerá en Belén. Miqueas 5:2: “Pero tú, Belén de Efratá, pequeño entre los clanes de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en Israel, cuyos orígenes serán de antiguo, de días de muy remota antigüedad”. Y se relata, en el evangelio de Mateo 2:1-2: “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que nació? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarle.”
Así, más de 300 profecías relacionadas con el Mesías en el Antiguo Testamento, tienen su cumplimiento en Cristo en el Nuevo testamento, con la sorprendente precisión de una obra divina; prueba que Jesucristo es realmente el Mesías tan esperado, Aquel que dividió la historia en antes y después de Su nacimiento y después de Quien cesaran todas las profecías en Israel. Pero si estas profecías al pueblo judío son extraordinarias, no es menos sorprendente el hecho, de que la venida de un Mesías de Oriente fuese también profetizada entre algunos pueblos paganos.
Un ejemplo de esto lo tenemos en el mundo antiguo con la Sibilas de Grecia, mujeres profetisas a quienes se consideraba estaban iluminadas por dios. Aunque su figura esta mezclada con varias leyendas y mitos, es un hecho que existe un gran parecido entre algunas profecías de las sagradas escrituras y las profecías escritas en los libros sibilinos en los que se revela la llegada de un salvador, la venida de un juez supremo y algunos sucesos del apocalipsis. San Agustín, rescata y cristianiza su memoria diciendo que sus profecías, anunciando la venida de un Mesías, eran las semillas que Dios había sembrado entre los gentiles. San Jerónimo, atribuía a la virtud de su pureza su espíritu profético. Santo Tomas de Aquino también se refiere a ellas reconociendo que predijeron varios hechos relacionados con el Salvador; como que nacería de una Virgen y que padecería en reparación de los pecados de todos los hombres.
Otro personaje, respetado por varios padres de la iglesia, es Virgilio, el gran poeta romano, de quien San Agustín opinaba que en su espíritu había algo que le hacía presentir o adivinar la llegada del único Salvador ya que parece profetizar el nacimiento de Cristo en su cuarta égloga de sus Bucólicas: “Ya vuelve la Virgen, vuelve el reinado de Saturno; ya desciende del alto cielo una nueva progenie”. Y más adelante: “Tú, al ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro termina y surge en todo el mundo la nueva dorada”. Algunos autores creen que el primero en ver la relación entre la poesía de Virgilio y la venida del Mesías; fue el emperador Constantino I, famoso por terminar con la persecución de los cristianos en el Imperio Romano a través de la promulgación del edicto de Milán.
Un ejemplo más conocido, lo tenemos en los reyes magos, aquellos sabios de oriente que, debido a sus estudios tanto de astronomía como de las profecías, comprendieron que la excepcional estrella en el firmamento anunciaba al Dios verdadero que alumbraría al mundo entero, por lo que recorrieron un largo camino hacia tierras extrañas a fin, de ir a adorar al Niño Jesús, en quien reconocieron al Mesías.
Pero volvamos a la antigua Grecia, donde los paganos, entre los monumentos a sus múltiples dioses tenían uno dedicado al dios desconocido, el Dios que San Pablo, de pie en medio del Areópago ateniense les anuncio con las siguientes palabras: “Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: al dios desconocido. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.”
Actualmente, nuestra sociedad esconde tras múltiples ídolos (belleza, juventud, deporte, éxito, sexo, placer) la insatisfacción de nuestro inquieto corazón que busca aplacar esa sed de infinito que sólo Dios es capaz de saciar. Por ello, esta navidad no dejemos a Jesús a nuestra puerta, por el contrario, dejémosle entrar y volvamos a poner a Cristo en el centro, no sólo de esta celebración de navidad, sino de toda nuestra vida.
Termino, con una reflexión de San Bernardo: “¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido -dice el Apóstol- la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios.
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